A los 82 años, la computadora humana de la NASA Sue Finley todavía mira a las estrellas

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Cuando Sue Finley fue contratada por el Jet Propulsion Laboratory de la NASA cerca de Los Ángeles en la década de 1950, ingresó en un servicio 100% femenino.

«La mujer que estaba a la cabeza (…) pensó que los hombres no la obedecerían y, por lo tanto, solo contrató mujeres», cuenta a la AFP Finley, que ahora tiene 82 años y es la empleada más antigua de la agencia espacial estadounidense.

Su historia ilustra el recorrido de muchas mujeres de su época. Su contribución a los grandes programas espaciales de Estados Unidos, como el del resto de las entonces llamadas «calculadoras humanas», ha permanecido en la sombra aunque es esencial: gracias a estas mujeres dotadas de grandes habilidades matemáticas, los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin pudieron caminar en la Luna hace 50 años.

Sus cálculos permitieron construir los cohetes, diseñar los combustibles y desarrollar las antenas que conectan a los astronautas con la Tierra.

Finley siempre ha amado los números. En la secundaria sacaba las mejores calificaciones y ganó una competencia para resolver ecuaciones de química mentalmente.

Su primera orientación fue la arquitectura, frente a la que desistió por falta de cualidades artísticas, relata. Así que se presentó al puesto de secretaria en una compañía aeroespacial. Pero escribía mal a máquina y no superó la prueba de contratación.

«Me preguntaron: ‘¿Te gustan los números?’ Yo respondí: ‘Oh, prefiero por lejos los números a las letras'», recuerda con una sonrisa. Así comenzó su carrera como una «computadora humana».

El trabajo entonces consistía en hacer cálculos a mano y en máquinas electromecánicas llamadas «Fridens».

Después de conocer a su esposo, Peter Finley, tuvo la idea de postularse al Jet Propulsion Laboratory, fundado por la Universidad de Caltech y que hoy en día es el principal centro de exploración del sistema solar de la NASA.

Allí se encontró con un departamento lleno de las famosas mujeres «human computers». Otra razón de la preferencia por las féminas allí, explica, es que «las mujeres son más baratas. Y siempre ha sido así».

  • Una matemática – Pese a ello, el trabajo daba prestigio y esas mujeres eran respetadas por los hombres, recuerda Sue. Pero un día decidió que quería criar a sus dos hijos, después de la muerte al nacer del primer retoño de la pareja.

Dejó de trabajar entre 1963 y 1969 para quedarse con ellos, hasta que se dio cuenta de que ser ama de casa la estaba conduciendo a una depresión.

«Yo era completamente nula como ama de casa», dice Sue. «El psicólogo me dijo que realmente tenía que volver al trabajo», indicó.

La decisión no fue trivial. «Cuando volví a trabajar como madre y esposa, fui realmente una pionera de la liberación de la mujer».

Al volver, el JPL había cambiado profundamente: las computadoras con procesadores habían reemplazado a las humanas. Así que para seguir siendo competitiva, Sue decidió aprender el lenguaje informático Fortran.

Una de sus hazañas más grandes, según cuenta Nathalia Holt en el libro «Rise of the Rocket Girls», es haber conseguido una solución para recuperar la sonda Galileo, que en octubre de 1989 sufrió un grave desperfecto.

Una de las antenas de la sonda no se había abierto al salir de la órbita de la Tierra. Finley formó parte del equipo que diseñó un programa para aumentar la capacidad de la red terrestre de antenas de la NASA para que pudieran escuchar las señales débiles enviadas por las otras antenas de Galileo.

El programa funcionó, lo que permitió a Galileo enviar a la Tierra las espectaculares imágenes de un cometa desintegrándose, o descubrir una luna en órbita alrededor de un asteroide.

Su misión preferida, sin embargo, fue el programa Vega para el estudio de Venus, una colaboración en 1985 entre la Unión Soviética y otros países, incluido Francia.

La misión consistía en lanzar globos sonda a la atmósfera del planeta. El papel de Finley era mejorar la eficiencia y la precisión de las antenas para rastrear el avance de los globos.

«Era mi misión favorita porque era un grupo pequeño de personas», afirma.

Más tarde, esta especialista en radiocomunicaciones ayudó a aterrizar los robots exploradores Spirit y Opportunity en Marte en 2004, y a que llegara la sonda Juno a Júpiter en 2016.

«Es como una búsqueda del tesoro o un misterio: tratamos de resolver problemas», dice simplemente sobre su trabajo.

En 2019, la octogenaria ingeniera ha superado ampliamente la edad de jubilarse, pero no tiene la intención de hacerlo mientras la NASA la necesite. «No quiero parar, no me interesa nada más».

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