Antón Chéjov: genial hasta en su cortejo fúnebre

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Decía Antón Pávlovich Chéjov (1860-1904) que si un rifle aparece colgado de la pared en la primera escena de la narración, alguien tendrá que disparar en el último acto. Para el escritor ruso (nacido en Ucrania), todo contenido debía tener un significado; una razón de ser. De lo contrario, se genera una falsa esperanza en el lector. Eso él lo sabía bien. Simple y complejo, Chéjov se convirtió en creador del relato moderno antes que médico.

Ese alegre melancólico, como lo definió Korolenko, creció en una familia de esclavos mientras su madre le contaba cuentos. Ella, Yevguéniya Yákovlevna, viajaba por toda Rusia para mercadear con telas hasta que se vieron obligados a emigrar a Moscú. Fue en la universidad donde publicó sus primeros relatos humorísticos (Cuentos de varios colores) para ayudar a su familia. Allí Chéjov ridiculizó a la vida con su pluma.

Conviene conocer al autor para comprender su obra: durante los últimos años, la editorial Páginas de Espuma ha llevado a las librerías cuatro volúmenes que recogen -cronológicamente- todos los textos que se conocen, hasta ahora, del escritor ruso. La narrativa breve, inédita o dispersa conforma un 40% de trabajos que nunca se habían traducido al español. El desorden de Chéjov y sus más de 50 seudónimos han dificultado la tarea de editores como Paul Viejo, que se ha encargado de la dirección de estos nuevos ejemplares. Este invierno, la monumental tarea del sello ha llegado a puerto.

En este Chéjov completo vemos cómo el autor supeditó el argumento a la atmósfera en los cuentos de su edad adulta, donde la narración, más que disponer de un clímax o una resolución, se convierte en una disposición temática de impresiones e ideas. Así, en su primera etapa destacan sus cuentos (Carta a un vecino erudito) envueltos en un humor trágico y breve, que iluminan a un escritor inquieto y realista. La ausencia de tramas y el pensamiento de sus personajes -muchas veces a modo de monólogo- comenzaron a formar el estilo que hizo a Chéjov.

Con el paso de los años, la personalidad del autor puebla toda su obra. Combina los relatos breves (Fracaso) con otros extensísimos como Un drama de caza o cuentos ya clásicos de la literatura universal como En el camino o Agafia. Entonces Chéjov produce los textos más importantes de su carrera. Sin embargo, el éxito no impidió que la tuberculosis se adueñara de su cuerpo durante la década siguiente.

Mientras tanto, sus coetáneos, preocupados por los acontecimientos que se producían en la Rusia de finales del siglo XIX, volcaron en sus libros una temática altamente política y revolucionaria que nada tenía que ver con el escritor que nos ocupa. Chéjov, ajeno a todo ello, fijó la versión más humana de sí mismo en las siguientes obras. Paralelamente, inició campañas contra el hambre y el abandono social, creando escuelas y centros agrícolas en los que acogió a niños esclavizados y huérfanos. Vemos este espíritu reflejado en relatos como A Nincompoop, donde sella una última frase que refleja su pesimismo ante la vida: »Qué fácil es destrozar al débil en este mundo».

En las cartas que intercambiaban sus colegas, Aleksandr Kuprín, Iván Bunin y Maxim Gorki, quedó retratada su personalidad: »Creo que en la presencia de Antón Chéjov, cada uno sentía involuntariamente un deseo de ser más simple, más veraz, más uno mismo; y veía a menudo cómo la gente rechazaba la abigarrada franqueza de las frases de los libros, las palabras inteligentes y todos los otros trucos baratos con que un ruso, deseando figurar como un europeo, se adorna a sí mismo como un salvaje.»

Algo cambió en su vida a partir de 1888, cuando disminuyó el ritmo de su producción literaria. Pasó de escribir 100 relatos al año a escribir 10. Aparecieron entonces Mi vida y La novia. Cansado con cuarenta y tantos años y miles de páginas a sus espaldas, creó, casi sin darse cuenta, dos de las obras más importantes de su carrera.

»Suprima, allá donde sea posible, los adjetivos y los adverbios. La literatura debe grabarse de un solo golpe, al segundo.» Antón Chéjov, que vivió de su propia alma, conocía el valor de las palabras y los sueños. Pero la vida lo mató demasiado pronto. El 15 de julio de 1904, su cuerpo fue trasladado desde Alemania a Moscú en un vagón de tren refrigerado que se usaba para transportar ostras. Cuando su cortejo fúnebre se disponía a ser paseado por la ciudad, los dolientes del escritor siguieron por error al muerto equivocado, el general militar Keller.

Chéjov nunca antes había escrito el final de una historia tan trágica como la suya propia. Quedaron sus cuentos, que se hicieron populares después de la Primera Guerra Mundial, sobre 1920, cuando las traducciones de Constance Garnett al inglés ayudaron a difundir su obra. Todo lo demás, ya saben, es historia.

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