Bernie Sanders, el candidato socialista que promete una ‘revolución política’ en Estados Unidos

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El Senador Bernie Sanders de Vermont durante una gira por Iowa el domingo pasado.

Frente a unos 1.800 seguidores enardecidos que saltaban de sus butacas y levantaban los puños, el Senador Bernie Sanders de Vermont ofrecía el domingo pasado el mensaje que habían venido a escuchar.

Vamos “a hacerles una oferta que no podrán rechazar”, gritó en un gimnasio abarrotado de gente, mientras prometía romper con los bancos, darle un golpe a la clase multimillonaria y acabar con la clase dirigente de la política.

“Así que los invito a todos”, dijo, “a la revolución política de 2015”.

La elección presidencial es, por supuesto, en 2016, pero es entendible que Sanders quiera vivir en el momento. Al vencer a Hillary Rodham Clinton en New Hampshire en algunas encuestas y atraer a decenas de miles de personas a sus eventos en Iowa y Nevada, Sanders, de 73 años, ha recapturado el entusiasmo que encendió la campaña de Obama de 2008, con camisetas que dicen “Feel the Bern” y una imagen de cabellos blancos alborotados y lentes que reemplazan a la célebre imagen del poster de “Hope” que diseñara Shepard Fairey para Obama.

Un seguidor de Sanders con la camiseta que se está volviendo la marca distintiva de la campaña.

A diferencia de Obama, el atractivo de Sanders radica menos en su oratoria y en la búsqueda de un terreno común y más en la oportunidad que su campaña le ofrece a los Demócratas desilusionados de ventilar su ira ante la lista de males de la nación que, según ellos, han sido ocasionados por las grandes corporaciones y sus aliados conservadores, y los cuales Obama ha dejado sin atender. Si el tono del mensaje de Hillary Clinton hacia los votantes es que ella puede hacer que el sistema sea más efectivo, Sanders argumenta que Obama fue ingenuo en incluso tomarse la molestia de tratar de cambiar un sistema que necesita un cambio estructural.

No es un mensaje nuevo para Sanders, quien surgió de la política radical de izquierda, pero la respuesta es algo inusual. Para alguien que siempre ha sido fiel a una crítica macro, por no decir enteramente marxista, de Estados Unidos, tener a inmensas multitudes de votantes aplaudiendo ante cada descripción de desigualdad de ingreso, y a cada propuesta de erradicarla, equivale a la validación de una carrera que se forjó en relativa oscuridad. La conducta gruñona de Sanders, su calidad de outsider y su sospecha ante todo lo que busque la comodidad son parte de su atractivo.

“Está sintiendo el peso del ‘Wow, la gente de verdad necesita esto’”, dijo Jane Sanders después de una de siete presentaciones de su marido el fin de semana pasado en Iowa. Ella dijo que Sanders se mostraba “humilde” ante el éxito, y que estaba más concentrado que antes, y que “no creía en el culto a la personalidad”.

No obstante, cuando se le preguntó por qué su esposo Sanders atraía a tanta gente, añadió: “Porque si no es ahora, ¿cuándo? Y si no es él, ¿quién?”

Cualquier otra persona, parece ser la respuesta del establishment democrático.

Sin embargo, aunque el propio equipo del candidato observa los inmensos retos con un ojo clínico, Sanders no admite dudas. Y trata a todos los intrusos de su círculo de creyentes de la misma manera.

Cuando un grupo de reporteros — “medios corporativos” en las palabras de Sanders — mencionaron a Hillary Clinton, gruñó, “Este es el deporte que a ustedes les gusta, ¿verdad?”, en referencia al énfasis en el tipo de preguntas políticas que él desdeña. Cuando se le pidió reconciliar su lado anti-clase dirigente con ser un “político de carrera”, Sanders, quien a excepción de dos años siempre ha tenido un puesto político desde 1981, le lanzó una mirada punzante a la joven reportera que hizo la pregunta.
“¿Político de carrera?” le respondió con una carcajada despectiva. “Otra pregunta”.

Está claro que Sanders pertenece a una especie distinta de animal político. Si la tradición es hacer campaña en verso y gobernar en prosa, Sanders hace ambas con una larga lista de viñetas escritas sobre un cuaderno de notas amarillo, que consulta mientras habla.

“Vamos a poner en práctica la democracia. ¿Qué les parece?” exclamó ante un aplauso general al inicio de un evento en Dubuque.

Frente a las multitudes, Sanders empieza con su biografía para salir de eso rápidamente, luego presenta a su esposa, quien saluda con la mano o graba un video desde su iPhone, y menciona que él tiene hijos y nietos, y es hijo de un padre que emigró de Polonia a Estados Unidos sin nada.

Pero la gente no viene a escuchar la historia de Sanders. Vienen por su análisis de lo que ha salido mal.

Los estadounidenses, dice Sanders, viven bajo el yugo de una oligarquía de multimillonarios, los hermanos Koch y los propietarios de Walmart y los caciques de Wall Street, que conspiran para mantener a la clase trabajadora oprimida. La información que reciben es simplificada por los medios que evitan los problemas y tratan a las campañas como si fueran telenovelas.

En Iowa, donde está subiendo en las encuestas, las multitudes asienten con pasión mientras cita el verdadero nivel de desempleo y lamenta el racismo institucional y los “sueldos de miseria” de los trabajadores estadounidenses, que ya están limitados por los pactos del comercio internacional. También hace menciones de intentos republicanos por suprimir el voto, que “me repugnan profundamente”, el aumento de la acidez del océano y de las temperaturas que amenazan al planeta, las compañías farmacéuticas y los enemigos de la Seguridad Social que se dan un banquete con los enfermos y los ancianos.

En Iowa describió cómo sería la vida “en un gobierno de Sanders”.

Invertiría en enormes proyectos de infraestructura que según el, crearían más de 10 millones de empleos. Expandiría, en lugar de reducir, la Seguridad Social, y haría que Estados Unidos estuviera bajo un sistema único de pagos de servicios de la salud. La legislación que propone automáticamente registraría a cualquiera que tenga más de 18 años para que vote, echaría a las compañías privadas fuera del negocio de las cárceles, haría que los estudios universitarios fueran gratuitos, garantizaría licencias por enfermedad remuneradas y un “par de semanas de vacaciones remuneradas” para los trabajadores.

Desmantelaría los bancos gigantes, mantendría al país lejos de más guerras y pagaría buena parte de su programa de gasto con impuestos para las actividades comerciales de Wall Street.

“La clase media y la clase trabajadora los han mantenido a flote”, clamó, “ahora es nuestro turno”.

En cuanto a la crítica de que ninguna de sus propuestas es remotamente posible dadas las realidades políticas en Washington, la campaña de Sanders argumenta que el “escenario de pesadilla” de un presidente demócrata con un Congreso republicano nunca tendría lugar.

O, como Sanders lo planteó en una reunión laboral en Clinton, Iowa: Sin una revolución, “Olvídenlo, no va a pasar nada”.

Y ése, dice, fue el problema con Obama. Mientras que Sanders ofreció sus “felicitaciones” a Iowa por tener el valor de votar por un afroamericano en 2008, dijo que “uno de los errores” que Obama ha cometido después de ganar con un movimiento que lo respaldaba fue decir “Gracias, ahora yo me encargo”.

“Lo que Obama debería haber sabido y lo que sé”, dice Sanders, es que los intereses de los ricos eran demasiado poderosos para que cualquier persona se hiciera cargo.

Fue en ese momento cuando Fred Bowes, un demócrata de 77 años, se salió de un evento en Boone.

“Todo lo que dijo es cierto”, dijo Bowes, “implementar lo que dice es casi imposible”.

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