En busca de la primera dieta moderna

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Julio Mercader, en primer plano, junto al resto de su equipo en Olduvai

Hace casi dos millones de años, en la sabana de África, un homínido peludo y bajito levantó un hacha de piedra amenazadora y… comenzó a prepararse la comida. Sucedió en la garganta de Olduvai, en Tanzania, el yacimiento de fósiles descubierto por la mítica familia Leakey que cambió para siempre la historia de la evolución humana. Medio siglo después, un grupo de paleontólogos va a aplicar técnicas dignas de las mejores policías científicas del mundo para averiguar qué comía exactamente aquel homínido.

“Este va a ser el mayor proyecto de investigación en Olduvai desde que se descubrió el yacimiento”, explica Julio Mercader durante una entrevista. Asentado en la Universidad de Calgary (Canadá) desde hace más de 10 años, este arqueólogo y prehistoriador español coordina un proyecto financiado por el Gobierno canadiense para estudiar cómo los homínidos se adaptaron al cambio climático en este lugar, considerado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

“Hace entre 1,8 y 1,3 millones de años, el clima estaba cambiando de manera drástica, de un contexto forestal se fue a un contexto de sabana, de un lugar con lagos, a otro seco, donde la erosión y la sequía se incrementaron”, explica Mercader. También en ese momento aparecen cambios claves en el cuerpo de los homínidos. El tracto intestinal se hace más corto, la masa encefálica crece, el tamaño corporal es mayor, el aparato masticatorio se modifica. “Todo eso requiere un gran aporte de energía y hace falta explicar cuál fue el agente capaz de proporcionarla”, explica el investigador.

“Hay gente que piensa que esto lo haces comiendo fundamentalmente carne, pero en nuestro equipo pensamos que es una dieta compleja, que incluye carne, pero también bastante materia vegetal que marca la diferencia”. “Este”, dice, “es el origen de las dietas que llamamos complejas y, de alguna forma, modernas”.

Probar esa tesis no es tarea fácil. Los rastros de los festines carnívoros de los homínidos son relativamente fáciles de encontrar, ya que las herramientas de piedra que usaban dejaban marcas de corte visibles en los huesos. Sin embargo, para encontrar los rastros de plantas hay que usar técnicas punteras de análisis molecular.

Mercader coordina un proyecto financiado con 2,5 millones de dólares canadienses (1,5 millones de euros) para llevar a Olduvai una unidad móvil de excavación que nunca antes se había empleado en el yacimiento. Embutidos en trajes de plástico y con mascarillas, rodeados de una carpa móvil ventilada con aire purificado para evitar que entre alguna partícula del exterior, en un extraño oasis de asepsia en medio de la naturaleza salvaje de la Zona de Conservación del Ngorongoro, el equipo va a excavar en cinco puntos en busca de restos orgánicos.

Los primeros resultados de estas investigaciones se han presentado esta semana en el congreso de la Sociedad Europea para el estudio de la Evolución Humana que se celebra esta semana en Alcalá de Henares (Madrid).

“Hemos encontrado fitolitos [restos de plantas fosilizados] en los sedimentos y también como residuo que se ha pegado a las herramientas, porque se usaron para machacar plantas; también buscamos almidones, un tipo de carbohidratos, que nos permiten calcular el aporte de las plantas y los tubérculos, e incluso proteínas antiguas para ver el valor que tiene la carne”, explica Mercader.

Los primeros encuentros sociales

El proyecto, que durará siete años, también investiga otra cuestión más compleja. Cuando el cambio climático comenzó a cambiar el paisaje boscoso por uno más abierto y seco, quedaron pequeños oasis de vegetación, agua y alimentos. “Esto tiene consecuencias para el comportamiento humano”, relata Mercader, pues en Olduvai convivieron al menos tres especies de homínidos distintos (Homo habilis, Homo ergaster, y los parántropos, que pudieron extinguirse por ser vegetarianos). “Si hay unas pocas zonas que tienen más vegetación y agua, tu grupo y otros grupos se concentran aquí” y “cuando ves que tienes que convivir con otros grupos de humanos en espacios más limitados surge una dinámica fundamental en el comportamiento humano que es la sociabilidad”, añade.

El equipo espera encontrar alguna pista sobre esto en las propias herramientas líticas. “Analizando la geoquímica y mapeando la región para situar los afloramientos de piedra intentamos saber de dónde han salido, cuánta distancia hay hasta la fuente, y qué nos cuenta esto de las relaciones de intercambios entre estos grupos humanos”, explica el prehistoriador.

El trabajo de Mercader se enmarca dentro del Proyecto de Paleoantropología y Paleoecología de Olduvai, un consorcio hispano-tanzano dirigido por investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, el Museo Arqueológico Regional y el Museo Nacional de Tanzania. El proyecto que coordina Mercader es el de mayor cuantía económica dentro del conjunto y agrupa a 20 investigadores de Canadá, España, Tanzania y EE. UU.

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