De qué hablamos cuando hablamos de Julian Barnes

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De aquella pandilla de jóvenes escritores (Amis, Ishiguro, Kureishi, McEwan…) que Jorge Herralde bautizó como ‘dream team’ y reclutó para Anagrama en los 80, Julian Barnes no sólo es uno de los más sólidos y eficaces, sino que a sus 73 años también uno de los más entusiastas. Se muestra encantado y del mejor humor de estar en Barcelona «y no en Londres, con la que está cayendo», dice. Y, sobre todo, de publicar ‘La única historia’ como número 1.000 de la colección amarilla Panorama de narrativas. Un gesto «nada casual», aclara la editora Silvia Sesé, con el que Herralde celebra los 50 años de la editorial y, de paso, su reciente Medalla de Oro al Mérito Cultural.

Barnes es una de las cabezas de cartel de Kosmopolis 19′, la fiesta de la literatura amplificada en el CCCB, en la que participó ayer en un diálogo con la periodista Anna Guitart titulado ‘El sentido del relato’. Y de eso trata, no sólo la aclamada y profunda ‘El sentido de un final’, con la que se llevó el Booker 2011, sino la maravilla con la que regresa ahora, tras el volumen de ensayos sobre arte Con los ojos abiertos. De hecho, su nueva novela trata sobre la única verdadera historia que le importa a cada cual, la de su primer y gran amor, surge de aquélla, «de entre los tres o cuatro orígenes que puede tener una novela de los que nunca somos del todo conscientes». «En aquella novela, sobre el final aparecían las consecuencias de una relación entre un hombre de 21 y una mujer sobre el final de sus 40. El lector no conocía la realidad de esa relación y se la tenía que imaginar. Pensé que ése podría ser un buen punto de partida», explica.

Cualquier interpretación autobiográfica está vedada de antemano por el jocoso autor: «Para saber eso, habrá que esperar a mis memorias póstumas». E incluso después, bromea sardónico sobre el ‘spoiler’ de algún detalle de peso en la trama en relación a la espinosa situación catalana: «Hagamos un referéndum para decidir si podemos hablar de eso».

Pero de lo que sí podemos hablar es que el autor del ‘El loro de Flaubert’ niega en redondo cualquier filiación a ‘La educación sentimental’. Cosa cierta, porque la historia de Paul, un universitario de 19 durante las aburridas vacaciones estivales en los suburbios residenciales del Londres de los 60, y Susan, una mujer casada de 48 y con dos hijas mayores, va más allá de la peripecia sentimental de un verano acicateado por la erótica del tenis. La relación se extenderá en el tiempo más de una década, y su relato -en un prodigio técnico de gran hondura que pasa de una primera persona en presente, en la primera parte, a un relato en segunda persona para acabar en una lejana tercera que rememora- se expande en una suerte de tratado sobre el amor, el dolor de la pérdida y las tretas de la memoria.

«Esa estructura la decidí muy pronto. Estaba claro que el primer amor es un presente en primera persona. Cuando te acercas al final tienes la perspectiva de la distancia», explica. «Tenía mis dudas en el intermedio, porque la segunda persona no es muy usual», confiesa. «Me di cuenta de que funcionaba en la novela ‘Bright light, Big City’, de Jay McInerney y necesitaba esa segunda persona que abraza al lector y lo hace partícipe de lo que sucede a los personajes», completa. Y para el escritor que «siempre había pensado que la memoria es igual a la identidad», las distorsiones del recuerdo merecen una capítulo aparte. «Como escritor me preocupa cómo se va degradando la memoria. Cuanto más contamos nuestros recuerdos preferidos, son menos fiables», reconoce. Y de allí que lo rememorado tenga «más que ver con la imaginación que con lo observado».

La gran pregunta, en definitiva, es la que abre su novela. ¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos? La suya es «la primera opción, está clarísimo». «Pero es una pregunta sin sentido, porque si tienes posibilidad de elección, entonces no se trata de amor», concluye el escritor, que padece como «una aberración» el Brexit y reniega de la insensatez de su país. Cosa que explica entre bromas sobre los Monthy Python y Lewis Carroll.

Barnes es sólo una de las grandes figuras que pasan este fin de semana por el CCCB en el marco del festival Kosmopolis 19′, cuyo programa suma más de 130 participantes. La llamada fiesta de la literatura amplificada tiene este año como lema El mundo que mueve los relatos, definido por su director, Juan Insúa.

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