Día crucial mal calificado

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El 16 de enero del año ´62 fue tremen­do; se susci­taron acon­tecimientos que, en gran modo, determinaron muchas de las grandes desgracias por las que atravesáramos en aque­llos tiempos turbulentos de los ´60.

Se había organiza­do la transición hacia la democracia, con relati­vo éxito, al establecerse el 1ro. de enero el Con­sejo de Estado, luego del tormentoso interregno que se abriera desde el 30 de mayo a esa fecha; las presiones populares fueron enardecidas en el mismo, pero se pudieron controlar sin resultados catastróficos.

Mañana se cumplen 60 años de sus aconteci­mientos que frustraran gravemente aquella posibilidad civilizada del cambio.

Evoco hoy otros ras­gos de aquella fecha aciaga. Había ido a en­tregarle mi renuncia al Presidente de la Repúbli­ca y del Consejo de Esta­do, Joaquín Balaguer, el Día de Reyes, aunque ya apareciera publicada en la prensa, como Subse­cretario de Estado de Tra­bajo; me sugirió que la re­tirara para irnos con un grupo de sus amigos, el 27 de febrero.

En efecto, concerté con don Eduardo Read Barre­ras, Consejero de Estado, una visita al Ingenio Con­suelo, a fin de discutir al­gunas cuestiones relativas al reajuste del salario ca­ñero.

Estaba en la bomba de gasolina frente al Ce­menterio antiguo de la Avenida Independencia, cuando estallaron los disparos de los oficiales de la columna de tanques que, por desgracia, se ha­bía presentado, tratando de silenciar las bocinas de la Unión Cívica Nacio­nal, que convocaba para una “marcha” esa noche con “antorchas”, buscan­do la renuncia anticipada de Joaquín Balaguer.

El balance fue de cua­tro muertos y al menos siete heridos; se incendió la pradera. Me dirigí a la Base de San Isidro, donde estaba la Secretaría de Es­tado de las Fuerzas Arma­das, para saber qué esta­ba ocurriendo. Al llegar a la autopista, iba de regre­so la columna de siete tan­ques AMX, y su Coman­dante, el Coronel Cuervo Gómez a la cabeza, muy sudado, y con una eviden­te contrariedad en el ros­tro.

Me di cuenta que el asunto se había conver­tido en algo muy gra­ve. Al llegar al despacho del General Pedro Rafael Rodríguez Echavarría encontré un pandemó­nium, en el cual estaba el legendario periodista Ju­lio César Martínez, cuña­do del Secretario Rodrí­guez Echavarría, que le daba una reprimenda te­rrible al periodista norte­americano Robert Bérre­llez, acusándole de ser culpable de aquella tra­gedia y del desastre ins­titucional surgido. Ya se habían impartido las ór­denes de apresar al Con­sejo de Estado, con ex­cepción del Presidente Balaguer, el Obispo y los dos héroes del treinta de mayo.

Se estaba pendiente del regreso del Secretario des­de Palacio a su despacho y llegó enardecido, excla­mando en forma repetida: “!Ha sido una trampa!”.

Fueron tres horas terri­bles. A mis treinta años, la experiencia me resultaba más dramática que el pro­pio alzamiento de noviem­bre 19, en Santiago.

No se durmió aquella noche y se sentía la enor­me presión popular levan­tada. Había triunfado, de otro modo, el plan de la Marcha de las Antorchas, pues las manifestaciones de repudio a lo ocurrido fueron tremendas.

Luego, en la noche del 18 de enero, irrumpió la información en la Base de que el Secretario estaba siendo arrestado por los hombres del CEFA, a la cabeza los coroneles Wes­sin y Wessin y Fernández Domínguez. Estaba yo en la Jefatura de Estado Ma­yor junto a los Generales Rodríguez Reyes y Rodrí­guez Echavarría, el her­mano.

Ellos, los Echavarría, eran pilotos avezados, ambos muy valientes, pe­ro uno era el ímpetu y el otro era la serenidad. Des­de luego, para lo del 19 de noviembre, el ímpetu era indispensable, pero pa­ra la sangrienta explosión del Parque Independencia, hubiese sido preferible la serenidad del otro.

El que reconoció al go­bierno constitucional de Balaguer cuando su alza­miento, no comprendió que lo desconocía cuando desintegraba el Consejo de Estado. La serenidad del otro fue la del gesto de evi­tar que se iniciara un en­cuentro violento entre CE­FA y Base Aérea, la noche en que se salvara la paz, el 18 de enero.

Siempre quedan los pe­sares de la retrospectiva y las lacerantes interrogan­tes de los famosos IF: “Si se hubiese dejado llegar a Febrero y la renuncia de Balaguer se hubiera pro­ducido normalmente, ¿no era mejor? ¿No vino, lue­go, lo que Chaguito había evitado?: la guerra civil, seguida de intervención militar, golpe de estado previo, y divisiones a man­salva”.

Se debe decir que el Consejo de Estado no fue quien urdió la “Marcha de las Antorchas”. Fue­ron las inapagables pa­siones de las poderosas fuerzas cívicas de aque­llos momentos las que apostaron a forzar la re­nuncia anticipada de al­guien, que después, go­bernaría veintidós años en dos etapas. Desde luego, tuvo que volver en medio de la guerra y enarbolar aquella consig­na de “Joaquín Balaguer es la Paz”.

En realidad, esos días fueron diagnosticados fal­samente como gloriosos; eran más bien el princi­pio de las etapas más do­lorosas y sangrientas de la República. ¿Quién los co­metió? ¿El Cuartel y sus tanques? ¿La Marcha de las Antorchas? ¿El encono entre los políticos y milita­res? Sobre éstos serán mis siguientes reminiscencias.

Ésta se la dedico especial­mente a los posibles impa­cientes de hoy, para que les sirva de lección. Estamos mal, pero vamos bien, y en medio de crisis terribles, pe­ligra nuestra Patria. Necesi­tamos unidad sincera para fajarnos con las fuerzas del destino.

Le temo a los enconos y las sinrazones; así como a las impaciencias ambicio­sas. El momento exige se­renidad y patriotismo.

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