Entre likes, aplausos y el olvido: ¿cuál es el futuro de la poesía?

Los poemas han encontrado en las redes sociales una nueva autopista para circular a gran velocidad, pero ¿qué tan atentas son las lecturas en las pantallas? ¿Qué rol ocupan hoy las editoriales? ¿Y las revistas de poesía? ¿El género resurge, muere o se transforma? En esta nota, una conversación con distintos editores, poetas y lectores

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“La poesía no se vende porque la poesía no se vende”, escribió Guillermo Boido (1941-2013) en una frase que condensa con un toque de ironía dos rasgos distintivos del género: su situación marginal respecto de la industria editorial y la intransigencia ante las exigencias del mercado. En tiempos de redes sociales, según la opinión de autores y editores consultados por Infobae Cultura, aquella sentencia puede ser susceptible de nuevas formulaciones: si bien continúa resistente al comercio, la poesía encuentra nuevos canales de difusión en Facebook, Twitter e Instagram, amplía su público y define nuevos espacios de consagración.

“Buena parte de la poesía que se lee hoy en día se lee en internet, es una lectura más salpicada y menos concentrada que la que tiene por soporte el libro, y es probable que así estén leyendo poemas personas que de otro modo no los leerían”, dice Alejandro Crotto (Buenos Aires, 1978), director de la revista Hablar de poesía. “Las redes sociales están siendo explotadas a fondo por los poetas, y la poesía se pliega a esta forma de trasmisión con mucha ductilidad. La poesía como género crece en cualquier parte, como los yuyos del ferrocarril”, afirma a su vez Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949), Premio Nacional de Poesía en 2015.

Sin embargo, Aulicino observa que “la poesía circula más, pero de otra manera, por dosis homeopáticas”, en alusión al carácter fragmentario que impone el formato de las redes. Tampoco encuentra una correlación entre el suceso virtual y la lectura en papel: “Mi experiencia es que un poema que recibió muchos deditos levantados y corazones en Facebook no aumenta la venta de ejemplares en papel de ningún libro. Por eso decidí reducir las tiradas de mis libros al mínimo, para los amigos, para algunos pocos que quieran comprar ese objeto antropológicamente interesante”. La poeta y editora Griselda García (Buenos Aires, 1979) coincide: “Cuanto más lugares y espacios de difusión haya para la poesía, mejor. Pero no todo lo que reluce de likes es oro”.

Para Crotto, también poeta, traductor y profesor en la Universidad Nacional de las Artes, “la poesía tiene muchas veces algo de breve, de sorprendente, de brotar desde el yo, que la hace particularmente adecuada para la circulación que propone la red”, pero al mismo tiempo “requiere una concentración y una intimidad” más propias del libro o la revista en papel.

Jorge Aulicino y Griselda Garcia
Jorge Aulicino y Griselda Garcia

Las redes parecen también desplazar a los medios impresos como instancias de reconocimiento, por la simple acumulación de likes y la cantidad de veces que se comparte un poema. “Algunos de sus mecanismos de consagración tienen que ver con la brevedad y la capacidad de un texto breve de capturar un sentido simple y transmisible y que eso cotice como alta poesía cuando quizás sea más bien un efecto del medio”, opina Vanina Colagiovanni (Buenos Aires, 1976), editora de Gog & Magog y gestora cultural. Las repercusiones en las redes no tienen que ver necesariamente con la calidad de los textos: “Me he llevado varios fiascos con supuestos libros indispensables que no me resonaron para nada. Son cosas que sucedían desde siempre pero que las redes potencian por goteo o insistencia”.

No es fácil saber si los “me gusta” indican efectivamente una valoración del poema, la cantidad de contactos que tiene el poeta o el efecto de su presencia en las redes. “Es un poco de cada cosa –afirma Griselda García-. A veces le damos un like a la persona que tenemos como referente, o también como un estímulo, una marca de lectura para alumnos o conocidos. Tengo un anhelo secreto que es juntarnos entre varios, proyectar un Facebook, hacer pochoclo y hablar de lo que vemos”.

La revista del día

Las redes son también un tema de la escritura poética, como muestra Santiago Llach en Manifiesto de la literatura del yo, un poema publicado en la web que formula un llamamiento a los escritores del género: “Poetas, abandonemos el secreto profesional./ Las tecnologías del yo nos sacaron la careta./ Los gigantes digitales le entregaron la literatura a la gente común./ Mientras persistimos en el capricho de la demora y de la pausa,/ los poetas de Instagram postean sus epifanías/ y los poetas de tuiter inventan heterónimos/ y los poetas de facebook descubren/ las venas abiertas de su sensibilidad.”

(Shutterstock)

También poeta y narradora, Vanina Colagiovanni solo lee en las redes “los poemas que suben poetas que me gustan porque me sirven como recomendación de lectura”. La lectura en papel sigue siendo central. “Pero entiendo que es un rasgo etario –aclara- y es indispensable usar las redes para encontrarnos con lectores de diferentes ambientes y con nuevas generaciones. Hay poemas muy buenos que se han iniciado con un verso a partir de un tuit o poetas que los usan como notas de escritura o ayudamemoria”. No publica poemas en las redes –tampoco Crotto, que ni siquiera tiene perfil en Facebook, cuenta en Twitter ni es usuario de Instagram, y García lo hace de modo ocasional-, aunque está atenta a “las recomendaciones de autores y de libros por parte de lectores en los que confío, además de que me gusta mucho y me interesa leer a mis contemporáneos”.

En cambio, Aulicino toma a Facebook como un medio de publicación de poemas, traducciones y reflexiones sobre la poesía. Uno de sus libros, ¿Verdad, Bonturo? (2017), surgió precisamente como una selección de posteos en torno a dos personajes creados ad hoc, Cacho Veldevere y Bonturo: “Cacho es simplemente un erudito de barrio, de asociaciones múltiples, charlatán, con una charla que contrasta con el casi silencio de su interlocutor, Bonturo, un personaje de la Divina Comedia, que Dante nombra al pasar”, explica. Hay también un elemento autobiográfico: “Cacho se llamaba un albañil que trabajó en la obra de mi casa de infancia, cuando mi abuela decidió tirar abajo la vieja casa chorizo donde vivíamos. Cacho me enseñaba a hacer la mezcla, y hablaba sin parar de los más diversos asuntos, de los que se informaba no sé de qué modo. Era un filósofo de la cuchara. Este modo de discurrir se adapta bien a la red, a la revista del día”.

De larga trayectoria en la prensa gráfica, Aulicino dice que el sabio imaginario encarnado por Veldevere es un recurso del viejo periodismo. “Lo usaba Emilio Petcoff, que había inventado al licenciado Pechblenda, una de sus imaginarias fuentes de consulta, un Sherlock Holmes de entrecasa. Como el poema, esta prosa fragmentaria va bien con el nuevo medio. Pero si te fijás casi todo el budismo zen es anecdótico. Sus enseñanzas se podrían publicar tranquilamente en las redes, no necesitan estrictamente un libro”.

La apuesta editorial

La digitalización y la crisis de 2001 determinaron profundos cambios en los modos de circulación de la poesía. Las revistas impresas perdieron su importancia como lugares de difusión y de reconocimiento y la producción de libros, hasta entonces concentrada por unos pocos sellos, comenzó a desplegarse en una constelación de editoriales de diversas características: virtuales, cartoneras, independientes, de autor.

Vanina Colagiovanni y Alejandro Crotto
Vanina Colagiovanni y Alejandro Crotto

Con quince años de actividad y un catálogo de 108 libros, Gog & Magog es una de las editoriales de poesía más importantes en el país. “Atravesamos muchas situaciones diferentes y, por insistencia, siempre seguimos», dice Vanina Colagiovanni, y agrega: «La situación del libro en estos últimos años fue empeorando mucho por la inflación y la suba de los costos. Nos estamos especializando en la calidad de los textos y autores que publicamos -en 2019 publicamos a Enrique Lihn, Sharon Olds, Haroldo de Campos– y no tanto en la cantidad de autores, aunque eso signifique apostar a menos voces nuevas. De todos modos lo seguimos haciendo cuando hay algo que sobresale, y ese es el caso de Ley de conservación, el primer libro de Mariana Spada, al que le está yendo muy bien”.

“La instancia de validación que daba publicar un libro dejó de tener tanta gravitación, pero el viejo paradigma está todavía presente”, dice Griselda García, cuya editorial publicó el año pasado la obra completa de Adelia Prado. No obstante, “el problema de la circulación de los libros, la dificultad para que las librerías acepten libros de poetas que se inician, a veces desaniman a los que quieren publicar; pero parte del problema lo tienen los propios escritores, porque muchas obras son crípticas, las entienden solo quienes las escribieron y parecen ejercicios de vanidad”. García tiene una lista de “preguntas incómodas” para autores desprevenidos que piensan en publicar libros sin tener en cuenta cuestiones básicas como a quiénes se dirigen o cuántos ejemplares creen que podrían distribuirse.

En ese marco, y en un contexto muy diversificado en cuanto a sellos editoriales, el suceso de la poesía argentina es Tarda en apagarse (Caleta Olivia, 2017), de Silvina Giaganti, que impulsado por su repercusión en las redes desmiente la definición de Guillermo Boido al punto de llevar vendidos cuatro mil ejemplares, según informa el editor Pablo Gabo Moreno.

En la arena virtual

Entre las publicaciones periódicas dedicadas al género, Diario de Poesía tuvo un rol decisivo en la consolidación de la nueva poesía argentina de los años 90, como la efímera y mítica revista 18 Whiskys, cuyo director, José Villa, editó posteriormente revistas virtuales como Poesía argentina yla actual Op. Cit. “Los blogs terminaron de matar a las revistas de poesía –dice Aulicino, que integró el consejo de dirección del Diario de Poesía y editó blogs, entre ellos el actual Otra iglesia es imposible. Las que subsisten en papel publican gran parte de su contenido también en la web. Esos frecuentes reclames que dicen «yo no leo poesía en pantalla» son falsos”.

«Tarda en apagarse» (Caleta Olivia, 2017), de Silvina Giaganti

Hablar de poesía publicó su primer número en 1999, con formato de revista libro. En 2017 comenzó una nueva etapa bajo dirección de Alejandro Crotto, con cambios en el diseño en busca de “una imagen más fresca y moderna”, la incorporación del sitio –“tiene hoy entre 40.000 y 50.000 páginas vistas por mes, y está en constante crecimiento”, dice Crotto- y la proyección en las redes sociales. En diciembre pasado apareció el número 40.

El papel y la web “cumplen distintas funciones y se potencian mutuamente, son dos formas de compartir lo que amamos”, destaca Crotto. “Llegar tan rápido a tanta gente es emocionante –agrega el director de Hablar de poesía-. Si hoy ponemos un artículo en el portal web y lo compartimos en nuestras redes, en los próximos cinco días va a ser leído por entre 1.500 y 5.000 personas de todo el mundo, y a lo largo de los meses va a seguir encontrando lectores”.

Editor de la revista de cultura Ñ entre 2005 y 2012, Aulicino recuerda que defendió la página de poesía “por no ceder espacios, de cabeza dura”, aunque considera que la poesía no solo está fuera del circuito comercial sino también del académico. “La historia de la literatura argentina que hizo Martín Prieto causó estupor –dice-, me consta porque estaba en Ñ en esa época y vi muchas reacciones estupefactas, incluso algo molestas, porque Prieto puso a la poesía junto a la prosa en el desarrollo de esa historia. También me consta que la mayor parte de los ensayistas y críticos de literatura sabían y saben poco de poesía. No les interesa. Confiesan incluso que no la entienden. ¿Cómo no iban a ser los poetas los que sacaran partido de la red de redes? Hasta hoy, los prosistas no saben cómo explotarla, porque no pueden salir del formato libro”.

(Shutterstock)
(Shutterstock)

Como editora de poesía, Colagiovanni no se guía por los reconocimientos de las redes. “Me interesa en los libros nuevos su capacidad de experimentación y de decir algo que se destaque del panorama conocido por algún motivo: búsqueda poética o formal, conformación de una voz, entre otras cosas”, dice. Para Alejandro Crotto, “sentir que un poema nos fascina es una manera habitual de comenzar el camino que termina en la crítica de poesía, pero nadie con sentido común confunde un pulgar en Facebook con una valoración crítica”.

Aulicino piensa por su parte que “el valor de la poesía se juega hoy en la web”. Los pulgares levantados mueven los reconocimientos. “Los premios incluso se legitiman en esa arena –dice-. Ahí están los lectores de poesía. Con más corporeidad que los lectores de prosa, por otra parte. Uno puede ver lo que publican en sus perfiles. Al menos puede deducir sus gustos e ideas, ver sus fotos. Todo puede ser ficticio, porque cada usuario se arma su biografía a piacere. Pero ¿no es así en la vida analógica también?” La poesía parece encontrar en las redes algo que, al fin, vende.

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