Lamu, el refugio de artistas más fascinante del mundo

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Logsdail convirtió una antigua fábrica de aceite de palma de Ciudad de Lamu en un elegante retiro para artistas, que incluye hasta una piscina. Anish Kapoor y Marina Abramovi´c son algunos de los artistas que han visitado y creado arte allí. PHOTO: PHOTOGRAPHY BY GUILLAUME BONN

El VIAJE A Lamu, una exótica isla cercana a la costa oriental de África, es como un sueño de opio. Tras volar a Nairobi, la capital de Kenia, tomé un avión de hélice hasta una pequeña pista construida entre frondosos manglares, dos grados por debajo del ecuador. Ahí había dos marineros suajili, el capitán Hassan y Titus, quienes me guiaron a un cercano dhow, una embarcación tradicional árabe hecha de madera, y descrita en historias como las de Simbad el marino. Mientras su distintiva vela triangular se hinchaba con una suave brisa, los misteriosos edificios del pueblo principal de la isla se asomaron como un espejismo en el horizonte, un desorden de antiguas mansiones encaladas, mezquitas, palmeras y buganvillas, todas presididas por las torretas de piedra de una fortaleza omaní.

Desembarcar fue como entrar en las Noches de Arabia de Pasolini. La antigua Ciudad de Lamu es un laberinto medieval tan perfectamente intacto que en 2001 la Unesco la designó Patrimonio de la Humanidad. Mientras sufríamos subiendo los peldaños de piedra bañados por las olas, al pasar frente a pescadores que escamaban su botín con cuchillos curvos, uno de ellos declaró en inglés, con una sonrisa desarmante, “bienvenido a la isla”. En la rambla, mujeres con velos de colores pasaban frente a nosotros, seguidas de mercaderes con sus recuas cargadas de té, seda y arroz basmati (los burros, de una raza pequeña, son el único medio de transporte terrestre en la isla). Parece como si nada hubiera cambiado desde que el explorador portugués Vasco da Gama navegó por aquí en 1497 camino a la India.

Con mi bolsa sobre su hombro, el capitán Hassan se metió en el laberinto de callejones, algunos apenas tan anchos como mis hombros, esquivando una corriente de vendedores, carretas empujadas a mano y burros rebuznantes. Finalmente llegamos a un portal de madera, sin marcar, en una pared anónima, y golpeamos una aldaba de latón en forma de mano de mujer. La puerta se abrió con un chirrido para revelar Factory —llamada así por su antiguo papel como fábrica de aceite de palma— y entré en un oasis de calma y estilo contemporáneo.

Creada por Nicholas Logsdail, un influyente marchante de arte y el dueño de la Galería Lisson, Factory ha sido transformada durante la última década en un refugio donde artistas internacionales pueden inspirarse y crear. La estructura, que por 30 años fue una ruina abandonada, ha sido renovada usando materiales de construcción típicos de Lamu pero con un diseño limpio y sobrio que hace las delicias de muchos de los artistas minimalistas que Logsdail ha representado desde los años 70. Después de la exótica claustrofobia de Ciudad de Lamu, la sensación de espacio y luz es estimulante. En el lugar donde alguna vez los camellos caminaron penosamente en círculos, amarrados a una prensa de aceite, crece ahora un jardín lleno de árboles frutales, helechos y flores. A su alrededor, espacios de estudio están al aire libre, pero protegidos del sol. No es de extrañar que artistas como Marina Abramović y Anish Kapoor hayan peregrinado hasta aquí para trabajar.

Interiores de Factory, con diseño inspirado en el artista minimalista Donald Judd y el trabajo del arquitecto mexicano Luis Barragán.
ENLARGE Interiores de Factory, con diseño inspirado en el artista minimalista Donald Judd y el trabajo del arquitecto mexicano Luis Barragán. PHOTO: PHOTOGRAPHY BY GUILLAUME BONN

Apenas entré, una mujer envuelta en un velo de seda —una estadounidense llamada Hadija que se ha convertido al islam— me dio un teléfono celular.

“Es Nicholas”, dijo. “Quiere hablar contigo”. Habíamos cenado en Londres la noche previa a mi vuelo a Kenia.

“Siento mucho no poder estar allí para darte la bienvenida en persona”, dijo Logsdail, con su voz nítida. “Pensé que lo siguiente mejor que podía hacer era llamarte”. (Africa se ha saltado una generación, tecnológicamente hablando: es casi imposible encontrar una conexión Wi-Fi en áreas remotas, pero la cobertura 4G es prístina, por lo que todo el mundo, desde los chicos de la playa hasta los pastores masai, llevan celular). Durante la siguiente media hora, Logsdail me dio una visita guiada de Factory por teléfono, desde la biblioteca hasta la piscina. La mayor parte de los artistas residentes se han llevado su trabajo a casa, me explicó, pero algunos objetos perduran, por ejemplo dos piezas de Richard Long elaboradas con antiguas puertas de madera, varias señales falsas creadas por Christian Jankowski. “Los artistas aman Lamu”, dice Logsdail. “Es un lugar maravilloso para trabajar. Y no importa lo famosos que sean, nunca nadie sabe quiénes son”.

Si la idea de un soñador inglés creando un enclave de artistas en una isla africana perdida suena sacado de las páginas de una historia de Roald Dahl —Nicky y la fábrica de aceite de palma, quizás— es completamente apropiado. Logsdail es sobrino de Dahl, y de niño escuchó vívidas historias sobre el “continente oscuro” de su tío, que vivió en lugares salvajes de Tanganica (ahora parte de Tanzania) y Kenia entre 20 y 30 años, mucho antes de que sus cuentos cortos y libros para niños se hicieran famosos.

Había descubierto esta conexión familiar varios meses antes, cuando conocí a Logsdail en Lucien, su restaurante favorito de Manhattan, en el East Village. Sobre un almuerzo de conejo asado y Sancerre, Logsdail, de 70 años, me enseñó los planes para su primera galería en Nueva York, que se construirá debajo del High Line en Chelsea. Al poco rato, estábamos charlando de su infancia en el rural Buckinghamshire en los años 50, cuando su excéntrico tío Roald, que vivía en una casita cercana, hacía explotar la imaginación de Nicholas con historias de las aventuras africanas de su juventud.

Un dhow amarrado en Shela; las embarcaciones tradicionales árabes aún navegan en las aguas del archipiélago de Lamu.
ENLARGE Un dhow amarrado en Shela; las embarcaciones tradicionales árabes aún navegan en las aguas del archipiélago de Lamu. PHOTO: PHOTOGRAPHY BY GUILLAUME BONN

Crucialmente para Nicholas, Dahl también trabajaba a medio tiempo como marchante de arte, y alentó el interés en la pintura de su sobrino. Los dos conducían a Londres en un viejo Vauxhaull Velox a visitar el Tate y la National Gallery, o el estudio de Francis Bacon, amigo de Dahl. “Todos en el mundo del arte conocían a mi tío”, dice Logsdail. “Algunos lo querían, otros no. Pero para mí, él era mi héroe.” También iban a galerías de Londres. “Íbamos a la calle Cork y un marchante decía: ‘Señor Dahl, tengo algo precioso que he estado guardando para usted’. Y sacaba una acuarela de Gaugin. El arte era mucho más barato entonces”. Dahl presentó a Logsdail al artista Matthew Smith, que le enseñó a pintar y lo animó a entrar en el Slade School of Art, una carrera que cambió de rumbo cuando Logsdail abrió la Galería Lisson en 1967, a los 22 años.

“Era tan joven”, dice riendo. “Pero a esa edad estás abierto a todo”. La Galería Lisson creció de sus inicios humildes a finales de los 60 hasta convertirse en una operación internacional multimillonaria que hoy representa a muchos de los artistas con más renombre del mundo (además de Kapoor y Abramović, Sol Lewitt, Tony Oursler y Robert Mangold). Tres galerías relacionadas están ahora a una cuadra una de la otra en el West End, con una sucursal en Milán y otra que abrirá en Nueva York en el segundo trimestre del año próximo.

Al igual que su tío, Logsdail es un narrador nato, con un gran repertorio de coloridas anécdotas. También tiene una vena filosófica y a menudo interrumpe sus historias con meditaciones sobre el destino. “Todo lo importante en la vida, pasa como resultado del azar”, dice en un punto, antes de añadir: “Por supuesto, hay cosas que parecen coincidencias, pero uno ha hecho ya todo el trabajo, quizás subconscientemente, para hacerlo posible”.

Así fue con Ciudad de Lamu. A pesar de su fascinación con el este de África, el éxito de su galería significó que estaba demasiado ocupado como para viajar al continente. La oportunidad apareció de repente en el oscuro invierno londinense de 2000, cuando Logsdail, entonces con 50 y tantos años, charlaba durante el almuerzo con una amiga méxico-italiana que mencionó que iba a hacer un largo viaje a un clima más soleado. “Le pregunté dónde iba, y dijo en su precioso acento: ‘Querido, el secreto mejor guardado. No St. Moritz. Me voy a África’. Luego dijo: ‘No te conozco muy bien, pero me parece que serías buen acompañante. ¿Quieres venir conmigo?’” Logsdail ya había planeado un viaje a Nueva York, pero cuando volvió a su oficina esa tarde descubrió un fax diciendo que sus citas habían sido canceladas. “De repente tenía dos semanas vacías en mi agenda”, contó maravillado. Su amiga no estaba en absoluto sorprendida cuando la llamó. “‘Hay un vuelo de Kenyan Airways a Nairobi esta noche’, me dijo. ‘Te veo para desayunar’. Y así hice. Estaba bastante sorprendido conmigo mismo. No había tomado unas vacaciones en años”.

Después de ir a un safari, ambos volaron a Lamu, que en ese tiempo tenía una inverosímil reputación como una de las zonas más exclusivas de África a pesar de que el aeropuerto del archipiélago era una choza de paja con un solo guerrero masai como supervisor. Logsdail recuerda al guerrero recostándose sobre su lanza cuando llegaron, diciendo “bienvenidos al paraíso”. “Bueno, Lamu no era el paraíso”, recuerda. “Pero era increíblemente tranquilo. Hay una preciosa frase suajili, pole pole, que significa ve más despacio”, dice. “Hay algo realmente encantador en la isla. Quedé completamente cautivado. Era una experiencia que sentí que quería compartir con otros”.

Una villa en Shela con vista al puerto. Ernesto de Hannover, compró una mansión en Shela poco antes de casarse con Carolina de Mónaco; el jet set europeo los siguió.
ENLARGE Una villa en Shela con vista al puerto. Ernesto de Hannover, compró una mansión en Shela poco antes de casarse con Carolina de Mónaco; el jet set europeo los siguió. PHOTO: PHOTOGRAPHY BY GUILLAUME BONN

Logsdail regresó en 2002 para comprar Utulivu, una residencia palaciega del siglo XVIII en el corazón de Lamu, que renovó en el estilo tradicional de los artesanos gujarati, con paredes de yeso mezcladas con cal y arena, lijadas hasta la suavidad y ventanas con enrejado ornamental. Le gustó tanto el proceso que no pudo resistirse a la segunda oportunidad en 2006; la ruinosa fábrica de aceite de palma del pueblo, el más ambicioso proyecto de renovación, estaba llena de toneladas de escombros pero la estructura era sólida. “No tenía intención de comprar Factory, pero me fascinaba. ¿Quién la construyó? ¿Por qué había sido abandonada? En cuestión de días, el dueño, que tenía tres mujeres y 14 hijos, estaba llamando a mi puerta, ofreciendo vendérmela. Debería haberlo echado, pero mi curiosidad me ganó”. Cuando Logsdail rechazó la primera oferta, el dueño volvió con precios aún más bajos, para seguir negociando durante dos años y medio. “Empecé a pensar en ello”, dice Logsdail.

Hoy, los colores de Factory y los materiales de construcción son tradicionales de Lamu, pero la estética es contemporánea, inspirada en los espacios minimalistas de Marfa, Texas, del artista Donald Judd, y el trabajo del arquitecto mexicano Luis Barragán. Desde el principio, Logsdail pensó en Factory como un refugio informal para artistas, en vez de una colonia oficial o residencia. Las invitaciones son personales e informales, y los artistas normalmente están allí cuando el mismo Logsdail está en Lamu durante el verano o las fiestas, para que él pueda estar con ellos para conversar, cenar y ver películas proyectadas en la pared del patio. (Logsdail tiene tres hijos y una hija de dos matrimonios, todos visitan Lamu a menudo. Rory, un cineasta, y Alex, que supervisa las galerías, tienen un interés especial por el lugar). Es un sitio en el que la intención es que “el trabajo y el placer puedan entramarse sin conflicto”, dice Logsdail. “Hasta ahora, 25 artistas han aceptado la oferta”.

Los resultados han sido increíbles. En 2010, Marina Abramović grabó un video, Confessions, que la presentaba mirando a los ojos de un burro mientras contaba la historia de su vida. Su matrimonio de dos años acababa de terminar, y Logsdail la invitó a Lamu para superar su divorcio. Se quedó durante casi un mes. “Es una mezcla de culturas increíble”, dice. “Hay guerreros masai que parecen sacados de una revista National Geographic, mujeres en burkas de colores. Y me encantan los nombres. Uno de los oficiales se llamaba Pineapple (piña). Un hombre que administraba el bar se llamaba Satan. El cocinero, Robinson Crusoe”. Lamu acabó siendo el lugar ideal para volver a pensar en su vida. “Está lejos de casa, lejos de todo”, dice. “Y lo tuve todo ese tiempo. Fui a un espacio diferente”.

Parte de la atracción de Lamu es pasar tiempo con Logsdail, cuya galería en Londres Abramović visitó por primera vez en 1971. “Nicholas es increíblemente fiel a sus artistas”, dice. “No los deshecha como calcetines sucios. Y de verdad cree en el arte”. Los dos pasaron días paseando sin propósito alguno por Lamu, mientras Logsdail compartía su pasión por la isla. “Me encanta hablar con él”, dice Abramović. “Combina una sensibilidad nórdica con la excentricidad londinense. Dice exactamente lo que piensa”.

Anish Kapoor también pasó tiempo en la isla y completó una serie de gouaches allí. (“Lo que Nicholas ha hecho en Lamu es maravilloso”, dijo. “Tiene la intensidad africana”). Otros visitantes incluyen Jorinde Voigt, Wael Shawky y la emergente artista keniana Gor Sodan. Aun así, la artista cuyo trabajo es más evidente en Factory es una nativa, Asha Thamu; sus cuadros simples capturan la atmósfera de ensueño de Lamu. “En un tiempo de astucia conceptual, Asha tiene un conocimiento natural”, dice Logsdail. “Pinta lo que ve, de forma vernacular”. “Nicholas me dijo: ‘nunca vayas a una escuela de arte’”, me cuenta Thamu con una carcajada, cuando la conocí en Factory. “Le pregunté qué le gusta de mis cuadros, y no me lo dijo. Dice que cambiaría la forma en la que trabajo”.

Factory también ha provocado emoción en la naciente cultura de arte de Nairobi, donde Circle, la primera galería de arte contemporáneo de Kenia, abrió a principios de 2015. “Lo que está haciendo Nicholas es algo maravilloso para Kenia”, dice entusiasmado el dueño de la galería, Danda Jaroljmek, que también ha creado la primera subasta anual de arte para conectar a artistas africanos con coleccionistas. Ella espera que haya una posibilidad para que los artistas de la ciudad expandan sus horizontes culturales. “Sería maravilloso si nuestros artistas de Kenia pudiesen ir a Lamu y conocer a las súper estrellas de Nicholas”, dice.

Pocas de las atracciones locales “oficiales” de Ciudad de Lamu podrían ingresar a una lista de TripAdvisor: además de la imponente fortaleza omaní, hay un museo embrujado en cuya puerta están expuestos unos cañones oxidados y algunos artefactos antiguos. El verdadero encanto del pueblo es su atmósfera extraterrena: los callejones son árabes, los rostros son africanos, los perfumes de especias y curry son indios. Las mansiones de mercaderes omaníes de marfil se entretejen como citadelas, con sus puertas talladas con exquisitos detalles ornamentales y repuntados defensivos de latón. Incluso los animales tienen una calidad de leyenda: los cientos de gatos callejeros que miran con ojos sospechosos son llamados egipcios porque su raza es la única que se asemeja a los gatos de los jeroglíficos.

Como en los pueblos grecorromanos, Ciudad de Lamu no tiene nombres de calle o números de casa. No hay faroles en los callejones, por lo que en noches sin luna anduve sin rumbo durante horas en la oscuridad, a través de pasajes silenciosos, detectando destellos a través de cortinas de seda de habitaciones alumbradas por velas. En esquinas estratégicas, hombres suajili en túnicas blancas y gorros tipo kofia bordados jugaban al dominó bajo farolillos oscilantes. De día, visité a los excéntricos expatriados que viven en la isla. La más memorable fue la escritora Errol Trzebinski, una gran dama de Nairobi que compró una mansión omaní a mediados de los 80 por 1.750 libras (entonces unos US$3.500), después de que su investigación sobre la escritora danesa Karen Blixen (también conocida como Isak Dinesen) y su amante Denys Finch Hatten se hizo una fuente crucial de la historia de amor de la película Memorias de África. “Me sentía rica entonces”, dice con una carcajada. Arropando su taza de té de porcelana con una pose aristocrática, me explicó amablemente por qué Lamu es adictiva. “Sí, a veces pienso: ¿qué hago viviendo aquí entre basura y bosta de burro? Pero cuando abro mi ventana y veo algo como Factory uno entra en otro mundo. El pueblo está lleno de tesoros escondidos como ése”.

Para una explosión de luz y cielo azul —y una prueba de la edad de oro de Lamu— alquilé un dhow llamado el Lady Gaga para que me llevara a Shela, la villa playera situada a poco más de tres kilómetros al sur. No bien dejamos el muelle, entramos en una carrera con tortugas marinas por las aguas cristalinas, el sol ecuatorial disipando los callejones oscuros de mi memoria. El capitán, conocido como Capitán Capuccino, señaló a una variedad de villas encantadoras sobre una zona de arena dorada. Fue en Shela que la improbable era de celebridad de Lamu comenzó a mediados de los 90, cuando el príncipe Ernesto Augusto de Hannover, que poco después se casaría con la princesa Carolina de Mónaco, decidió comprar una mansión, la primera de tres. Un séquito de aristócratas europeos y admiradores ricos los siguieron, haciendo de Lamu uno de los escondites más exóticos de África. Pronto, estrellas de Sting a Kate Moss y Jude Law alquilaban villas y hacían fiestas con la gente bella en la larga playa de Shela, de casi 13 kilómetros.

Para un poco de nostalgia, fui al happy hour de la puesta de sol al costero Peponi Hotel, que ha sido el centro de la vida de expatriados desde que abrió en 1967. Mick Jagger y Jerry Hall descansaron alguna una vez en su terraza; Yehudi Menuhin daba la serenata a los comensales con su violín. Hoy el ambiente de Peponi es una sombra de lo que fue en su momento de auge. La escena social de Lamu colapsó después de 2011, cuando una cadena de incidentes violentos con origen en la cercana Somalia desataron prohibiciones de viaje a Lamu desde el Departamento de Estado de Estados Unidos, la cancillería británica y casi todo el resto de las naciones del primer mundo. Los crímenes fueron horribles —una mujer francesa mayor sacada de su casa por piratas, una pareja británica secuestrada, el marido asesinado a tiros, la mujer puesta en libertad después de seis meses y tras pagar un rescate; una villa asaltada por yihadistas, dejando más de 60 muertos. El resultado fue como el cierre de un grifo: de la noche a la mañana, los viajeros simplemente dejaron de ir a Lamu. La economía de la isla quedó devastada.

Para los expatriados de Lamu, las prohibiciones de viaje fueron el resultado de la confusión geográfica de la prensa occidental, que no hizo diferencias entre la isla y los acontecimientos en el condado de Lamu, un área de 6.500 kilómetros cuadrados en el sector continental de Kenia (el nombre es compartido por la isla de Lamu, de unos 280 kilómetros cuadrados, el archipiéalgo de Lamu y el condado de Lamu). “Absolutamente nada violento ha pasado jamás en la de isla Lamu”, dice Logsdail, que comparte la frustración. “Todos los incidentes ocurrieron en el condado de Lamu, que es casi tan grande como el estado de Nueva York. Es como no ir a Manhattan por un robo en las cataratas del Niágara”. Logsdail viaja cada año a Lamu con su familia, sin problema alguno. Es más, EE.UU. ahora mantiene una presencia naval con una base de antiterrorismo a unos pocos kilómetros de Lamu. “La isla es más segura que cualquier ciudad estadounidense”, señala.

Hay indicios de que el turismo está volviendo. “Estamos casi llenos para la época de Navidad y fin de año”, dice Carol Korschen, dueña de Peponi, añadiendo que las villas de lujo en alquiler que delinean las arenas de Shela reportan una situación similar. Pero los cinco años de colapso han dejado huella en otros aspectos. La falta de fondos amenaza la arquitectura antigua. El Global Heritage Fund había identificado en 2010 a Ciudad de Lamu como uno de los 12 lugares supervivientes históricos en mayor peligro debido a su administración “insuficiente” y la “presión de desarrollo”. Muchas partes del pueblo se han ido más allá de la decadencia poética al decaimiento estructural serio. Algunas casas se mantienen en pie sólo por postes de manglar; otras se vierten caóticamente en los callejones, de manera que los vecinos de ambos lados pueden virtualmente darse la mano.

Mientras tanto, el gobierno de Kenia trabaja en una serie de cuestionables proyectos de desarrollo. Durante años ha habido planes de construir un enorme puerto de US$21.000 millones en la isla de Lamu para exportar crudo enviado por un oleoducto desde Etiopía y Sudán del Sur. Si bien crearía empleos que se necesitan desesperadamente, algunos ambientalistas están horrorizados por el daño potencial al delicado ecosistema marino y a la aún más delicada sociedad, que dejaría para siempre su aislamiento de ensueño.

Aunque un pequeño grupo de activistas llamados Save Lamu se opone al puerto, pocos isleños sienten que tienen algo que decir sobre el asunto. “Todo tiene que cambiar”, suspira resignada la artista local Asha Thamu. “Nuestros hijos verán un mundo diferente”.

En mi última tarde en el pueblo, mientras paseaba por el mercado lleno de gente, buscando recuerdos, sonó mi celular; era Logsdail, que llamaba desde Londres para ver qué tal había sido mi estancia. Tras hablar de noticias y chismes, estaba emocionado de contarme que había comenzado la construcción de la nueva sucursal de Galería Lisson en Nueva York, y que los trabajos estaban bien encaminados para su apertura a mediados de 2016. Fue un oportuno recordatorio de que el Capitán Hassan estaba esperando con un dhow para ir al aeropuerto y hacia un largo y lento viaje de vuelta al siglo XXI. •

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