Las artes visuales dominicanas y la Era de la Inteligencia Artificial

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El presente trabajo pretende ilustrar de manera fehaciente la grandeza artística de los grandes maestros del arte dominicano y la forma en que fueron tejiendo, a lo largo de décadas, sus respectivas apuestas pictóricas, hasta convertirse en referentes internacionales.

Desde el punto de vista de sus códigos y estilos, de sus particulares composiciones plásticas, sus tendencias teóricas y sus técnicas, debemos destacar que su incansable y constante esfuerzo por alcanzar los límites de la creación, fue la fuerza que los impulsó a trabajar infatigablemente para conseguir sus sellos propios; en tal sentido, tanto los maestros vivos como los fallecidos han llenado un gran nicho histórico internacional.

En este período de cambio tecnológico se produce una ruptura interesante con relación a los mercados del arte, por las formas diversas de los artistas promover sus obras sin la política oficial de los respectivos gobiernos, que anteponen la cultura a sus intereses personales.

El fenómeno de la Era Digital permite a los galeristas y a subastas como Christie’s, Sotheby’s, AstaGuru, Martini Studio D’Arte, Dorotheum, Artsy, Bonhams, China Guardian, Heritage Auctions, Beijing Poly International Auction Company, Artcurial, Wright Auction, Phillips y Louis C. Morton, entre otras, interesantes apuestas y ventas de obras sin que los coleccionistas tengan hoy día que viajar a los destinos donde se realizan dichos eventos porque la tecnología les permite hacer sus pujas, adquirir las obras, pagar el costo de las mismas, mediante depósitos bancarios, y recibirlas intactas en los distintos países donde residen.

Fenómeno que se desarrolla en sus distintas características y que permite algo más que la difusión y venta de obras de arte, debido a que produce una serie de intercambios y comunicaciones entre los artistas, aún en las regiones más apartadas a nivel global y con una nueva gramática plástica. Por lo tanto, la Era Digital plantea abiertamente un horizonte planetario a los maestros de la pintura dominicana proyectando, de este modo, exuberantes expresiones pictóricas que los hacen acreedores de un individualismo creativo.

Esta dialéctica global del arte dominicano y de otras latitudes forma parte de una infinitud de formas y estilos que sólo la Revolución Digital puede ofrecer y permite, además, que el pensamiento y la realidad se transformen en una iconografía renovada que se proyecta en la dinámica tensión de la memoria; se trata de un nuevo interés de interpretar los acontecimientos que se abre a un campo ilimitado de las ideas pictóricas.

En el arte lo que era estático en la Revolución Tecnológica, se convierte en momentáneo, sin perder su dignidad y contenido, y los artistas, claro está, se adecúan a esa ilusión deslumbrante que se afana en resumir y sistematizar la evolución de un nuevo mundo inspirado en la trascendencia de la comunicación como nunca se había expresado. Los artistas, en cambio, se aprovechan de este fenómeno para marcar su trayectoria en cualquier lugar de la humanidad.

En la Era Digital, los artistas tienen un modo de aproximación con lo global como nunca tuvo el arte en más de cien años. Esto permite que su obra se muestre distante en el tiempo y cubra la geografía universal sin perder su asiento original, su ámbito plástico, las circunstancias y sensibilidades, la temática, las visiones o éxtasis de su creador.

En este contexto, testimonial por demás, se inscribe -a modo de ejemplo- el afianzamiento internacional del arte de Jaime Colson, Ramón Oviedo, Iván Tovar, Yoryi Morel, Darío Suro, Celeste Woss y Gil, Gilberto Hernández Ortega, Clara Ledesma, Paul Giudicelli, Eligio Pichardo, Domingo Liz, Ada Balcácer, Fernando Peña Defilló, Guillo Pérez, José Rincón Mora, Elsa Núñez, Rosa Tavárez, Juan Medina y Alberto Ulloa, el cual forma parte de ese ideal del que habla el genio muralista mexicano Diego Rivera:

Para ser un artista primeramente se debe ser un hombre, vitalmente comprometido con todos los problemas de la lucha social, retratándolos resueltamente, sin ocultamiento ni evasiones, y sin huir de la verdad como él la entiende.

Más adelante, apunta:

Como pintor, sus problemas son aquellos propios de su oficio. Es un obrero y un artesano. Como artista, debe ser un soñador; debe interpretar las esperanzas, los temores y los deseos inexpresados de su pueblo y de su tiempo. Debe ser la conciencia de su cultura. Su obra debe incluir la substancia completa de la moralidad, no sólo en contenido, sino más bien con la fuerza absoluta de sus principios estéticos.

Como podrá comprobarse, las ideas de Rivera están condensadas en las obras de los maestros dominicanos porque cada uno de ellos asimiló desde su perspectiva visionaria, social y estética, el ordenamiento de los elementos compositivos, respondiendo simultáneamente a la expectativa de cada época, lo que confiere a los cuadros de los maestros dominicanos audaces propuestas de un carácter estrictamente plástico, hecho que resulta trascendental en el contexto de los mercados internacionales del arte.

Quien estudia la historia del arte dominicano en su proceso analítico llega a la conclusión de que éste se vio sometido a un largo olvido en los siglos XIX y XX y que hoy, debido a la Revolución Tecnológica, obtiene un mayor reconocimiento en el mundo, debido a que su fuerza estética y expresiva es reconocida por los coleccionistas más importantes a nivel internacional, quienes encuentran en las obras de nuestros grandes maestros una iconografía pictórica a la par con los artistas latinoamericanos y de otras latitudes del mundo.

El surgimiento de la Era Digital ha permitido a estos coleccionistas estudiar a profundidad las audaces innovaciones de las obras pictóricas dominicanas y la particular personalidad de cada maestro, cuya obra responde a una calidad cada vez más artística; por lo que resulta estimulante lo que hoy vive cada artista dominicano como consecuencia de la eficiencia y los logros sucesivos que ha traído consigo la Revolución Tecnológica.

En la Era Digital el arte dominicano ha logrado principalía e impacto en su promoción y difusión, que le permite explorar todos los mercados del mundo y este acontecimiento de las posvanguardias ha coadyuvado a identificar la cantera de excelentes y consagrados maestros que, en materia de arte, posee la República Dominicana.

La Revolución Tecnológica permite que nuestro arte viaje a velocidades sorprendentes y permite romper el aislamiento insular al que estaba sometido. Los hilos conductores de lo digital hacen saber al mundo que en este país predomina un arte que está por encima de una mayor creatividad, y cuenta con maestros que pueden competir en cualquier terreno del mundo por la excelente calidad pictórica de sus obras.

Durante muchos años el arte dominicano se sustentaba en la promoción nacional y una que otras exposiciones individuales y colectivas en el exterior; sin embargo, es sorprendente el reconocimiento internacional que ha obtenido en menos de diez años como consecuencia de las distintas apuestas que proyectan las obras de cada maestro.

En lo adelante, nos referiremos sucintamente a las obras de los grandes maestros, de manera general y particular, y que son nombrados en este libro, sin dejar de reconocer que otros historiadores o críticos de arte están en sus derechos de reducir o aumentar la lista de los que aquí ofrecemos. En el caso de quien suscribe, su interés fundamental está basado en exponer el impacto que representa en el arte la Revolución Tecnológica, tema que hemos venido desarrollando en varias publicaciones que van tanto desde particularidades circunstancias estéticas como geográficas.

En el marco académico y sociopolítico el arte dominicano tuvo un proceso evolutivo, debido al aliento que pusieron los maestros destacados más arriba y los diferentes artistas que llegaron procedentes de Europa y que ofrecieron sus conocimientos estéticos pocas veces alcanzados en la historia de las artes plásticas dominicanas.

Ahondando en estos aspectos, cabe mencionar como pilares a José Gausachs Armengol, Manolo Pascual, Eugenio Fernández Granell, José Vela Zanetti (de origen español), George Hausdorf (Alemania), Ernesto Lothar (Austria) y José Fulop (húngaro-judío). La iconografía pictórica de estos pintores allanó los caminos de la novedad al establecer postulados académicos y teorías que, paulatinamente, dieron validez y acento al arte dominicano, predominando al final y principios de los siglos XIX y XX, los estilos modernistas y vanguardistas.

Por ejemplo, el cubismo, el expresionismo académico y la abstracción representados por Jaime Colson, Celeste Woss y Gil y Darío Suro, tuvieron repercusiones en las décadas 30, 40 y 50 por el rigor de la composición y el rico cromatismo en los cuadros de estos artistas; se conocen, además, las secuencias cotidianas y costumbristas de Yoryi Morel; las modalidades de las esculturas de Luichy Martínez Richiez y Gaspar Mario Cruz y, más tarde, el tenebrismo e intimismo de Gilberto Hernández Ortega y Clara Ledesma.

Al mismo tiempo, a mediados del siglo XX y las décadas subsiguientes surge todo un cisma en el arte dominicano, que converge con los días finales de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina. Es a partir de ese momento en que surgen artistas de la categoría de Guillo Pérez, Eligio Pichardo, Fernando Peña Defilló, Domingo Liz, Ada Balcácer, José Rincón Mora, Virgilio Méndez, Elsa Núñez y Rosa Tavárez.

Esto prueba que el arte dominicano siempre ha tenido una dimensión de prestigio y ha establecido una considerable altura internacional. No hay dudas de que el modernismo y las vanguardias contribuyen a dar soporte tal y como se aprecia en los distintos estilos, registros y temas de los artistas aludidos, poniendo de manifiesto también una impecable factura.

Lo anterior prueba la categoría del arte dominicano, el cual ha sido receptor de todas las corrientes universales por su reconocida identidad. A partir de los años que van de 1940 a 1960, surgen los coleccionistas tradicionales y modernos que darían repertorio y dinamismo al arte nacional, entre los que cabe citar: Jesús López-Gil, Juan José Bellapart, Juan Gassó y Gassó, Luis Robles, Pepino Bonarelli, Luis Corripio Estrada, Pedro Haché, Isaac Liz, Isaac Rudman, Juan José Ceballos, Milo Jiménez, Orieta Gerardino, Judet Hasbún, Osvaldo Brugal León, Edmon Elías Junes, Alberto Cruz Acosta, Mario Martínez, Edmon Elías hijo, Fernando Báez Guerrero, Alejandro Asmar, Juan Portela Bisonó, Julio Curiel de Moya y Pedro Delgado Malagón, entre otros.

Estos coleccionistas contribuyen a establecer una particular herencia artística, para lo que resultó clave la creación del Museo de Arte Moderno, Museo de las Casas Reales, Centro E. León Jimenes, Museo de Arte Bellapart, Centro Chavón, Centro de Arte Propuesta, Centro de Arte Ceballos, Centro de Arte Perelló, Museo Peña Defilló y Centro Cultural Mirador. Asimismo, las galerías: Giotto, San Ramón, Auffant, Nader, Deniel, Arte Español, Ana María, Art Noveau, Arawak, Boinayel, De Soto, Greco, Eduardo, Centro de Arte Sebelén, Arte Berri, Bodden…, dando impulso a la promoción y difusión de las obras de estos artistas al través de exposiciones individuales y colectivas y espléndidos catálogos.

Los maestros de la pintura dominicana correspondientes a mediados del siglo XX y principios del siglo XXI, se adaptaron a valores iconográficos y a sistemas compositivos y con ello pusieron de relieve sus estilos y gustos estéticos. Configuran también un discurso plástico espectacularmente festivo, mientras que en otros aspectos artísticos pusieron un interés mayor en los sucesos de cada época.

Cuando nos detenemos a contemplar las particulares composiciones estéticas de los grandes maestros de la pintura dominicana, nos vienen a la mente aquellas palabras pronunciadas por el talentoso arquitecto mexicano Luis Barragán, al ser distinguido con el Premio Pritzker: “¿Cómo comprender el arte y la gloria de su historia sin la espiritualidad religiosa y sin el trasfondo mítico que nos lleva hasta las raíces mismas del fenómeno artístico?”.

Los maestros ya fallecidos y los actuales han legado, a la posteridad dominicana un arte luminoso y original. Sus estilos pictóricos tienen mucho que ver con los momentos que resaltan de la realidad, de los instantes de la imaginación y los puntos de partida a la hora de concebir sus obras, las cuales tienen mucho que ver con las relaciones humanas.

Con los años, su arte se hizo más sobrio y sugerente y cada maestro dio a sus obras sentido cósmico y simbólico. Y a partir de entonces, se convirtieron en creadores prolíferos y también en auténticos referentes de la novedad artística, al situar sus creaciones pictóricas por encima de lo efímero.

El predominio de sus cuadros, dibujos y esculturas representa una ola volcánica al transformar al máximo las formas y los símbolos y poner de manifiesto en sus obras en derroche de colores y atmósferas definidas. Esto constituye un importante hito y un obstinado empeño por transcender lo singular y absoluto del arte.

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