miércoles, abril 24, 2024

Las ciencias sociales al rescate de la cultura

Escrito por David Márquez

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El debate sobre políticas públicas en cultura es proceloso. Por él campan con toda suerte de controversias la especulación y la opinión, expulsando hasta márgenes prácticamente despreciables al análisis calmado, frío, pausado, acumulativo. Pareciera como si la potente materia de la que se ocupan sin renuncia las políticas culturales, la cultura, se convirtiera en materia radioactiva corrompiendo así todo aquello que está medianamente cerca.

Hablamos poco sobre la inexistencia de espacios de debate y divulgación intermedios entre la universidad y la pura opinión especulativa. Espacios que ayuden a articular un pensamiento acumulativo que a su vez fundamentaría praxis más sólidas en el ámbito de las políticas culturales. Esa dualidad en el análisis de las políticas públicas provoca una fuerte distorsión de manera que si bien en la Academia se desarrollan investigaciones que impulsan ideas, apenas trascienden a la sociedad y al debate público, y por extensión llegan torpemente al campo político. Y de igual manera, dentro de esa dualidad, el campo más fértil para el debate sobre políticas públicas, el que mejor trasciende al ámbito de la política, es el debate público en blogs y redes sociales, así como publicaciones on-line, aunque con frecuencia sea éste el menos fundamentado y riguroso.

Esta dicotomía lastra el estudio y la fundamentación de las políticas públicas en materia de cultura en nuestro país. Acostumbrados, como estamos, a sostener propuestas e ideas originadas en la especulación más noblemente humanista, nos cuesta entender que las ciencias sociales pueden ayudar, y mucho, a la planificación de políticas públicas, incluso en materia cultural. La aplicación de técnicas de investigación social, particularmente cuantitativas, se muestra como una salida legítima y eficaz para la formulación de políticas públicas. Más aún cuando la tecnología nos permite reducir el coste y ampliar el alcance de estas técnicas. Dicho esto, lo que intentaré desarrollar a lo largo de este texto no es defender una base “apolítica” para las políticas culturales, sino más bien algo mucho menos atractivo, pero mucho más interesante: que el desarrollo de aproximaciones más “cientificistas” a las políticas culturales nos permiten avanzar y afianzar el diseño e implementación de las mismas sin renunciar a su carácter político. Es decir, dejar para el debate político lo que es esencialmente político y al técnico, lo que podemos resolver de manera técnica u objetiva.

Pero veamos un ejemplo de lo que estoy argumentando. A mediados de octubre se presentaba en Bruselas el Indicator Framework on Culture and Democracy, un estudio y herramienta de análisis que ha desarrollado el Consejo de Europa junto con la Hertie School of Governance de Berlín y la European Culture Foundation de Amsterdam. En este estudio, se había utilizado un análisis multivariante que vinculaba democracia y cultura. O, mejor dicho, mediante indicadores de desarrollo democráticos y culturales, demostraban la hipótesis de partida: que un desarrollo cultural comporta un parejo desarrollo democrático y a la inversa. Algo tan sencillo como esto, puede emitirse mediante una opinión, y contra ella se podrían mantener otras tantas opiniones o, en cambio, como es el caso, demostrarlo científicamente.

Gráfico 1: Relación entre desarrollo democrático y cultural. Fuente y elaboración: IFCD

En el gráfico anterior, donde el punto rojo es el que correspondería a España, podemos ver, en función de la evaluación de unas 170 variables o indicadores de desarrollo económico y desarrollo cultural, dónde se han ido situando las posiciones de los 37 países europeos sobre los que se ha hecho el estudio de acuerdo a los valores promedio en tales indicadores. El resultado es que la media de la relación entre desarrollo democrático y cultural, que es el que expresa la línea azul, es fuerte pues la posición de gran parte de los 37 países analizados es muy cercana al ajuste ideal promedio entre desarrollo económico y cultural que indica la línea azul.

El estudio desglosa algo más esa relación a partir de la evaluación de unos componentes (agregadores de indicadores), permitiendo así ver donde se producen los desvíos más llamativos de cada país. Por tanto, si seguimos con el ejemplo de España, tal y como se puede apreciar en el gráfico que sigue, hay componentes en las que nuestro país está en la media, algunos pocos por debajo de la media y otros, sobre todo de índole cultural, en los que está claramente por encima de la media.

Gráfico 2: Zona gris refleja los valores medios del estudio y la línea roja los que corresponden a España en las diferentes componentes utilizadas. Fuente y elaboración: IFCD

Del gráfico anterior se puede desprender un cierto optimismo que habría que relativizar teniendo en cuenta que la media se obtiene de los 37 países europeos, con toda su diversidad. Es bien sabido, que la media, como medida estadística de tendencia central, es muy sensible a la existencia de valores extremos en la distribución. En este caso, por ejemplo, a países donde la relación entre desarrollo económico y cultural es mucho mejor o peor que la española. Por ejemplo, recomiendo al lector que haga la prueba en la herramienta on line de poner en relación España con los países nórdicos. En este caso, los resultados no son tan positivos.

Por tanto, lo más interesante de este estudio, y aquí es donde recupero la idea con la que iniciaba este artículo, son las aplicaciones prácticas que tiene. Una vez medidos, evaluados y puestos en relación los diferentes indicadores, podemos visualizar con claridad cuáles son los campos en los que obtenemos peores resultados, no ya solo en relación a otros países, sino en cuanto al indicador en si. Y si ustedes lo prefieren: en qué indicadores habría que actuar para que en el gráfico anterior la línea roja sea lo más circular y amplia posible.

Así, y sin incurrir en explicaciones demasiado técnicas, cada componente tiene un coeficiente de correlación con respecto a los otros que nos permite, al relacionarlos, discernir sobre qué indicadores tendríamos mejores oportunidades de actuar. Dicho de otra manera, esta herramienta nos podría ayudar a determinar en qué casos una política cultural tendría una mayor y potencial influencia. Pero veamos qué da como resultado cuando queremos ver las oportunidades de España para mejorar sus resultados priorizando la variable cultura sobre la democracia (lo que hacer en cultura que además mejore la democracia):

Gráfico 3: Cuadro de oportunidades del ICFD

Como ven, España donde tiene más opciones de actuar (opportunity) -y para entenderlo bien, ¡siempre en relación a la idea de co-desarrollar cultura y democracia!- es en políticas culturales orientadas a mejorar la participación cultural y el desarrollo de las llamadas industrias culturales. En estos dos campos además es donde la correlación de desarrollo cultural y democrático (relevance) es más fuerte.

Así pues, utilizando técnicas algo más sofisticadas provenientes de las ciencias sociales podemos elaborar conclusiones científicas que fundamenten las políticas culturales que necesitamos. Los debates estériles en los que muchas veces nos enrocamos podrían evitarse, si, al menos, el primer nivel de decisión consiguiera ser objetivado. Después hay otros niveles donde, por supuesto, se necesita la política. Si nos pusiéramos de acuerdo, tal y como demuestra el estudio, para priorizar la participación cultural dejando de lado, por ejemplo, las infraestructuras culturales, podríamos legitimar y concentrar muchas más energías para imaginar, copiar, debatir, mejorar e implementar políticas concretas que la incentivasen.

Para hacer un juego de palabras en inglés: necesitamos en cultura menos policies polemicists (polemistas de políticas) y más policies setters (definidores de políticas). En definitiva, una nueva y más pragmática ciencia política para un mundo nuevo en el que puede rendir un gran servicio.

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