Cómo los inmigrantes han causado un impacto económico – para mejor

Escrito por Carolina González-Velosa

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En el año 2015 había cerca de 250 millones de personas viviendo por fuera de su país de nacimiento. Si todos estos migrantes se agruparan, formarían la quinta nación más grande del mundo. En países que tradicionalmente han abierto sus puertas, como Estados Unidos, un 13% de la población está conformada por inmigrantes, y en Suiza o Nueva Zelanda esta proporción se incrementa a un tercio.

Dadas estas cifras, no sorprende que un cuerpo grande de investigación haya analizado de qué forma la inmigración impacta a la economía de destino. Su veredicto es claro y choca con numerosos prejuicios: la inmigración tiene impactos económicos positivos.

Esta conclusión se sustenta en abundante evidencia rigurosa que, por años, ha mostrado que la inmigración contribuye a un mayor crecimiento económico y a incrementos en productividad (ver, por ejemplo, los resúmenes de esta investigación de la Universidad de Pensilvania o de esta de la Universidad de California, Berkeley). La inmigración tiene también efectos probados en los niveles de innovación: en Estados Unidos, por ejemplo, la producción de patentes y la fundación de compañías de capital de riesgo (venture capital) están lideradas por inmigrantes (ver ejemplos en la American Economic Association o en la National Foundation for American Policy).

Hay entonces un contraste entre el mundo académico y la opinión pública, donde desde diversos sectores se argumenta que la inmigración puede ser perjudicial. Y estos argumentos enfatizan sobre todo los posibles efectos en el mercado de trabajo: existe el temor de que la inmigración perjudique a los nativos al reducir sus opciones de empleo o nivel salarial. Sin embargo, un cuerpo abundante de evidencia rigurosa muestra consistentemente que la inmigración no reduce significativamente los niveles de salario o empleo de los nativos. George Borjas, de la Universidad de Harvard, es quizá el académico que más notablemente se aleja de este consenso pues, a diferencia de la mayoría de autores, encuentra en sus estudios que la inmigración afecta significativamente a los nativos en el mercado laboral. Pero incluso él reconoce que el efecto económico neto de la inmigración sobre la economía es positivo.

Una de las razones para el desacuerdo entre lo que dicen los académicos y la opinión pública seguramente se debe a un problema lógico que los economistas laborales llamamos “la falacia de los empleos fijos”. Se trata de un argumento erróneo según el cual el número de empleos disponibles en una economía no cambia, siempre es constante. Si esto fuese cierto, los nativos necesariamente se verían afectados por la inmigración de trabajadores, bien sea porque les bajan el salario (dado que aumenta el número de trabajadores y no cambia el número de empleos) o bien porque les quitan los empleos para dárselos a los inmigrantes.

El problema de la falacia de los empleos fijos es que no reconoce la diferencia que hay entre el mercado del trabajo y el mercado de cualquier bien de consumo, como las naranjas. Es cierto que si aumenta el número de naranjas disponibles en un mercado, el precio tiene que bajar. Pero los inmigrantes no son naranjas. A diferencia de ellas, los inmigrantes consumen, producen e invierten. Compran carros, comida y casas. También crean empresas, compran acciones, pagan impuestos y ahorran para la pensión. Se ha probado que su entrada al mercado laboral incentiva a los empresarios a adoptar cambios tecnológicos o a invertir en nuevos productos más intensivos en mano de obra. Y que, en muchos casos, no compiten con los nativos en el mercado de trabajo pues se especializan en otro tipo de empleos, lo que a su vez mejora la productividad. Todo ello implica que la inmigración puede aumentar la cantidad de empleos que hay en una economía. Y este es, justamente, el consenso al que han llegado la mayoría de economistas tras décadas de investigación rigurosa.

Rara vez encontramos en la disciplina económica este nivel de unanimidad. Los beneficios económicos de la inmigración son incuestionables y es importante traer este conocimiento a la opinión pública. Pero puede ser que la discusión deba llevarse a otra esfera, en la que los argumentos económicos son secundarios. Quizá lo que debemos consensuar es la manera en la que la inmigración enriquece a las sociedades, al hacerlas más abiertas, diversas y ricas culturalmente. Quizá lo que debemos reconocer es lo mucho que ganamos al priorizar la humanidad que nos une a los extranjeros sobre la nacionalidad que nos divide.

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