Por qué los países más avanzados están recuperando tecnologías obsoletas

Escrito por Estevan Ordóñez

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Chernóbil enseñó que el ser humano crea monstruos que escapan a su control y que, ante ellos, la única defensa es el retroceso. La explosión de aquel reactor dejó una amenaza invisible en la tierra que obligaba a huir. Hay también chernóbiles virtuales; no matan, pero podrían hacer tambalear estados. Por eso, las autoridades holandesas han decidido regresar al conteo manual de los votos en sus próximas elecciones.

«Lápiz y papel», dijo el ministro del Interior, Ronald Plasterk. Ese será el método de escrutinio ante el miedo a que ciberataques rusos puedan interceder en el resultado de las elecciones. La democracia es un juego delicado, la simple sombra de sospecha sobre los comicios puede motivar oleadas de suspicacia y revanchismo. Lo mejor, para el Ejecutivo holandés, es cortar de raíz.

La paz, en democracia, se mantiene porque se extiende una confianza ciega hacia los sistemas de elección que corta una pulsión habitual en muchos ciudadanos: considerar que un resultado contrario a lo deseado procede de alguna maniobra de poder oscura, no soportar que la mayoría de tus compatriotas tiene una opinión diferente a la tuya.

Estas escapadas de lo virtual no son nuevas en cuestiones de seguridad nacional. En 2013, Rusia decidió desempolvar las máquinas de escribir tradicionales: dio una orden de gasto de casi 15.000 euros para adquirir estos aparatos que se daban por muertos y que ya no se encuentran en las tiendas. De hecho, antes de esta iniciativa ya se utilizaban en los departamentos de Defensa y Emergencia para redactar notas confidenciales.

Según la BBC, el objetivo era evitar filtraciones, reducir al mínimo el círculo de personas que puede acceder a una información. Además, en el caso de que se filtren datos resulta más fácil detectar al culpable. Lo físico como garantía de control. Los precedentes: WikiLeaks, Edward Snowden y el espionaje a su presidente del gobierno Dmitry Medvedev en la cumbre del G-20 de Londres en 2009.

Dar un paso atrás habla más de descontrol y miedo que de inteligencia. El ejército ruso, en la Segunda Guerra Mundial, aplicó la táctica de tierra quemada porque su enemigo era incomprensible e inabarcable. La de hoy es una táctica de tecnología quemada, deshabitar lo virtual, refugiarse en lo tangible.

En 2014 se supo que Estados Unidos espiaba sin medida, incluso metía el hocico en la vida de sus aliados. Angela Merkel dio orden de limitar la colaboración de la inteligencia de su país con la de los norteamericanos. El diputado Patrick Sensburg se rebeló y abogó también por sustituir los ordenadores por máquinas de escribir para que la Agencia de Seguridad estadounidense (NSA) dejara de colar el ojo por las rendijas.

El autor de El quinto elemento, Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña, advirtió de la vulnerabilidad de los dispositivos móviles inteligentes y contó a La Voz de Galicia que hay un mercado de teléfonos móviles viejos que se están recuperando por cuestión de seguridad.

Cuando Barack Obama aterrizó en la Casa Blanca le cambiaron su BlackBerry por un iPhone al que le caía bien el calificativo dumbphone o móvil tonto. Así se quejó en televisión, le habían dado un «teléfono de juguete». Los servicios de inteligencia habían metido mano al aparato para incapacitarlo casi en su totalidad extirpándole la capacidad de hacer fotos, reproducir música, enviar mensajes de texto o correos electrónicos.

Donald Trump, por su parte, también recibió un aparato capado, intervenido y destripado como el de su predecesor, pero según las últimas informaciones tampoco en la seguridad ha renunciado a su temperamento kamikaze y sigue tuiteando desde su Samsung Galaxy. Los sistemas de cifrado de los que se vanaglorian las marcas de smartphones no nos salvan de ataques piratas. Cualquier móvil del mercado puede ser hackeado a base de insistencia, y en el dispositivo del líder de uno de los países más poderosos del mundo va a insistirse mucho.

Pero el nuevo presidente de Estados Unidos domina el arte de vivir en la pura contradicción. De pronto, este francotirador de red social abogó por resucitar la importancia del correo a través de mensajero. Aseguró que es el único método capaz de asegurar que una información verdaderamente importante no sea interceptada.

La de internet es una realidad suplementaria creada por el ser humano. Una forma de comunicación que rompe las barreras de la física y se articula del modo más conveniente para unos ritmos y unas ambiciones que empezaban a sobrepasar lo que la naturaleza podía ofrecer por sí misma. Lo virtual es una tergiversación del mundo con fines prácticos.

Entre las ambiciones de la red: crear un entorno que lo rigiera todo y que, además, pudiéramos controlar. Pero con el tiempo, la maravilla de internet ha sido parecerse cada vez más a la naturaleza, asumir su aleatoriedad, su arbitrariedad. De modo que, hoy, lo palpable, en muchos casos, aparece como un lugar más apacible y menos arriesgado para nuestra integridad personal.

Algunos miembros del gobierno holandés que rechaza el conteo electrónico de votos temen comunicarse entre sí por teléfono. Así lo confesó Lodewijk Asccher, vice primer ministro. En el ámbito tecnológico, más que en cualquier otro, ser un paranoico no quiere decir que no te estén persiguiendo.

Venezuela, Ucrania, ahora Estados Unidos… La simple sospecha de trampeo en unos comicios electorales puede desencadenar una catástrofe. Se crea un limbo entre los ciudadanos partidarios de cada candidato en el que nadie tiene información suficiente. El otorgamiento de legitimidad depende entonces de convicciones y simpatías. Un terreno pantanoso. La fiabilidad de la técnica de escrutinio electoral es el pilar discreto que mantiene unidos y vivos los valores democráticos de un país.

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