Los retos de la medicina para entender mejor los trastornos mentales

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Nada degrada a los grandes pensadores de la historia con más rapidez que leer sus declaraciones sobre las causas de la locura. A lo largo de los siglos, las enfermedades mentales se han atribuido a cualquier cosa, desde una “enfermedad del espíritu” (Aristóteles) y un “desequilibrio humoral” (Galeno) hasta la fijación autoerótica (Freud) y la debilidad del estado jerárquico del ego (Jung).

Se esperaba que la llegada de la psiquiatría biológica, en las décadas más recientes, aclarara las cosas al detallar cómo las anormalidades del cerebro dan origen a toda la variedad de aflicciones mentales. Sin embargo, aún no se alcanza la meta, y quizá tampoco suceda en un futuro cercano.

Aun así, la futilidad del esfuerzo promete inspirar un cambio en la cultura de la ciencia conductual en las próximas décadas. La manera de hacerlo a futuro requerirá de una colaboración más cercana entre los científicos y las personas a las que tratan de comprender, una tarea mutua basada en la apreciación compartida del punto en el que se encuentra la ciencia y por qué no ha logrado avanzar más.

“Debe haber mucho más intercambio entre los investigadores y las personas que padecen estas enfermedades”, comentó Steven Hyman, director del Centro Stanley para la Investigación Psiquiátrica en el Instituto Broad del MIT y la Universidad de Harvard. “No puede haber investigación sin ellos y ellos deben estar convencidos de que es prometedora”.

El rumbo de la sección de Ciencia de The New York Times coincide en gran medida con la deconstrucción y reconstrucción de la psiquiatría. Durante los últimos cuarenta años, el campo se ha reconstruido desde su interior, alterando de manera radical cómo hablan los investigadores y las personas acerca de las causas de las aflicciones mentales persistentes.

El plano de reensamblaje fue la revisión en 1980 de la guía de campo para la psiquiatría: el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, que excluyó eficazmente las explicaciones psicológicas.

Ya no se usaba el rico lenguaje freudiano acerca de conflictos ocultos, junto con las teorías vacías de una “maternidad” incorrecta o insuficiente. La depresión se convirtió en un conjunto de síntomas y conductas; al igual que el trastorno obsesivo compulsivo (TOC), el trastorno bipolar, la esquizofrenia, el autismo y todo lo demás.

Esta estructura modernizada les pareció a muchos terapeutas como una mansión de mal gusto del mundo conductual: una monstruosidad vulgar y gigantesca. Pero no había duda de que las tuberías funcionaban, la luz era mejor y los inquilinos tenían un lenguaje claro previamente acordado.

Ahora los investigadores tienen etiquetas más organizadas para trabajar; herramientas más sofisticadas, incluyendo resonancias magnéticas, modelos animales y análisis genéticos para guiar sus investigaciones acerca del cerebro; además de que tienen un conocimiento mayor respecto a las razones por las que los medicamentos disponibles y las técnicas de la psicoterapia aliviaron los síntomas de muchos pacientes.

Los periodistas de ciencia, y sus lectores, también pudieron comprender la nueva terminología con mayor facilidad. Con el tiempo, los problemas mentales se convirtieron en trastornos mentales, luego en trastornos cerebrales, quizá causados por una conexión equivocada, “desequilibrios químicos” o por la genética.

Sin embargo, la ciencia real no respaldó esas interpretaciones. A pesar de los miles de millones de dólares invertidos en financiamiento para la investigación y los miles de artículos publicados, la psiquiatría biológica les ha dado a los médicos y a los pacientes muy poco valor práctico, independientemente de una causa o cura.

No obstante, ese fracaso proporciona dos indicadores valiosos para los próximos cuarenta años de investigación.

Uno es que el sistema de diagnóstico de la psiquiatría que ahora es estándar (la estructura bien iluminada, con todas sus etiquetas) no tiene correspondencia con ninguna biología compartida. La depresión no es una sola enfermedad, sino muchas, que expresa distintos rostros en diferentes personas. Sucede lo mismo con la ansiedad persistente y el estrés postraumático, y con los problemas de personalidad como el trastorno limítrofe de la personalidad.

En consecuencia, la labor de los científicos biológicos puede ser más valiosa con las personas que tienen problemas altamente hereditarios y específicos. Esta área de investigación se ha topado con muchos callejones sin salida, pero hay pistas prometedoras.

En 2016, investigadores del Instituto Broad descubrieron pruebas fehacientes de que el desarrollo de la esquizofrenia está relacionado con los genes que regulan la poda sináptica, un proceso natural de reorganización del cerebro que aumenta durante la adolescencia y los primeros años de la adultez.

“Ahora seguimos de cerca la pista de ese descubrimiento”, comentó Hyman. “Se lo debemos a quienes están padeciendo este diagnóstico”.

Los científicos también prevén un avance en el entendimiento de la genética del autismo. Matthew State, director de Psiquiatría en la Universidad de California, campus San Francisco, comentó que, en un subgrupo de personas con el espectro autista, “los primeros diez genes asociados tienen efectos importantes, de modo que hay grandes probabilidades de que un ensayo clínico usando esas terapias genéticas esté al alcance”.

El segundo indicador está relacionado con el impacto de la biología.

Aunque hay muchas excepciones importantes, al parecer las diferencias medibles en la biología cerebral contribuyen solo en una pequeña proporción a incrementar el riesgo de desarrollar problemas mentales persistentes. Por supuesto, la herencia genética influye, pero está muy lejos de ser la única “causa” en la mayoría de las personas que reciben un diagnóstico.

El resto del riesgo está formado por la experiencia: la desastrosa combinación del trauma, el consumo de drogas, las crisis de pérdida e identidad que conforman el historial íntimo y personal del individuo. La biología no tiene nada que decir respecto a estos factores, pero las personas sí. Millones de individuos que desarrollan una enfermedad mental discapacitante se recuperan por completo o aprenden a manejarla de manera que pueden llevar una vida completamente normal. Juntos conforman una reserva de información científica que no había sido abordada hasta hace muy poco.

Gail Hornstein, profesora de Psicología en Mount Holyoke College, desarrolla un estudio en personas que asisten a reuniones de la Red de Personas que Escuchan Voces, un grupo que es parecido al de Alcohólicos Anónimos, en el que la gente puede conversar sobre sus problemas de salud mental.

Muchos participantes son veteranos del sistema psiquiátrico, gente que recibió múltiples diagnósticos y ha decidido abandonar la atención médica. El estudio analizará sus experiencias, sus técnicas personales para el manejo del estrés y las características distintivas que explican la efectividad de la Red de Personas que Escuchan Voces.

“Cuando las personas tienen la oportunidad de involucrarse en conversaciones frecuentes y profundas con otras personas que han tenido experiencias similares, su vida se transforma”, comentó Hornstein, quien ha registrado el desarrollo de la red y su crecimiento en Estados Unidos. “Comenzamos con el marco de entendimiento de una persona y avanzamos a partir de ese punto”.

Y agregó lo siguiente: “Hemos subestimado el poder de la interacción social. Hemos visto a personas que llevan años en el sistema, que han tomado todos los medicamentos existentes. ¿Cómo es posible que esas personas se hayan recuperado mediante el proceso de conversar con otros? ¿Cómo sucedió? Esa es la pregunta que debemos responder”.

Para ir más allá de la futilidad de los últimos cuarenta años, los científicos necesitan trabajar con la genética no solo de abajo hacia arriba, sino también de arriba hacia abajo, guiados por las personas que han lidiado con enfermedades mentales y que las han superado.

Su experiencia está empapada del dolor de haber sido malinterpretados y, con frecuencia, de haber recibido el tratamiento equivocado. Pero ese también es el tipo de experiencia que los investigadores necesitarán si esperan construir una ciencia que alcance a describir, ni hablar de predecir, la complejidad del padecimiento mental humano.

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