Ni apocalípticos ni integrados: los efectos pragmáticos del uso de las redes sociales

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A comienzos de los ‘60, el semiólogo Umberto Eco nos advertía que suele haber dos posturas antagónicas frente a los medios masivos: una apocalíptica, concentrada en efectos catastróficos, y otra integrada, enfocada en efectos utópicos. Un relevamiento de las investigaciones sobre el uso de las redes sociales en Iberoamérica muestra que no resulta productivo adoptar ninguna de estas dos posturas. Lo que surge, en cambio, es la prevalencia de efectos pragmáticos: ahí donde las lógicas y procesos institucionales siguen siendo fuertes, el uso de las redes ha tendido a propiciar cambios moderados; por el contrario, en contextos sociales menos establecidos, la adopción de las redes ha propulsado lógicas nuevas.

Estas son las conclusiones que surgen de un análisis de 160 textos académicos y reportes provenientes de organismos internacionales y think tanks. Los resultados del estudio han sido publicados por la revista española El Profesional de la Información, en un artículo accesible de forma abierta y gratuita.

Instituciones públicas con cambios moderados. Solemos esperar un gran potencial de parte de las llamadas “nuevas” tecnologías de la información y la comunicación a la hora de modificar instituciones de la vida pública, y las redes no son la excepción a ese deseo. Desde su surgimiento, gran cantidad de investigaciones se han preguntado por la capacidad de estas plataformas de transformar la gestión de las campañas electorales, la comunicación entre gobiernos locales y ciudadanía, y la producción y circulación de noticias.

En algunos casos, se comprueban cambios novedosos. Un trabajo realizado en 2017 por la académica Magdalena Saldaña y colegas indica que las redes sociales, sobre todo Twitter, se han legitimado como fuente válida para la labor periodística en medios de América Latina, que se ha tornado más participativa. Pero en muchos otros casos lo que prevalece es la lógica de los medios tradicionales, como la televisión o la radio. Aunque las redes técnicamente den la posibilidad de un espacio de comunicación de ida y vuelta entre gobierno y ciudadanía, se comprueba un uso donde el gobierno le habla a la ciudadanía, pero no viceversa. Los investigadores Roberto Rodríguez-Andrés y David Álvarez-Sabalegui, en un trabajo de 2018, reúnen información sobre el uso de redes sociales como Instagram, por parte de parlamentos españoles, y encuentran una comunicación sobre todo informativa, alejada de la participación y la interacción.

Si para ciertas instituciones de la vida pública, el cambio imaginado de las redes ha tendido hacia la lógica tradicional de los medios, el panorama es distinto para áreas como educación, salud, y turismo. Acá aparecen más elementos novedosos que en otras instituciones sociales. Muchas universidades de la región, por ejemplo, establecen prácticas comunicacionales en redes como Twitter que movilizan a sus comunidades educativas, según los resultados de un trabajo de 2012 hecho por la especialista Alba Patricia Guzmán-Duque y colegas. En salud, los canales tradicionales de comunicación ven el surgimiento de foros paralelos de debate. Esto puede tener consecuencias significativas para temas centrales de salud pública, como el del discurso antivacuna, tal como indica un trabajo de 2019 de Ubaldo Cuesta-Cambra y equipo. Finalmente, el ámbito del turismo también vive transformaciones relevantes. Un estudio de Isabelle Simões Marques y Michèle Koven, publicado en 2017, muestra cómo jóvenes que emigran desde Portugal hacia Francia resignifican su experiencia de diáspora a través de grupos de Facebook, donde comparten y construyen experiencias colectivas de viajes turísticos.

Grupos sociales empoderados. Especialmente desde los sucesos de la llamada Primavera Árabe, muchos estudios se han interesado por entender si las redes sociales pueden ser utilizadas para la organización de la acción colectiva, y la visibilización de los intereses de diversas minorías. En Iberoamérica, la apropiación de las plataformas se ha asociado a procesos de empoderamiento por parte de distintos grupos sociales. La investigadora Carolina Matos, en un artículo de 2019, indaga acerca de la relación entre feminismos y redes para el caso de Brasil, y encuentra que estas pueden funcionar como espacios transnacionales para la circulación de discursos contra-hegemónicos.

El caso de Ni Una Menos ilustra el impacto que las redes pueden tener en la articulación y el alcance de reclamos sociales. El especialista Luis Carlos Castro estudia, en un trabajo de 2018, cómo la territorialidad y la virtualidad se combinaron en este caso para facilitar una comunicación horizontal, viralizar la difusión de la convocatoria, y reunir a distintos grupos alrededor de una misma causa. Para su tesis de maestría, la estudiante Cecilia Sjöberg entrevistó en 2018 a activistas del colectivo y demostró que plataformas como Facebook, Twitter y WhatsApp fueron herramientas centrales para difundir información y generar lazos de solidaridad a la distancia.

Las comunidades marginadas también ven en las redes sociales un lugar de empoderamiento. La académica Nell Haynes escribe, en su libro de 2016, acerca de los modos en que una comunidad chilena históricamente marginada construye y afirma su identidad local a través de redes como Facebook. Algo similar se comprueba para el caso de una favela en Vitória, Brasil, analizado por el investigador David Nemer en 2016. Según el autor, un uso no instrumental de las redes sociales termina por reforzar lazos comunitarios, facilita oportunidades de aprendizaje, y abre posibilidades económicas.

Estos hallazgos sugieren que la mera existencia de las redes sociales en la región iberoamericana no trae aparejada consigo la transformación radical de hábitos institucionales o sociales. Las redes son parte de un sistema mediático más abarcador e híbrido, como plantea el investigador Andrew Chadwick, donde las lógicas de los medios tradicionales se chocan y entrelazan con aquellas de los nuevos medios. Es en ciertos grupos, en relación con usos específicos, y a través de mecanismos puntuales que se observan cambios significativos.

Por lo tanto, ni apocalípticos ni integrados: el siglo XXI parece ser la etapa de los efectos pragmáticos. El tiempo dirá si las variaciones moderadas en instituciones establecidas se acumularán dando lugar a transformaciones radicales, y si los usos más innovadores que se ven en espacios menos establecidos darán lugar a un nuevo statu quo. Lo que sí empieza a quedar claro es que las visiones distópicas de redes todopoderosas que corrompen la democracia y generan adicción a las pantallas tienen más seducción como relato que basamento científico.

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