¿Alguna vez has tenido un problema que no podrías resolver sin la ayuda de un amigo? Lo más seguro es que la respuesta sea sí. Sin embargo, esa situación puede persistir y causar molestias en lo emocional, social y/o laboral. En ese caso, así como vas con el dentista o el cardiólogo, lo correcto sería acudir con un especialista de la conducta o de la salud mental.
Aunque no es lo que suele pasar, pero contar nuestros problemas y experiencias a alguien que apenas conocemos, puede ser algo que genere incomodidad y cierto grado de angustia. De ahí que surgen pensamientos como: “¿Para qué ir al psicólogo si puedo hablar con un amigo o una amiga?”. O pueden darse los comentarios con un pero al final: “Sé que tengo que ir a terapia pero…”. Puras defensas, o miedos disfrazados de excusas que, a la larga, hacen “más cara la sal que el chivo”.
Y no es que se desvalorice la importancia de tener amigos. Para nada. Todo lo contrario. Son sinónimos de confianza, lealtad, apoyo, seguridad y una que otra discusión de vez en cuando. No obstante, existen situaciones en las que la persona necesitará sentirte comprendida y escuchada sin que nadie le juzgue; adquirir herramientas para solucionar los conflictos, en vez de consejos sobre lo que le funcionó a una persona distinta a ella; estar en un espacio seguro y que respeta la confidencialidad. En definitiva, tener un lugar de crecimiento donde será acompañada en su proceso de cambio. Elementos que podrá encontrar en manos de un terapeuta. Y dada la importancia que tienen los amigos en cada etapa de nuestra vida, tú sabrás que podrás contar con ellos en caso de que quieras compañía al momento de ir a tu primera cita. Inclusive serán ellos/ellas quienes te sigan dando ánimos para que continúes dejando aquello que ya no deseas en tu vida mientras te acercas al estado de bienestar que sí contempla lo que quieres una vez empieces y te dirijas al centro de salud mental que consideres.
