¿Son los 80 los nuevos 65?

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Hay mucha vida después de la jubilación. Casi dos décadas en algunos casos. Y encima, gozando de más bienestar que nunca. Hoy por hoy, los años que nos restan cumplidos los 81 equivalen a los que nos quedaban por vivir a los 65 en 1900. Si hacemos las cuentas, significa que hemos ganado 16 años. Como dirían “los modernos”, los 80 son los nuevos 65.

Por eso algunos autores defienden que, más que envejecer, la población está rejuveneciendo. El incremento de la esperanza de vida en España es fruto de un buen sistema de salud público y de un sistema de pensiones adecuado; que juntos nos han permitido no solo ganarle años a la vida sino también sumar calidad.

¿Cuanto vamos a vivir?

Claro que la evidencia científica nos dice que la capacidad de enfrentar la etapa postjubilación no es universal. Sin ir más lejos, la longevidad guarda una estrecha relación con el sexo, la trayectoria vital de las personas y su nivel socioeconómico. Según datos del INE (2018), la esperanza de vida de mujeres alcanza los 85,9 años de media en España y 80,5 años en el caso de los hombres.

Por otro lado, los años que le ganamos a la vida se ven muy influidos por determinantes sociales como nuestro nivel de estudios, lugar de residencia o trayectoria laboral. En cuanto a la formación, las últimas cifras hablan de un incremento en la longevidad de 2,2 años en el caso de los hombres que cursan estudios secundarios con respecto a los primarios. Y de 4,3 años en el caso de las mujeres.

¿Y qué hay del lugar de residencia? Según el estudio sobre Indicadores Urbanos del INE (2019), hay una diferencia de más de 6 años en la esperanza de vida entre el municipio más rico de España (Pozuelo de Alarcón, Madrid) y el más pobre (La Línea de la Concepción, Cádiz). El nivel socioeconómico afecta indiscutiblemente a la longevidad. No es igual para todo el mundo.

Cómo pinta la postjubilación también depende de qué decisiones que se tomen en torno al sistema público de pensiones. En España es un sistema solidario de reparto. Se sustenta en la solidaridad entre generaciones (personas trabajadoras y jubiladas), entre clases sociales (diferencias de aportaciones a partir de la renta) y territorios (zonas geográficas con más o menos aportación). Este modelo, que establece pensiones mínimas y máximas, reduce en gran medida las diferencias económicas de la etapa laboral.

La garantía pública de una pensión suficiente que permita enfrentar la vejez con dignidad es fundamental para este tránsito. Sobre todo tras saber que, según un reciente estudio del Instituto alemán Max Planck de Investigación Demográfica (MPIDR), los hombres con pensiones bajas viven, de media, cinco años menos que aquellos con pensiones más altas.

Los años que le ganamos a la vida se ven muy influidos por determinantes sociales como nuestro nivel de estudios, lugar de residencia o trayectoria laboral.
Los años que le ganamos a la vida se ven muy influidos por determinantes sociales como nuestro nivel de estudios, lugar de residencia o trayectoria laboral.

Pero el sistema de pensiones no es en absoluto indiferente al incremento de la esperanza de vida. Y caben varias medidas para apoyar sus sostenibilidad. Entre ellas, elevar las cotizaciones, reducir la precariedad laboral o subir los salarios. Aunque sin duda la más conocida es el aumento de la edad de jubilación. La Ley 27/2011 incrementó progresivamente el umbral de la jubilación de los 65 a los 67 años. Claro que, si nuestra trayectoria educativa o laboral puede marcar los años que nos quedan por vivir, ¿es justo y equitativo implementar esta decisión para todas las personas trabajadoras por igual?

¿Tras la jubilación qué?

La población jubilada no es uniforme. Generalizando mucho, podríamos hablar de dos grandes grupos con necesidades muy distintas. De un lado, quienes tras la retirada del mundo laboral demandan actividades de ocio o formación, que previenen la dependencia. De otro, las personas con necesidades de cuidados permanentes.

Es amplia la evidencia científica que apunta a que una etapa postjubilación activa en el deporte, el ocio, la formación y la participación social incrementa la salud y contribuye a prevenir el envejecimiento funcional. Un reciente estudio realizado por cardiólogos/as de Francia sacaba a la luz los tremendos beneficios del ejercicio físico regular para el corazón.

Paralelamente, la Universidad Estatal de Humboldt (California) encontró pruebas de los aportes del deporte en la vejez para la prevención del deterioro metabólico. A lo que se suma que otro estudio liderado por la Universidad Goethe de Fráncfort (Alemania) reveló que el ejercicio aeróbico mejora las funciones cognitivas y contribuye a prevenir la demencia.

Con todo y con eso, no hay que olvidar que la condición socioeconómica también ofrece distintas oportunidades en la participación y el ocio, no solo derivadas de la capacidad económica con la que se enfrenta la vejez –vinculada a la trayectoria profesional de cotización–, sino también del nivel educativo o del lugar de residencia. Aspectos que habría que tener muy presentes para el diseño, la planificación y la toma de decisiones políticas.

Jubilación activa

Abrirle la puerta a la jubilación es cruzar a un mundo en plena trasformación. Las evidencias científicas en este campo nos aportan claves para prever cómo de larga y saludable será nuestra trayectoria vital, pero también para decidir cómo queremos vivirla.

El colectivo de personas jubiladas, personas mayores o personas en situación de dependencia son cada vez más protagonistas de su propia vida. Su papel activo y participativo en las distintas dimensiones de la vida y la sociedad dibujan un tiempo nuevo. Con cambios necesarios que ojalá caminen hacia alianzas colectivas para una sociedad más cohesionada y socialmente más sostenible.

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