Posiblemente el apodo haya resultado inimaginable en aquellos tiempos en Escocia, pero en nuestro país era conocido como “Pancho”. Francisco Drummond había nacido en Dundee el 20 de septiembre de 1798 y se hizo marino. Su padre y cuatro de sus hermanos habían muerto en combate. El continuó la tradición familiar y bajo las órdenes del almirante Thomas Cochrane combatió para el imperio del Brasil contra Portugal.
De vuelta en el viejo continente, en 1826 pidió la baja y se embarcó al Río de la Plata, para pelear para nuestro país contra el Brasil. A fines de ese año se incorporó a la fuerza naval que comandaba el almirante Guillermo Brown, y fue destinado a la escuadrilla que operaba en el río Uruguay.
En enero de 1827 fue designado capitán de la goleta Maldonado, originariamente un barco capturado al enemigo. En el combate de Juncal, entre el 8 y el 9 de febrero de 1827. se batió durante dos días contra la goleta Bertioga, a la que finalmente capturaría luego de destrozarle su palo mayor y matar a gran parte de su tripulación. Eso le valió la medalla del Escudo del Plata y el ascenso a Sargento Mayor.
Drummond se había comprometido con Elisabeth, familiarmente llamado Elisa, la hija mayor del almirante irlandés Guillermo Brown y de Elizabeth Chitty.
La chica había nacido el 31 de octubre de 1810 y con su familia vivía en Cannon House, o Casa Amarilla, situada sobre lo que hoy es la avenida Martín García. Se habían conocido en las visitas que el escocés le hacía a Brown –que había llegado a estas tierras en 1810- y tenían planeado casarse.
Ya como comandante del Bergantín Independencia, una nave con 22 cañones, peleó en la batalla de Monte Santiago, cuya misión era la de rescatar barcos que por un error de cálculo, habían quedado encallados.
El sacrificio de Drummond
Fue un combate feroz, que dura entre 7 y el 8 de abril de 1827. En su momento más dramático, el Independencia había perdido sus mástiles y Drummond había ordenado tirar por la borda una docena de cañones para que la nave no se hundiese.
La mitad de sus hombres estaban muertos o heridos, se le había terminado la pólvora y hasta había usado eslabones de cadenas como proyectiles.
A Drummond le llegó la orden del almirante Brown de quemar la nave. Sin embargo, el joven escocés, al que una esquirla le había volado una de sus orejas, pretendió continuar resistiendo. Dejó al mando al teniente Ford y en un bote junto a su segundo, se dirigió a los otros buques para solicitarles municiones.
Primero fue al República, que también estaba escaso de pólvora y proyectiles y cuando subía a la goleta Sarandí, una bala de cañón impactó en su lado derecho del cuerpo, destrozándole la cadera.
Fue llevado a la cámara del capitán. Sintiéndose morir, le dijo a su amigo, el capitán John Coe: “Querido Juan, se me nubla la vista. No veré más las montañas de Escocia. Este reloj es para mi madre, este anillo es para Elisa. Dile al almirante que he cumplido con mi deber y muero como un hombre”.
Guillermo Brown, que había salvado milagrosamente su vida ya que un disparo fue a dar en un libro que llevaba en su bolsillo, alcanzó a verlo con vida.
-Pancho, ¿me conocés? – le preguntó.
-Almirante, muero cumpliendo con mi deber – le dijo.
-Si, mi querido hijo, has hecho tu deber
Moriría tres horas después.
Había sido un combate muy desigual, donde dos bergantines y una goleta hicieron frente, durante dos días, a 18 barcos enemigos.
Cuando la flota patriota se acercó a la costa de la ciudad, el cañón de uno de los buques anunció que traía a un jefe muerto.
Lo más difícil para el experimentado almirante fue darle la noticia a su hija. La chica, de 17 años, sintió el impacto y sus padres se preocuparon por ella. Su madre temió que enloqueciera.
Fue velado en el comando de Marina. Cada cuarto de hora sonaba un cañonazo. Sus restos fueron acompañados por un multitudinario cortejo al cementerio de disidentes, que funcionaría hasta 1833 en Juncal y Suipacha. Allí, el reverendo Armstrong pronunció las oraciones fúnebres.
Un diario publicó: “El entierro ha sido con la pompa y la solemnidad dignas de tan benemérito oficial. Sus compañeros de armas, y respetables ciudadanos nacionales y extranjeros, a porfía, se han disputado conducir sus restos al cementerio, mientras que el cañón, dejándose oír cada cuarto de hora, llevaba el sentimiento a todas las clases sociales por una pérdida tan sensible como irreparable”.
Muerte de Elisa
El 27 de diciembre de 1827, a Elisa la encontraron ahogada en el río, en el canal de las Balizas, cerca de la quinta del amigo de su padre, Mateo Reid.
La noticia la reveló Juan Ramón Balcarce en una carta al general Juan Antonio Lavalleja: “Ayer ha sucedido una catástrofe que todos lamentan. El general Brown estaba a bordo de la Escuadra cuando su hija mayor, de diecisiete años de edad, se fue a bañar a las seis de la tarde y se ahogó en el canal de las Balizas, a la vista de su hermanito menor que la acompañaba”.
Autores literarios tejieron la versión de que se había suicidado, vistiendo su traje de novia.
Brown había estado con su escuadra todo el día y recién se enteró cuando llegó a su casa cerca de la medianoche.
Fue enterrada junto a su prometido el 28 de diciembre por la tarde. El cortejo fúnebre estuvo compuesto por 40 carruajes, llevando a personalidades de la ciudad, entre ellas el gobernador, el cónsul británico y oficiales de marina.
Sus padres mandaron colocar una lápida con la leyenda: “Consagrada a la memoria de la señorita Elisa Brown. Nació el 31 de octubre de 1810. Murió el 27 de diciembre de 1827, víctima de la onda traidora”. Y más abajo: “Tus padres doloridos, admiradores de tus virtudes y que lloran tu desgraciado destino, inclinándose ante los mandatos de Dios, levantan este mármol sobre la tierra que cubre tus despojos”.
El British Packet, un diario que se editaba para la comunidad inglesa, escribió sobre la muerte de Elisa: “Dios quiera que puedan crecer las violetas en su tumba”.