Confianza y gobierno: una relación en estado de emergencia

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Cuando habla­mos de con­fianza, habla­mos de esa expectativa que se tiene de que una persona o grupo será ca­paz y actuará de manera adecuada en una deter­minada situación y pensa­mientos.

Sin embargo, cuando la trasladamos al sistema po­lítico, la realidad lacera una y otra vez esas expectativas que tienen los ciudadanos sobre estos actores, mani­festada, entre otras cosas, a través del voto. Esto no es exclusivo de nuestro país, sino una tendencia global que va dejando entrever el desgaste de los partidos tra­dicionales que hoy están muy asociados a corrup­ción, capitalismo aplastan­te, agendas poco inclusivas y muchas promesas incum­plidas, lo que a su vez re­percute en desconfianza y malestar en los sistemas de­mocráticos.

Precisamente este último síntoma puede apreciarse en los resultados del baró­metro de confianza de Edel­man de este año 2022, don­de puede apreciarse cómo la desconfianza arropa a países con sistemas democráticos.

En un ensayo del catedrá­tico francés Pierre Rosanva­llon sobre Democracia en el Siglo XXI, muy vigente aún en estos días, hace hincapié en lo que para él es una de las causas de la desafección de­mocrática y centro del pro­blema: el declive del des­empeño democrático de las elecciones. Describe que “las elecciones tienen hoy menor capacidad de repre­sentación por razones ins­titucionales y sociológicas. Desde una perspectiva ins­titucional, la creciente cen­tralidad del Poder Ejecutivo ha modificado la noción de representación.”

Sin dudas, la desconfianza cala y lo hace a niveles muy profundos; no solo en los go­biernos, sino en la relación interpersonal. Preocupa que, la confianza a nivel mundial, el porcentaje de personas que creen que se puede con­fiar en la mayoría de la gen­te (confianza generalizada o “interpersonal”) bajó del 38% en el período 1981–1985 al 26% en 2016–2020, según datos de la Encuesta Mundial de Valores. Esto pa­ra América Latina y El Caribe no es diferente, ya que en es­te mismo estudio se cita que la reducción ha sido aún más drástica, pasando los nive­les de confianza del 22% al 11%. Solo una de cada diez personas considera que se puede confiar en los demás. En cambio, en las economías avanzadas, la confianza se ha mantenido en niveles relati­vamente estables, muy por encima de América Latina y el Caribe, destaca el informe del BID en su libro “Confian­za: la clave de la cohesión so­cial y el crecimiento en Amé­rica Latina y el Caribe”.

La desconfianza en los es­tamentos públicos donde se organiza el poder político, sumada a la capacidad de movilizaciones sociales ob­viando las organizaciones formales gracias a las tecno­logías, distingue a una gene­ración donde la diversidad, la voz de las minorías y el escru­tinio/ exigencias a los acto­res políticos está mucho más exacerbada.

El Barómetro de Con­fianza de Edelman 2022 si­túa el nivel de confianza de la población mundial en los gobiernos en un 52%, así como su ubicación en un cuadrante negativo co­mo antiéticos y poco com­petentes, en comparación con otros tipos de organiza­ciones. Si comparamos es­te resultado con los últimos tres años, la población no ha logrado tener confian­za en los gobiernos, mos­trándose estancada en una espiral de desconfianza: en 2019 (47%), en 2020 (49%) y en 2021 (53%).

La confianza es uno de los fundamentos más importan­tes para construir la legitimi­dad y la sostenibilidad de un sistema político. Además, es necesaria para el funciona­miento justo y efectivo de las instituciones públicas.

Los gobiernos, ese conjun­to de órganos a los que insti­tucionalmente les está con­fiado el ejercicio del poder político, se apalancan en la Administración Pública, en­cargada de llevar a la prácti­ca el programa de gobierno y de satisfacer los intereses ge­nerales. Sin embargo, la co­municación pública, esa que se hace desde las organiza­ciones públicas, encuentra importantes retos y oportu­nidades para su profesiona­lización, paso imprescindi­ble para dimensionar esta gestión y orientarla hacia la gestión de intangibles (con­fianza, legitimidad,etc…) y de la reputación, dos aspec­tos básicos para procurar su capital social.

¿Cómo lograremos la co­herencia entre las promesas, la ejecución y los resultados? He aquí un reto, uno con ma­tices tanto de gestión como de reputación.

Hablar de reputación en el sector público puede resultar complejo si no tomamos en

cuenta las particularida­des del sector y su realidad. Sin embargo, no tenemos duda en que puede gestio­narse y con ella gestionar la legitimidad de las institucio­nes.

Vivimos tiempos de incer­tidumbre, donde cada vez debemos asumir nuestro rol social con más responsabili­dad. El ciudadano tiene pa­sar de las exigencias y que­jas a la participación activa real, elevando su conoci­miento sobre la actuación pública y haciendo uso de los mecanismos de parti­cipación ciudadana que existen; además, comien­za a ser imperativo dejar de “comprar” la narrativa de que en 4 años se arregla un país y comenzar a elegir por propuestas, coherencia y aspiraciones realistas que sumen a la solución progre­siva de los problemas socia­les. Para eso, tenemos que involucrarnos.

De su parte, los gobiernos deben dejar de ”pedir” con­fianza. La confianza no se pide. La confianza es un ele­mento importante a la hora de construir reputación y al igual que esta, se gana a tra­vés de la experiencia con las instituciones, sus servicios, servidores y actuación.

Los funcionarios pueden incorporar atributos desea­dos a la hora de construir la narrativa, pero si esto no encuentra soporte en la realidad, pocos efectos ten­drán. La única ruta viable y sostenible es el lideraz­go responsable: competen­te, inclusivo, ético, íntegro y coherente.

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