A veinte años del asesinato de José Llenas Aybar

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A nuestro país no le faltan tragedias, ni horrores, ni escasean las ocasiones para asombrarnos ante la maldad y la crueldad que el ser humano es capaz de mostrar.

Los medios, testigos de la realidad cotidiana, nos entregan cada día historias que duelen a alguien, que afectan a alguna familia, que trastocan las circunstancias de algún lugar. Pero pocas, muy pocas veces, una historia ha tenido el poder absoluto de sacudir al mismo tiempo, con la misma fuerza, y por tantos años a toda la nación como aquel fin de semana hace ya 20 años, en el que José Rafael Llenas Aybar desapareció en Piantini para reaparecer a medio zambullir, apuñalado 34 veces, en una cañada de Pedro Brand, contando apenas con 12 años.

Hace poco pregunté en varios grupos de amistades “¿Cuáles han sido las noticias que más han impactado en nuestro país?”. Era una interrogante deliberadamente genérica y abierta para no añadirle sesgos. En medio del abanico de crímenes y tragedias, indefectiblemente el asesinato de José Rafael fue mencionado, casi siempre en los primeros lugares. Llamó mi atención que aún personas jóvenes, que para la época eran tan niños como José Rafael, hicieron mención del llamado “Crimen del Siglo”.

Aquella vez, lo supimos después, asistimos a un drama nacional, uno que no tuvo final feliz para nadie nacido en nuestra isla. Si bien los afectados directos fueron miembros de familias de clase media alta, el balance de los hechos hirió a toda la sociedad de forma brutal. El secuestro ocurrió el viernes 3 de mayo y ya para la mañana del sábado, sin redes sociales ni el masivo alcance que hoy tiene Internet, los ojos de José Rafael estaban en todas partes, buscando respuesta a un paradero que sobrecogía.

Entrada la noche, el arroyo Lebrón reveló su macabro secreto.

La noticia del hallazgo de José Rafael Llenas Aybar, asesinado con una crueldad enfermiza, se convirtió en un quejido que lastimó la esperanza de toda la gente. Pero en cuestión de horas, de la tristeza pasamos al estupor cuando la Policía Nacional presentó a dos muchachos como autores materiales del hecho. Dos chicos de 19 años, uno de ellos primo del niño, comparecieron cabizbajos mientras las preguntas se agolpaban en nuestras mentes como un remolino.

Ni entonces ni nunca después, los confesos homicidas fueron coherentes al relatar los hechos. Sus contradicciones levantaron la suspicacia de la gente y las elucubraciones no tardaron en azuzar un incendio de conjeturas. La más gruesa de las declaraciones de Mario José Redondo Llenas involucraba a Luis Palmas de la Calzada y a Martín Palmas Meccia, esposo e hijo de la entonces embajadora de Argentina en nuestro país, Teresa Meccia de Palmas.

Al mismo tiempo que se engrosaba la participación de los argentinos en el macabro crimen, la supuesta falta de pericia en el manejo del cadáver de José Rafael llevó a la pérdida de evidencia crucial. El cuerpo del niño fue suturado y lavado antes de ser entregado, lo que eliminó la posibilidad de un correcto experticio necrológico, todo lo cual alimentó la sospecha de encubrimiento de manos dominicanas en la trama.

El caso desató una de las más intensas y extensas investigaciones periodísticas de las que se tenga registro y que fueron en paralelo con las pericias judiciales de la fiscalía y los órganos castrenses, todos buscando esclarecer de manera convincente el caso. Las revelaciones y los torcidos detalles dieron lugar a varios reportajes que intentaban armar el antes y el después del 3 de mayo, pero al final nos quedamos con más preguntas que las pocas respuestas que obtuvimos.

En concreto, las investigaciones lograron establecer profundos vínculos de cercanía entre Redondo Llenas y Luis Palmas y su hijo Martín, así como la presunción de tráfico de drogas, malversación de fondos, violaciones sexuales homosexuales y ritos mágico-religiosos de corte satánico. El escándalo fue suficiente para que el entonces presidente argentino Carlos Menem suspendiera la misión de la embajadora, y la poderosa familia salió de la República Dominicana apenas dos días antes de que Leonel Fernández asumiera su primer mandato presidencial.

A pesar de los testimonios de Redondo, y los hechos catalogados de evidencia que acumuló la fiscalía que dirigió el hoy aspirante presidencial Guillermo Moreno, no se consiguió apartar la inmunidad diplomática que arropaba a los Palmas Meccia. Nunca más pisaron nuestro país.

Dentro de poco tiempo, Juan Manuel Moliné Rodríguez saldrá a las calles como un hombre libre, tras cumplir su condena de 20 años de reclusión. A Mario José Redondo Llenas aún le falta un tercio de sus treinta años. Aunque la ley protege al convicto para ser reinsertado en la sociedad tras pagar la sanción que la justicia le imponga, se prevé que la vida de ambos confesos homicidas podría no ser idónea en el país. Hijos de familias pudientes, probablemente a ambos el destino les regalará una playa nueva, un comienzo nuevo. Moliné con 39 años y Redondo con casi medio siglo si cumple toda su pena, probablemente terminarán sus días en otros países, y quizás sin sufrir 34 puñaladas.

Pero la interrogante que nació de la muerte de un niño inocente cumple ya 20 años esperando ser satisfecha: ¿Por qué?

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