Llegada Caamaño causó conmoción

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Los nueve hombres que habían llegado al atardecer del 2 de febrero a las costas dominicanas eran los únicos ocupantes del motovelero de 42 pies de largo del tipo Chris Chraft Comanche “Black Jak”, hecho de fibra de vidrio con un motor de 25 caballos de fuerza, que había zarpado de Saint John, la capital de Antigua, una colonia inglesa de las Antillas Menores, haciendo una escala en Guadalupe.

Al principio, mientras abandonaban Port Louis, el yate de casco negro y de blanco velamen encalló en un banco de arena. Pero al cabo de un tiempo pudo superar esa dificultad e iniciar un viaje de cuatro días por las aguas del Caribe sin levantar las más mínimas sospechas a los guardacostas que generalmente navegan por esas aguas persiguiendo traficantes de drogas.

La fragata 103 de la Marina dominicana se desplazaba cerca de las costas de Barahona, y esta inesperada presencia obligaría a los ocupantes del “Black Jak” a poner proa hacia la Bahía de Ocoa, la cual atravesaron sin dificultades pasando por delante de la base naval de Las Calderas, la principal de la de Marina de Guerra dominicana, exhibiendo una bandera de los Estados Unidos en lo alto de la vela mayor. En horas de la tarde, el yate tenía de frente el balneario de Monte Río y el Puerto Tortuguero.

El desembarco se haría al caer la noche, irremediablemente, ya que al día siguiente habría Luna llena y esto podría estropear los planes de hacerlo en mejores condiciones para no ser detectados por los hombres del puesto de Marina de Guerra que operaba allí.

La operación de desembarco, sin embargo, resultó problemática. El único bote de goma que poseía el barco no tenía capacidad para resistir el peso de nueve hombres con sus armas y sus mochilas. Y sólo cuando comprobaron esta dificultad en el momento de hacer el trasbordo fue que el jefe de la expedición, Román, ordenó un cambio de los planes. Román decidió que él y cuatro de sus hombres irían primero en la balsa, que era impulsada por un motor fuera de borda de 25 caballos, y que una vez alcanzada la playa y comprobado que nada entorpecía el desembarco, enviarían a Felipe a buscar a los otros cuatro que quedaban todavía en el yate. Antes de abandonar la lujosa embarcación, el comandante dejó intencionalmente a bordo un mensaje que decía:

Peligro: este barco tiene un alto volumen de explosivos que se desconectarán automáticamente a las 10:00 a.m.

Inesperadamente ocurrió un costoso imprevisto: Felipe perdió la orientación cuando trataba de localizar al “Black Jak” que estaba anclado a dos kilómetros y nunca pudo hallar al resto de sus compañeros, por más vueltas que diera tratando de ubicarse en la ruta que imaginariamente trazó a partir de la observación de una fulgurante estrella polar que se venía divisando desde que cayó la noche. Frustrado por su error y más desorientado que antes, el guerrillero del bote tampoco pudo encontrar el punto del desembarco del primer contingente y cuando las aspas del motor de su balsa tocaron arena, encallándose, se dio cuenta de que estaba otra vez en las orillas de la playa y abandonó presuroso el sitio, sin encontrar a los primeros compañeros que había dejado en tierra.

Los que esperaban dentro del yate, al percatarse de que el bote se demoraba más de la cuenta, pensaron que esta tardanza era la señal de que algo grave había pasado: tal vez Felipe se fue a la deriva o se lo tragó un tiburón. De todas maneras, la situación no estaba para las contemplaciones; rápidamente los guerrilleros discutieron sus opciones: o levaban anclas y decidían acercarse a la playa hasta hacer encallar al “Black Jak”, o se arriesgaban a alcanzar a nado la orilla, desprovistos de algunos equipos básicos que dejarían dentro de la embarcación.

Adoptada esta última opción, se lanzaron al mar, que entonces lucía tranquilo y al cabo de una hora de agotador esfuerzo nadando con sus propias mochilas y armas alcanzaron la tierra y lograron reunirse con su comandante. No se dieron cuenta, sin embargo, de que, al tirarse al agua para llegar nadando a la orilla, habían dejado inadvertidamente dentro del yate la mochila del comandante y otros paquetes con medicinas, alimentos e información vital del proyecto guerrillero.

Mientras Toribio Peña Jáquez (Felipe) se dirigía con sus misioneros secuestrados a la capital, los otros hombres de la expedición habían logrado reagruparse cerca de las orillas de Agua de Cirilo, una playita a la que suelen acudir los pescadores y gentes de Las Charcas y Estebanía los fines de semana para deleitarse con el baño, y trataron de establecer qué problema había demorado la llegada del segundo grupo a la playa y, más que nada, adónde estaba Felipe.

Román ordenó a dos de sus hombres que exploraran el perímetro de 500 metros cada uno en el Este y en el Oeste para ver si encontraban a Felipe. Después de media hora de búsqueda, nadie pudo dar cuenta de él. Solo apareció la balsa, ladeada y con la hélice enredada por una soga plástica que llevaba atada a la proa.

Cuando toda la minúscula tropa se agrupó alrededor de su jefe, Román les pronunció una arenga, con la solemnidad de una despedida al combatiente muerto:

Compañeros, dijo gravemente, parece ser que Felipe se ahogó tratando de llegar hasta el barco. Es lamentable que tengamos nuestra primera baja sin siquiera haber entrado en combate, pero debemos ir acostumbrándonos a ver caer nuestros compañeros más queridos porque la tarea que nos hemos impuesto nos obliga a admitir esto de una manera natural.

Tratando de evitar que los llantos de Armando contagiaran de melancolía y tristeza al resto del grupo, el comandante ordenó enseguida:

Juan y Freddy: manipulen sus armas y estén listos para disparar cuando yo se lo ordene.

El grupo marchó entonces hacia las montañas de la cordillera Central, que hacían telón de fondo a la bahía, para iniciar desde allí una guerra contra el régimen del presidente Joaquín Balaguer, para tratar de derrocarlo antes de que pudiera repetir su hazaña política de reelegirse en el cargo en las venideras elecciones del 16 de mayo de 1974, como lo había hecho en 1970 tras su elección en 1966.

Sólo cuando los primeros soldados del Ejército y de la Marina llegaron hasta la embarcación el domingo 4, llevados por campesinos extrañados de que un velero tan hermoso estuviese sólo en esa playa, pudo oficialmente el Gobierno confirmar el gran acontecimiento que, por más de cinco años, se preanunciaba en los corrillos políticos:

El coronel Francisco Caamaño Deñó, -Francis para sus amigos, Román para la pequeña tropa guerrillera-, había llegado al país.

Quedaba develado, así, el misterio y el secreto que rodeaban la leyenda acerca de su paradero desde que en la lluviosa y helada noche del 24 de octubre de 1967-siendo aproximadamente las 11:30 p.m.-desapareció mientras algunos militares colegas suyos lo creían dando un corto paseo en una de las calles de La Haya, Holanda, abandonando sus funciones de agregado militar dominicano en Londres, Inglaterra, y dirigiéndose subrepticiamente a Cuba a preparar su proyecto político-militar.

Como por esos días el mundo había conocido la noticia de la muerte del guerrillero argentino-cubano Ernesto -Che-Guevara en las insondables selvas de Bolivia, se especuló que Caamaño Deñó sería su sustituto en el ambicioso proyecto de crear en América Latina otros “Vietnam” como fuesen posibles, y esto alentó naturalmente a muchos de sus compatriotas que combatieron bajo sus órdenes en la revolución de abril de 1965 -incluyendo, por supuesto, a Felipe- a sumársele en los campos de adiestramiento cubanos.

Los planes originales de Caamaño Deñó estaban encaminados a crear un Frente Patriótico en el que formaran parte el Partido Revolucionario Dominicano, del expresidente Juan Bosch, el Partido Comunista Dominicano, el Movimiento Revolucionario 14 de Junio (1J4) y el Movimiento Popular Dominicano, estos tres últimos de la izquierda, para enfrentar al presidente Balaguer, que había ganado los comicios de 1966 y 1970, bajo denuncia de fraude, y que ahora se aprestaba a repostularse para los comicios del 16 de mayo de 1974.

Estos planes, sin embargo, no cuajaron, porque en 1973 eran otras las condiciones políticas reinantes, muy diferentes a las que existían cuando Caamaño Deñó adoptó su decisión de irse a Cuba. Al irse a pique esta estrategia de carácter político, el coronel Caamaño, ahora Román para sus adeptos, optó por articular una fuerza de sello insurreccional que le apoyara en el llano y en la loma de la República Dominicana cuando él retornara para ponerse al frente de la lucha contra el régimen. Los “Comandos de la Resistencia” o “Los Palmeros” constituían esa base de apoyo. Pero al igual que la primera alternativa, esta también sufrió el descalabro cuando las fuerzas de seguridad lograron diezmarlos en 1972.

Los soldados del gobierno hallaron en el “Black Jak” el ominoso letrero sobre los explosivos, debajo del cual aparecía la firma del coronel Francisco Caamaño Deñó. De inmediato, los jefes militares dispusieron que expertos técnicos de la Marina de Guerra y de la Policía realizaran un minucioso registro para descubrir la carga mortífera y desactivarla. Cuando al final de la revisión se comprobó que no existían tales artefactos, se procedió a inventariar los objetos que habían dejado abandonados los guerrilleros.

En la capital, entretanto, expertos en grafía localizaron documentos oficiales firmados por Caamaño Deñó cuando era capitán comandante de la 39 Compañía del Ejército Nacional, en La Victoria y comprobaron que la firma del aviso sobre los explosivos era auténtica. Los documentos del barco indicaban que este fue vendido por la compañía Knudsen Marine Center Inc. de Nueva York, a una persona que respondía al nombre de Julio Torres, por un valor de 40,000 dólares.

Se hicieron dos pagos, uno de 20,000 dólares el 17 de enero de 1973 y otro de 20,000 dólares al día siguiente. El nombre del comprador era, naturalmente, supuesto. Las autoridades también hallaron una licencia provisional expedida en Nueva York el día primero de diciembre de 1971, y la licencia para operar la estación de radio del barco, expedida por la Comisión Federal de Comunicaciones de Washington, ocho días después, el 9 de noviembre de ese año.

La embarcación disponía de modernos equipos, desde trasmisores y receptores de radio hasta una lujosa cocina de gas, además de compás de alta sensibilidad, instrumentos de señales, cómodas camas, instrumentos meteorológicos, refrigerador, fantómetro, sistemas eléctricos, almacenadores de combustible y agua potable, extinguidores de incendios, taxímetro manual y otros dispositivos. Pero los documentos más importantes, en orden a establecer los futuros planes del grupo guerrillero, eran aquellos que se encontraban en la mochila del propio comandante Román, que había sido abandonada inadvertidamente por los últimos ocupantes de la nave antes de lanzarse al agua para alcanzar la orilla de Playa Caracoles.

En ella figuraban diez mapas de las distintas provincias de la República Dominicana, confeccionados por el Instituto Cartográfico Universitario; un manual de instrucción para granadas fragmentarias, una libreta con “apuntes subversivos”, cinco espoletas de granada fragmentaria con sus fulminantes, un radio portátil marca Sony con tres antenas, una brújula tipo militar, un portacargador de lona, una frazada tipo militar, un paquete de medias tipo militar, dos suéteres para hombre, dos capotes verde olivo y una hamaca de lona.

También encontraron tres capotes amarillos, tres cantinas de leche condensada, cinco cartuchos de dinamita, dos latas de sardinas yugoeslavas, seis maletas nuevas y dos mochilas militares con ropa civil de fabricación española, francesa y de Alemania Oriental. Igualmente, una foto de dos milicianos donde se ve en la gorra de uno de ellos el escudo cubano, así como la suma de RD$1,795 en billetes de diez y cinco.

Extracto del libro “Bosch, noventa días de clandestinidad”, escrito por Miguel Franjul en 1998.

Fuente-Listin Diario.

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