Entre las sorpresas en la reciente encuesta del Centro Investigativo Pew sobre la nueva economía digital es que el término “la economía colaborativa” —el termino colectivo y más ampliamente aceptado para algunas de las aplicaciones por demanda y plataformas que aparentemente han tomado control del mundo de comercio— es casi unánimemente desconocido para la mayoría de los estadounidenses. O sea, a pesar de que Airbnb tiene anuncios que corren durante el Super Bowl y Uber ha llegado a ser un verbo, un 73% de los estadounidenses no conocen el término general utilizado para describir cómo operan.
Lo que resulta más curioso es que los que sí han oído de la economía colaborativa (o quienes por lo menos afirman que han oído hablar de ésta) con frecuencia la definen como un esfuerzo altruista. “La descripción más común de la economía colaborativa enfatiza el componente ‘colaborador’ mientras que ignora el aspecto de la ‘economía’”, escribieron los analistas de Pew, quienes también observaron un 40% de los estadounidenses encuestados expresaron este punto de vista.
¿Cómo una tendencia tan publicitada logró evitar la detección por la corriente principal? Una posibilidad quizás sea que la tendencia no es ni remotamente tan grande como la pintan los titulares. Y también podría ser un problema con el nombre de la tendencia en sí. “Puede ser una consecuencia del hecho de que el término se está usando para describir una gama bastante amplia de cosas que no necesariamente se parezcan”, dice Arun Sundararajan, un profesor en la Universidad de Nueva York y el autor del libro The Sharing Economy (La economía colaborativa). Por ejemplo, Airbnb es una plataforma para alquilar departamentos en línea, Uber es un servicio de transporte en auto por demanda y TaskRabbit es un mercado en línea de trabajo. “La economía colaborativa” con frecuencia también incluye plataformas de préstamos entre usuarios y sitios de crowdfunding con una variedad de modelos de ganancia.
Si bien el autor acepta que el término “economía colaborativa” ha sido el que más se ha usado (de ahí el título de su libro), Sundararajan también señala la novedad relativa de estas plataformas. “Mi suposición es que la pequeña porción de personas que están familiarizadas con estos servicios que incluimos bajo la etiqueta de la ‘economía colaborativa’ probablemente sea mayor que la pequeña porción que han oído el término ‘economía colaborativa’. Hasta cierto punto aún se está dando un proceso educativo”, dice. Señala a los primeros días de Facebook, Twitter y LinkedIn, antes de que se les uniera a todos bajo el término “redes sociales”, un término con sus propios defectos, dados los grados variantes de distancia social entre los usuarios a lo largo de estas plataformas.
Y no todos piensan que el término “economía colaborativa” es una mala descripción. “Es un descriptor poco apto, pero sí comunica la idea: crear una nueva economía o subeconomía basada en [una colaboración que consiste en] compartir bienes infrautilizados”, escribió en un correo electrónico Michael Cusumano, un profesor en la Escuela de Administración de Empresas en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). “La suma de muchas de estas ‘plataformas’ es lo que crea la subeconomía”.
Pero el tema de lo que se les debe llamar a estos modelos de negocios no es ningún ejercicio de pensamiento filosófico. Para algunos, la idea de que la industria está motivada por la compasión o benevolencia es objetable. Uber ha inspirado protestas transcontinentales y hasta ha sido comparado con ISIS, mientras que Airbnb ha sido puesto en entredicho por legisladores en docenas de estados. “Obviamente la ‘economía colaborativa’ es un nombre no apropiado, y sin duda éste le gusta mucho a la industria”, dijo Dean Baker, un economistas y codirector del Centro de Investigación de Economía y Política. “No tiene nada que ver con compartir [o colaborar]. Son empresas en busca de ganancias”.
Baker argumenta que muchos de los nuevos negocios usan un halo de branding positivo para evitar la discusión de cuales estructuras regulatorias necesitan ser modernizadas para lidiar con estas plataformas. Un ejemplo es el debate continuo sobre si un conductor de Uber o Lyft debe considerarse un empleado de la compañía con derecho a protecciones y beneficios o si debe considerarse un contratista independiente.
Dado que estos negocios aún están en sus etapas tempranas, es importante considerar cómo la etiqueta que se les ha puesto afecta a la percepción pública de ellos. Entonces, si el término “economía colaborativa” es incorrecta en el mejor de los casos y perniciosa en el peor de ellos, ¿cuál sería un nombre mejor? En su libro, Sundararajan sugiere “crowd-based capitalism”, algo que se podría traducir como “capitalismo colectivo” o “capitalismo basado en multitudes”.
“Para mí, lo que representan estas plataformas de economía colaborativa son ejemplos tempranos de una manera diferente de organizar la actividad económica, la cual se encuentra entre la organización del siglo XX y hasta la tienda de una sola persona del siglo XVIII vendiendo a un mercado individual”, dijo. “No es un tipo puro de mercado (…) No es una organización tradicional como un hotel o compañía de trenes, sino algo entre estos tipos de negocios”.
El think tank JPMorgan Chase Institute ha decidido usar otro término. Sus investigadores han estado refiriéndose a estos tipos de negocios como parte de la “economía de plataformas”. Es un término útil porque permite distinciones detalladas entre “plataformas de empleo” (como Uber) y plataformas de capital (como Airbnb).
Baker ofreció otra opción. “No es muy pegajosa que digamos, pero ‘Proveedores de Servicios Basados en la Internet’ —en una forma nerdy típica del economista— capta lo que están haciendo”. ¿Correcto? A lo mejor. ¿Pero pegará? Probablemente no.
A corto plazo, sí importa el término que deciden usar colectivamente los periodistas, economistas y académicos, ya que sin duda puede impactar las percepciones de los consumidores en cuanto a estos negocios a medida que toman forma. “Pero después de un punto se vuelven etiquetas para algo que es bien entendido”, dice Sundararajan. “Forman parte del dialogo cultural”. Para bien o mal.