Los más de 50 acusados de violar a Gisèle Pélicot por “invitación” de su esposo durante diez años denuncian ataques e insultos luego de la difusión de sus nombres. Varios tienen antecedentes de violencia de género y pedofilia. En el juicio salieron a la luz datos de la personalidad del ideólogo del sorprendente crimen sexual
“Los crímenes más extraordinarios los cometen personas comunes y corrientes. Existe la idea de que si cometemos actos locos, estamos locos. Sin embargo, la mayoría de los actos locos no los cometen locos”. La frase la pronunció Laurent Layet, uno de los psiquiatras llamados al estrado en un juicio que ya se ha ganado un lugar en la historia de la perversión. Layet hablaba puntualmente de la conducta de Dominique Pélicot (73), el francés que durante una década drogó con sedantes y ansiolíticos a su esposa para que fuera violada por decenas de extraños.
El abuelito bueno que parecía amar a su familia tenía un lado B aterrador y en estos meses está siendo juzgado junto con 51 de los 83 hombres que aceptaron la invitación para abusar de Gisèle P. luego de entrar en contacto con Pélicot, residente de Mazan, un pequeño pueblo de Francia, de 6.000 habitantes.
Ya divorciada y a cuatro años de la tarde en la que la Policía le mostró las imágenes que demolieron su vida, la mujer asiste a diario al tribunal de Aviñón y lo hace con el rostro descubierto porque está decidida a “cambiar la vergüenza de lado”, como señaló durante su testimonio en la corte. Un detalle a tener en cuenta: ella nunca conoció a sus abusadores, recién lo está haciendo ahora.
Pero así como Gisèle quiere que todo sea público porque sabe que su caso es y será fundamental para los derechos de las mujeres, ellos no están de acuerdo: amparándose en sus propios derechos, se ocultan de las cámaras y además iniciarán demandas. Sus abogados denunciaron que tanto los acusados como sus familiares recibieron en estos días ataques e insultos ya que sus nombres, sus fotos y algunos datos personales circulan por las redes sociales.
Tienen razón. Varios colectivos feministas están haciendo circular la lista con el detalle de los obreros, policías, carpinteros, técnicos y profesionales, padres de familia y buenos vecinos de todas las edades que acudieron al llamado del marido que disfrutaba al ver cómo su esposa casi muerta era violentada por uno, dos o tres hombres a la vez, como describió la víctima en el juicio. Y también están repitiendo cada vez que pueden la frase “La vergüenza tiene que cambiar de lado”, que ya se convirtió en un lema.
Para la filósofa Camille Froidevaux-Metterie, el caso es trascendental por su capacidad para despertar conciencia y porque es muy representativo de las cuestiones por las que viene reclamando el feminismo en los últimos años. Así, escribió en el sitio Mediapart, “si sus violadores representan al hombre común” o, al menos, encarnan una muestra amplia de registros de la población masculina francesa, “Gisèle, representa a todas las víctimas, a todas las esposas violadas, a todas las mujeres apropiadas, a todas las niñas sedadas”.
Gisèle Pélicot fue drogada y violada por instigación de su ex marido. En esta foto está junto a su abogado Stephane Babonneau en la corte de Aviñón. (REUTERS/Manon Cruz)
Muchos de los acusados tenían antecedentes por violencia de género o pedofilia. La mitad admite haber estado en la habitación de los Pélicot y haber tenido sexo con la mujer. Y dicen eso, que tuvieron sexo con ella. No aceptan que fue una violación, sostienen que el permiso del marido los habilitaba y que, además, creían que ella “se hacía” la dormida. La mujer como propiedad del hombre y también como objeto sexual. La palabra consentimiento, absolutamente fuera del radar.
Si no fuera tan dramático e inconcebible, si no fueran esos mismos hombres quienes colaboraron en el tormento de una persona que pasó años con fatiga crónica, problemas de memoria, enfermedades de transmisión sexual y lesiones en el cuello uterino que ninguno de los médicos que la vio durante ese tiempo asoció con violaciones o abusos sexuales en continuado, habría que preguntarse cómo se atreven a hablar así de una mujer todavía hoy.
Pélicot, por su parte, asegura que siempre les dijo la verdad, que no había peligro de que ella despertara porque la dosis del fármaco la dejaba en estado de desmayo. Los convocaba, les daba instrucciones como no usar preservativo y calentarse antes las manos y los grababa, como se pudo comprobar durante la investigación policial: había miles de archivos en sus dispositivos, todos clasificados en detalle y por nombre.
Si hacía el registro visual de esas versiones aberrantes de La bella durmiente era por perverso, claro, pero también como reaseguro en caso de que alguno de ellos amenazara con denunciarlo, algo que comenzaba a suceder. Uno de los expertos en personalidad que lo trató señaló que Pélicot le había dicho que “algunos se estaban volviendo exigentes, otros estaban dispuestos a denunciarme ante mi esposa, ya no podía controlarlo todo”.
Isabelle Crepin-Dehaene, abogada de algunos de los acusados, atiende a la prensa en los tribunales de Aviñón, Francia (EFE/ Edgar Sapiña)
Amedrentar a la víctima
Ariana Harwicz es una celebrada escritora argentina que vive en Francia, a 180 kilómetros de París, en una localidad ínfima que no alcanza a ser un pueblo, suele decir. Allí escribe sus novelas (La débil mental, Precoz, Degenerado), en las cuales la perversión ocupa un lugar central. La última se llama Perder el juicio y también allí hay conductas fuera de la norma aunque Harwicz nunca establece un juicio moral en su literatura.
Quise conocer su opinión sobre el caso Pélicot y sobre esta novedad, la de la denuncia de los denunciados y el modo en que sienten vulnerados sus derechos. Esto respondió:
“Es una conducta típica, los victimarios, los verdugos, siempre van a utilizar la ley para hostigar y acosar a la víctima, es un clásico”, dijo Harwicz. “No importa que ellos hayan transgredido la ley, que se hayan desnudado en la cocina de una casa de familia y hayan entrado desnudos al cuarto donde dormía la mujer. No importa que la hayan violado mientras ella estaba inconsciente. Tampoco importa que muchos de ellos tengan antecedentes de abusos ni ninguna otra cuestión abyecta y criminal.
Entrada a los tribunales de Aviñón, Francia, donde 51 hombres se enfrentan a cargos de violación agravada contra Gisèle Pélicot. Los acusados se tapan la cara con mascarillas para no ser reconocidos (EFE/Edgar Sapiña)
Ellos van a usar la ley para amedrentar a la víctima. Es típico de la puesta en escena que es cualquier juicio, pero mucho más juicios como estos, reveladores y sintomáticos de un estado de la sociedad. Ahora empieza la obra de teatro y ellos van a dar vuelta las cartas. Es parte de la tortura que tiene que vivir cualquier persona que denuncia algo”, explicó.
Como vive en Francia desde hace diecisiete años, Harwicz conoce ciertos matices de la sensibilidad de ese país y dijo cosas muy interesantes alrededor de este caso tan perturbador. También cuestionó la tendencia a deshumanizar a quienes se deslizan en la criminalidad de manera atroz.
“Citando a Hannah Arendt, que habló de la banalidad del mal en otros contextos políticos, por supuesto, lo que asombra en este caso es la supuesta, comillas, banalidad de los acusados, que haya hombres de todo tipo, de toda clase social, de todas las edades, gente más adinerada, menos adinerada, con hijos, sin hijos y que hayan sido todos vecinos.
Pélicot no tuvo que hacer una expedición por toda Francia para buscar violadores. Por eso siempre me parece una estafa acusar a alguien de monstruo. Monstruos, en absoluto; más humanos, imposible. Y, por otro lado, lo interesante es que más allá de que puede ser una estrategia de defensa, muchos de ellos dicen que no fue una violación porque no tuvieron la intención de violar. Entonces llevan la moral a su mínima exponencia, la de decir que, en tanto que yo, en mi cabeza, no estaba cometiendo un crimen, no es un crimen. Eso me parece muy revelador de cómo funciona la cabeza del ser humano.”
Un hombre sin empatía
Los análisis psiquiátricos del principal acusado hablan de una personalidad escindida entre el abuelo amoroso y el hombre que da rienda suelta a su fantasía sexual. Dos partes de una misma persona que andan por vías paralelas y no se tocan entre sí. Hablan también de un hombre sin empatía y que ve a su pareja como un objeto para satisfacer necesidades sexuales y narcisistas. De hecho, él mismo señaló que el plan criminal comenzó a gestarse en su cabeza cuando su esposa se negó a tener intercambios sexuales con otras parejas. Él seguía consumiendo Viagra y expresaba necesidades sexuales urgentes pero Gisèle ya no viajaba en ese mismo tren. El amor que dice tener por la mujer con la que estuvo cincuenta años se transformó entonces en odio y necesidad de posesión y venganza.
A medida que hablan quienes tuvieron la posibilidad de escuchar a Dominique Pélicot, salen a la luz datos de su historia de vida, como que su madre había sido abandonada por su primer marido, quien la dejó sola y con dos hijos y que fue el hermano menor de ese hombre el que se convirtió en el nuevo marido de su ex cuñada. Así, por lo que ahora se sabe, Pélicot tuvo un padre que era diez años menor que su madre, violento, celoso, vago y bebedor y en esa casa se vieron escenas que no suelen estimular buenas vidas en los niños.
Portada del libro de Caroline Darian, la hija de Dominique y Gisèle Pélicot.
Una de las psicólogas que habló en el juicio apuntó a eso al señalar que Pélicot proviene de una familia “con una historia confusa, marcada por ciertos secretos, donde sobrevuela el fantasma de las relaciones sexuales con menores”. Esto último se relaciona con un dato extraño que es la adopción de una nena con discapacidad mental y las sospechas de varios miembros de la familia de que el padre de Pélicot abusó sexualmente de la criatura.
Otro dato sobre niños y violaciones que se reitera en los relatos es que el mismo Pélicot insiste con que cuando tenía 9 años su hermano le tiró un piedrazo y por ese golpe terminó internado y que en el hospital fue violado por un enfermero.
Paul Bensussan, otro de los psiquiatras que habló, señaló que algunas personas afirman haber sufrido violencia sexual para victimizarse. Y dijo también que las personas que son víctimas o testigos de violencia sexual tienen más probabilidades de convertirse ellos mismos en perpetradores o víctimas. De hecho, en otras causas de intento de violación con arma y de violación seguida de muerte se investiga la participación de Pélicot.
“Su peligrosidad criminológica es elevada”, declaró Laurent Layet, quien tuvo oportunidad de encontrarse con Pèlicot en tres oportunidades. Pese a que la descripción de los hechos y la falta de remordimiento del acusado describen a un psicópata, tanto él como otros peritos descartan la hipótesis de una patología mental o trastorno porque no se han encontrado alucinaciones,TOCs, fobias, crisis o manifestaciones de ansiedad en el ideólogo del mayor plan criminal sexual en mucho tiempo. Tampoco se hallaron adicciones a productos aunque sí tiene o tuvo una cierta forma de la adicción, la del coleccionista que almacena y clasifica.
En prisión hace tiempo, no suele hablar demasiado aunque se queja del procedimiento judicial, que redujo a la nada todo aquello que armó a lo largo de los años, como su familia. Según señalaron los psiquiatras, Pélicot está convencido de que lo que destruyó su vida no fue su accionar sino el juicio. “Todo podría haber seguido bien”, suele decir. “Gisèle no habría sabido nada y habríamos seguido siendo felices”. Las personas suelen tener muchas veces ideas excéntricas de lo que es la felicidad.
Gisele P., sentada junto a su hija Caroline Darian y uno de sus hijos en la corte, durante el juicio. (Foto Christophe SIMON / AFP)
Se sabe que está muy enojado con su hija por haber escrito un libro en el que hizo público el caso. Y dejé de llamarte papá es el título del libro de la hija de Pélicot, que firmó con el nombre Caroline Darian y se publicó en 2022. El subtítulo es “Cuando la sumisión química golpea a una familia”, toda una señal de la lucha que emprendió la mujer -ella misma fue fotografiada desnuda por su padre- en contra de un delito que aún no está contemplado en la legislación francesa, que sigue considerando violación a la penetración de cualquier tipo siempre que haya violencia, sorpresa o amenaza.
A Gisèle no le pasó nada de esto último, es cierto. Durante diez años, ella fue abusada en un estado absoluto de inconciencia por su marido y por decenas de extraños que, fuera de esos encuentros perversos, aparentaban ser hombres normales, buenos tipos, como los describen sus esposas y como describió a la Policía en su momento la propia víctima al suyo.
Aunque a algunos les sigue costando entenderlo, las mujeres nunca son responsables de un ataque sexual. Este caso demuestra que ya no quedan argumentos para seguir desconfiando por default cada vez que una mujer denuncia un abuso, como ocurre hasta ahora. Ni pollerita corta, ni provocación, ni “se lo buscó”. Detrás de esos atropellos hay una mentalidad, un conjunto de prejuicios, es la dominación masculina en su esplendor.
A ver si nos entendemos: ni la edad protegió a Gisèle P. de la cultura de la violación.