En 1905, su annus mirabilis, Albert Einstein halló el fundamento de muchas de sus contribuciones a la ciencia: el movimiento browniano (ese desplazamiento errático que describen los granos de polvo que flotan en el agua y que evidencia la existencia de las moléculas), la teoría de la relatividad especial, la equivalencia masa-energía (inmortalizada en la famosa ecuación E=mc2, que vemos ahora en tantas camisetas) y el efecto fotoeléctrico. Por este último (y no por la relatividad) recibió el Premio Nobel de Física en 1921. ¿En qué avanzado centro de investigación obró el más célebre de los físicos estos prodigios intelectuales? Pues, aunque Einstein había estudiado en la Universidad de Zúrich, no obtuvo plaza de profesor y durante ocho años, incluido el milagroso 1905, fue un gris trabajador de la oficina de patentes de Berna.
Los nombres de estos centros son de sobra conocidos y la mayoría pertenecen al mundo anglosajón: Harvard, Massachusetts Institute of Technology (MIT), Chicago, Berkeley, Columbia, Cambridge, Stanford, Oxford, etcétera, aunque también los hay en el ámbito europeo continental, como la Universidad de Heidelberg, Múnich o París. Lo cierto es que es difícil ser preciso a la hora de contabilizar los premios Nobel que tiene cada uno de estos centros.
Fichar premiados
Haciendo las cuentas de la primera manera “una universidad que quiera mejorar su reputación solo tiene que fichar premios Nobel para su plantel; lo que es más complicado es formar alumnos que luego se conviertan en investigadores de prestigio y sean galardonados”, explica Juan Manuel Mora, vicerrector de Comunicación de laUniversidad de Navarra y promotor del foro internacional Building Universities Reputation. Por ejemplo, en 2000, Los Angeles Times denunciaba que la Universidad de Chicago contabilizaba a cualquier premiado que en algún momento hubiera pasado por sus pasillos, obteniendo así 72 nobeles, mientras que solo 17 de ellos eran miembros de su claustro de profesores cuando recibieron el galardón. La diferencia es notable.
En cualquier caso, los premios Nobel repercuten muy positivamente en la reputación de una universidad y algunos de los rankingsuniversitarios más prestigiosos, como el Shanghái, los tienen muy en cuenta: un 30% del peso de la nota depende de los Nobel obtenidos por antiguos alumnos o actuales profesores. Según esta lista, el Top 5lo conforman actualmente y por este orden: Harvard, Stanford, MIT,Berkeley y Cambridge, todos anglosajones. Esta manera de valorar a los centros educativos también ha recibido críticas por su parcialidad.
¿Por qué ciertos centros anglosajones aglutinan a premiados con el Nobel? El proceso de esta concentración de premios -y de talento- es algo así como un círculo virtuoso (o vicioso): una universidad con un elevado número de premios tiene mucho prestigio investigador y, por tanto, los mejores científicos de todo el mundo son atraídos por esos entornos de trabajo. Esta densidad de cerebros privilegiados (o mentes maravillosas, como le decían al Nobel de Economía John Nash) hace que se produzcan más avances y se otorguen más premios, y así la rueda sigue girando hasta al infinito y cada vez resulta más difícil entrar a formar parte del selecto club. A este fenómeno el sociólogo de la ciencia Robert K. Merton lo llamó Efecto Mateo, algo así como dar más al que más tiene.
Gestión de la reputación
“Estas universidades, además, se toman muy en serio la gestión de la reputación y hacen un seguimiento de los premios importantes para presentar candidaturas, ganar y mejorar su posición en losrankings”, explica Rafael Pardo, director de la Fundación BBVA, que desde 2008 otorga los premios Fronteras del Conocimiento, dedicados a la investigación de vanguardia y que recoge categorías propias de nuestro tiempo como Cambio Climático o Cooperación al Desarrollo.
De los 62 premios que han dado hasta el momento, 33 son de nacionalidad estadounidense y seis del Reino Unido: el mundo anglosajón vuelve a ocupar lo más alto del palmarés (muchos de ellos proceden de las universidades sospechosas habituales), mientras que españolas han resultado galardonados cuatro. Por cierto, algunos de los nombres que han venido sonando en España para el Nobel son los del químico Avelino Corma, el físico Ignacio Cirac, el biotecnólogo Víctor de Lorenzo o los oncólogos Joan Massagué, Carlos López-Otín o Mariano Barbacid.
El inicio de esta concentración de talento en los países angloparlantes también tiene mucho que ver con el gran éxodo de científicos de primera categoría que huyeron de la Segunda Guerra Mundial en el corazón de Europa para recalar en las universidades estadounidenses. “Es el gran regalo que le hizo el nazismo a Estados Unidos”, dice Pardo. La lista es de impresión: Albert Einstein, Kurt Gödel, Erwin Schrödinger, Hans Bethe, Wolfgang Pauli, Edward Teller o John Von Neumann. Muchos de ellos, curiosamente, fueron fundamentales en el Proyecto Manhattan que desarrolló la bomba atómica. No solo se fugó su cerebro, sino que se llevó consigo algunos métodos de trabajo y organización propios de las universidades y laboratorios europeos.
Otro factor que influye en el éxito de estos centros es la buena financiación para sus investigadores o la cultura investigadora. Concretamente, en España no es habitual que se vea la investigación científica como un agente dinamizador de la economía: se prefiere el ladrillo y el turismo. Sin embargo, algunas de las economías punteras del mundo se basan en buena medida en el conocimiento. Pero para promover eso hacen falta mentes largoplacistas: en España los recortes en ciencia están provocando un desmantelamiento de la investigación, justo cuando vivía un momento dulce, que será difícil de recuperar. El tejido científico no puede encenderse y apagarse como si fluyera de un grifo o se controlase con un interruptor. Y muchos científicos españoles tienen que emigrar al extranjero, algunos a esas prestigiosas universidades que acaparan los premios.