Una genialidad de Benzema detuvo el milagro

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Al final de la primera parte, tras 42 minutos de sufrimiento madridista, Benzema hizo la jugada por la que será recordado: se descolgó en la cal con una facilidad que parecía despreocupación, como si la jugada ya hubiera sido invalidada, y se fue de Savic y los demás como Raúl de López en el mismo estadio, o como el Buitre aquella vez ante el Cádiz. Metió la pelota en el área, chutó Kroos, paró Oblak e Isco remató para marcar el 1-2. El gol hacía justicia al malagueño, que fue el primero en intentar contrarrestar el inicio colchonero volviendo al balón, devolviendo el partido a algo racional, rodante y lúdico. Porque hasta entonces, el partido había sido una experiencia de éxtasis rojiblanco. Ese gol de Isco obligaba al Atleti a un milagro sobre el milagro, y además servía para alcanzar el récord del Bayern: 61 partidos consecutivos marcando. Un equipo que logra eso no es un equipo más.

Pero ha de volverse a lo del Atlético, porque su inicio fue algo pocas veces visto. El ánimo de la gente era febril. Decenas de miles de personas enfebrecidas que parecían tomar el cuerpo de Koke, Gabi y compañía. De alguna forma, el público, el pueblo colchonero le devolvía al Atlético de Simeone la corriente de energía: llevó al equipo hasta donde podía llevarse.

El Atleti salió con mucha más agresividad que el Madrid. Balones aéreos para Torres e internadas de Carrasco. La presión era intensa, el equipo estaba junto y salía al ataque muy rápido, directo de un modo ardiente y a la vez calculado. En el 12, Koke se fue a lanzar un córner pidiéndole más al público (más aún). Remató Saúl, experto ya en goles europeos.

Con 1-0, Koke siguió dirigiéndose a la grada. Simeone le pedía más a los jugadores y los jugadores más al aficionado: un circuito de energía perfecto (los colchoneros, creo, rechazarían el concepto «aficionado»).

Al instante llegó el segundo. Mecanismo sencillo: balón por alto que pelea Griezmann, se queda el Atleti con el rechace y, en la segunda jugada, Torres es derribado por Varane. Griezmann marcó el penalti.

El estadio se sumió entonces un éxtasis casi caribeño, pseudorreligioso, y fue Isco el primero en pedir la pelota en el Madrid. Para su equipo era necesario devolver el partido a un lenguaje normal. Cardiff estaba a un gol. En realidad, tan cerca como antes.

Vinieron minutos algo broncos, de faltas y disputas, con un ambiente que se arremolinaba sobre cada decisión del árbitro. Gabi estaba desatado y Godín expulsaba a los delanteros de su garita con maneras caciquiles.

El Madrid, algo amedrentado y blando aun, fue mejorando a lo largo de la primera mitad. Alargó la posesión, hurgó de banda a banda, racionalizó el partido poco a poco, arrancándolo de la pasión rojiblanca.

A partir de ahí, y durante la segunda parte, el Atlético ya debía pensar qué hacer con ese sobrante de pasión, con esa excitación de quien pudiera mover montañas pero apenas tener el balón.

El Madrid dominó ya la situación, no diremos que ante un Atleti dócil, pero sí resignado a un fútbol muy directo y terminante. Modric, Kroos e Isco se quedaron el partido como antes hacía el Barcelona.

Isco estuvo extraordinario. Influyó en todo el campo y además robó más que nadie..

A Simeone no le quedaba otra que exponer a Gameiro y Thomas, sin un impacto táctico reseñable.

El Madrid dormía el partido y la grada fue progresivamente dedicándose al homenaje, al canto un poco narcisista, la expresión de ese «hecho diferencial» madrileño: el no somos como vosotros. Ese «A mí a humildad no me gana nadie». Nunca en la historia del fútbol europeo un equipo fue elimindo cuatro años seguidos por el mismo rival. Nunca se vio una rivalidad así.

En el 65 tuvo una ocasión doble y muy buena el Atlético, pero encontró a un Keylor respondón. Benzema incordió en busca de una segunda obra maestra antes de descansar. También se retiró Casemiro, la viga maestra de Zidane.

En las gradas de animación se echa de menos la sorpresa. ¿Y si el tifo inicial rojiblanco se hubiera convertido durante esa larga segunda mitad en un «Forza Juve»? Siguió intentándolo el Atleti, lejísimos de Cardiff y con la honra y el honor más que salvado. Siguió la grada a lo suyo, como si no le afectase. El efecto Simeone y estos traumáticos derbis europeos han terminado de forjar en los atléticos un carácter especial, incorregible. Han forjado un «manque pierda» indestructible. Responden a los goles con sonrisas, como los primeros cristianos.

Al final, casi podría convenirse un acuerdo: unos serían los locos europeos, los maniáticos de la hegemonía; otros, los por siempre insumisos.

Rompió a llover y ahí se quedó el último Calderón, cantándose.

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