Emmanuel Macron, ¿estrella fugaz?: del ascenso meteórico al derrumbe brutal de su imagen en 100 días

Tras derrotar a los dos grandes partidos franceses con una fuerza nueva, el presidente más joven de la V República sufrió la peor caída de popularidad de la que se tenga registro tras cumplir tres meses en el Palacio del Elíseo. Entre los errores, la inexperiencia y el desafío de cumplir con un programa antipático

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Menos de un año necesitó Emmanuel Macron para crear su propia fuerza política, presentarse como candidato a presidente y destronar a los dos partidos que dominaron a la política francesa desde 1958. Con un estilo fresco e hiperactivo, y un plan modernizador, postideológico y proeuropeo, se convirtió el 14 de mayo en el presidente más joven de la V República. El 18 de junio consolidó su poder con un holgado triunfo en las elecciones parlamentarias, que le dieron a su partido, La República En Marcha! (LREM), el control de la Asamblea Nacional.

Macron asumió con un 62% de popularidad, que trepó hasta un 64% al cabo de su primer mes en el Palacio del Elíseo, según encuestas de la consultora Ifop. Sólo François Mitterrand en su primer mandato (1981-1988) era más popular en sus primeros 30 días, con un 71 por ciento. Sin embargo, entró a su segundo mes de gestión con una abrupta caída de diez puntos. El declive no terminó ahí. Esta semana se convirtió en el mandatario más impopular del que se tenga registro al cumplir 100 días de gobierno con una aprobación de apenas 36 por ciento. El que más se le acerca es Jacques Chirac en su segundo mandato (2002-2007), que llegó a esa etapa con 47%, 11 puntos más.

¿Qué le pasó al político que más esperanza había despertado en la Europa de los últimos años? «Las expectativas que generaba en el momento de las elecciones eran enormes. Los medios parecían haber encontrado a un ‘salvador’. Joven, atípico, con presencia y a la vez con una sonrisa encantadora. Un profeta de la era moderna capaz de sanar nuestras heridas. Pero las primeras dificultades políticas que debió afrontar mostraron que el nuevo presidente no hace milagros. La decepción es tan grande porque la expectativa era desproporcionada», explicó Pierre Brechon, profesor del Instituto de Estudios Políticos de Grenoble.

No se puede perder de vista que Macron ganó las elecciones en segunda vuelta, compitiendo contra rivales muy impopulares. Eso le facilitó el camino a la presidencia. «Todo en Macron es raro, no se lo puede analizar con los mismos parámetros que a otros presidentes. Él generaba entusiasmo en un contexto en el que estaban Marine Le Pen, François Fillon con sus escándalos, y Jean-Luc Mélenchon, que era visto con mucho resquemor por una parte de la sociedad. En ese escenario se generó algo que no tenía tanto que ver con él en sí, sino con lo que tenía en frente», dijo a Infobae el filósofo Leonardo Orlando, doctorando del Instituto de Estudios Políticos de París (SciencesPo).

A estos fenómenos, que tienen que ver específicamente con el caso Macron, hay que sumarle cambios estructurales que se vienen produciendo en Francia y en el mundo, que entre otras cosas, han acelerado los ciclos de amor y desencanto. No es casual que el último presidente que pudo gobernar mucho tiempo con altos índices de popularidad haya sido Mitterand, en los 80. La famosa «luna de miel» de la que siempre gozaban los mandatarios es cada vez más corta y esquiva.

«Macron fue elegido ampliamente en el ballotage contra Le Pen, pero en la primera vuelta había sacado sólo el 24% de los votos. Su verdadero apoyo en la sociedad francesa está más cerca de ese 24% que del 65% que obtuvo en la segunda vuelta. También hay que tener en cuenta que hubo una fuerte presidencialización del sistema político francés, lo que llevó a un creciente personalismo y a la idea de que, ni bien asume, el Presidente tiene que ser absolutamente efectivo. Pero los tiempos políticos que se necesitan para gobernar un país no son los mismos que los de las campañas», afirmó Pierre Mathiot, profesor de ciencia política en SciencesPo Lille.

Iniciativa, inexperiencia, desaciertos y polémicas

El principal golpe que recibió Macron fue no haber podido capitalizar su mayor logro en estos primeros 100 días como presidente: su proyecto para «moralizar la política francesa«. Lo que debía ser un hito que demostrara que su gobierno era diferente de los anteriores terminó convirtiéndose en un escándalo.

Una de las razones de su triunfo electoral fue la revelación de que el candidato que encabezaba las encuestas, el conservador François Fillon, le pagaba un salario a su esposa con fondos parlamentarios a cambio de nada. Eso llevó a Macron a adoptar un programa que apuntaba a transparentar la política. Así se explica la sanción de la Ley de Confianza en la Vida Pública, que prohibió la contratación de familiares para evitar el nepotismo y dispuso de fuertes controles para prevenir el conflicto de intereses entre los funcionarios. El problema es que, en el mismo momento en que se discutía la norma, se conoció que varios ministros de su propio gobierno enfrentaban acusaciones por empleos ficticios, al igual que Fillon. Las denuncias forzaron la renuncia de François Bayrou, que había redactado la ley desde el Ministerio de Justicia y que había sido clave en la victoria de Macron, al declinar su candidatura para apoyarlo. Con él se fueron otros tres ministros de su partido, el centrista MoDem.

«Una de las cosas que se le cuestiona es el sistema de toma de decisiones —dijo Orlando—. Se hablaba de la santa trinidad, porque tiene dos consejeros de extrema confianza, que lo siguen desde el principio, y que constituyen su mesa chica. A ojos de muchos parece demasiado chica, lo que genera cierto descontento. Después hubo algunos equívocos, como cuando le quisieron dar un estatuto a la primera dama, para terminar con una hipocresía y clarificar los números de las cuentas».

También se habla mucho de la inexperiencia de los funcionarios de gobierno, que se ve tanto en el Poder Ejecutivo como en el Legislativo. En ese punto, quizás las críticas no sean del todo justas, ya que Macron se comprometió a nombrar a mucha gente nueva, precisamente para renovar a la clase política. Lógicamente, eso alarga la curva de aprendizaje por la que debe pasar todo gobierno.

El otro gran golpe que sufrió en estos meses fue el conflicto con el Ejército por su decisión de reducir en 850 millones de euros el presupuesto de Defensa. Tras protestar públicamente, y ser reprendido por el presidente, el general Pierre de Villiers, jefe del Estado Mayor, presentó su dimisión, en un hecho sin precedentes. Detrás de esa pelea asoma uno de los mayores desafíos del mandatario: bajar el déficit fiscal y mejorar la competitividad de la economía francesa. Si bien eso estuvo claro en su programa desde la campaña, las medidas que hay que tomar para cumplir con esos objetivos son duras e antipáticas, así que no llama la atención que tengan un costo en su imagen. Ya se anunciaron recortes y una suba de impuestos a los pensionados que generaron malestar.

«No obstante, también se tomaron medidas muy positivas en estos tres meses —señaló Brechon—. En particular, políticas sociales en favor de los sectores más postergados, como aumentar los subsidios para discapacitados y pensionados, y la baja en los impuestos a la vivienda».

Macron, junto a Pierre de Villiers (AFP)

Macron, junto a Pierre de Villiers (AFP)

Cómo hacer reformas impopulares con poco apoyo

«Se lo critica por respetar sus compromisos», dijo Mathiot. «La explicación de esto es, indudablemente, la debilidad que supone que su verdadera base de apoyo está en torno al 24%, y que la mayoría de las personas que lo votaron en segunda vuelta lo hicieran para que no ganara Le Pen. Macron sedujo más a sus votantes por sus cualidades como candidato, ser joven, nuevo en la política e interesado en romper con la dicotomía izquierda-derecha, antes que por su programa. La mayoría de los ciudadanos desconocían sus detalles».

La medida que promete generar la mayor conflictividad es la reforma laboral, que Macron prometió en campaña y que intentó, sin éxito, impulsar como ministro de Economía de su antecesor, François Hollande. La idea es flexibilizar las formas de contratación y la jornada de trabajo, con la esperanza de bajar el desempleo, que oscila entre 9 y 10% desde hace cinco años. Según los números de Ifop, el 51% de los ciudadanos rechazan el proyecto, frente a sólo un 31% que lo avala. Dos sindicatos ya convocaron a un paro para el 12 de septiembre.

«Las reformas van a hundir aún más su popularidad, lo cual es peligroso porque necesita de un capital político importante para hacerlas. Pero creo que cuando tenga que enfrentarse a otro tipo de desafíos su popularidad puede subir, porque ha mostrado capacidad, creatividad y coraje. Se vio en sus encuentros con Donald Trump y con Vladimir Putin, a quien lo recibió como si fuera Pedro el Grande, pero después le dijo lo que piensa sobre la situación de la prensa y de los derechos humanos en Rusia. Los tiempos son turbulentos y hay un vacío de liderazgo que él no va a tener problemas para llenar», afirmó Orlando.

Los presidentes que pretenden hacer cambios importantes, que generan rechazo en el corto plazo, son los que más necesitan de una organización partidaria firme y aceitada. Ése es uno de los mayores déficits de Macron. «Tiene que aprobar las reformas por consenso, sin dar la impresión de hacerlo a la fuerza. Para eso cuenta con la ventaja de tener el control mayoritario de la Asamblea. Pero no es suficiente: también necesita tener un diálogo constructivo con los sindicatos en temas claves como la reforma laboral. Lo preocupante es que LREM lucha por estructurarse como un partido político. Macron necesitaría ahora una estructura partidaria fuerte que lo ayude a implementar su programa, y es difícil saber si podrá conseguirlo», dijo Christian Lequesne, profesor del Centro de Estudios Internacionales de SciencesPo.

De todos modos, no hay que olvidar que van 100 días de un mandato que dura cinco años. Esto recién empieza. Es cierto que a Macron podría ocurrirle lo mismo que a Hollande, que asumió con una popularidad de 55%, bajó a 50% en su tercer mes, y de ahí en adelante no detuvo jamás su caída, al punto de gobernar la mayor parte de su ciclo con una aprobación inferior al 20 por ciento. Pero también podría seguir el camino de Chirac, que tras caer a menos del 40% en el cuarto mes de su segundo mandato, logró recuperarse y mantenerse hasta el final en un nivel cercano al 50 por ciento.

«Una caída significativa de la popularidad al comienzo del gobierno es un mal augurio. Hay pocas probabilidades de que pueda reconquistar rápidamente la confianza perdida. Y los franceses parecen volverse cada vez más críticos y severos con sus gobernantes. Dicho esto, para hacer reformas lo más importante es tener mayorías parlamentarias. LREM obtuvo un número considerable de bancas, aunque es una mayoría frágil, porque es nueva, políticamente inexperta y carece de una fuerte ideología que pueda estructurar la línea política. Si esa mayoría se mantiene unida, podrá continuar con las reformas. Si se divide, será muy difícil», concluyó Brechon.

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