Abrazar la vida después de sembrar el odio

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Los tatuajes racistas que alguna vez cubrieron el cuerpo de Christian Picciolini han sido borrados, pero en su antebrazo conservó una banda con runas nórdicas, antiguos símbolos algunas veces apropiados por grupos racistas y antisemitas.

“Algunas veces, alguien se me acercaba para decirme ‘que buen tatuaje, yo sé lo que es’”, narra el hombre de 42 años. “Ese fue mi pase para enfrentar a su ideología”.

Picciolini cofundador de “Vida tras el odio” (Life After Hate, en inglés) un grupo sin fines de lucro que trabaja “para contrarrestar las semillas del odio que una vez plantamos”. El grupo ayuda a la gente que ha dejado a grupos extremistas y a los que quieren salirse de ellos.

Desde que tenía 14 años al crecer en Chicago hasta cumplir los 22, Picciolini fue miembro de un grupo neonazi de cabezas rapadas. Cantaba en una banda de punk que defendía la supremacía blanca y participó en actos de violencia contra personas a las que suponía sus inferiores.

Si con 14 años alguien parece ser demasiado joven para pertenecer a un grupo de odio, esa es la edad que los extremistas buscan, dice Picciolini. “Los reclutadores hallan a esos chicos marginados y vulnerables que quieren forjar una identidad y les enseñan cómo apuntar el dedo a los otros para culparlos de los problemas que ellos atraviesan en sus vidas”, afirma Picciolini.

A medida que profundizaba su participación en el grupo extremista Picciolini llegó a ser un líder que representaba a los cabezas rapadas en la televisión y en las manifestaciones para ayudar a difundir su mensaje. Abrió una tienda de discos que venía música racista.

Mientras tanto sus padres, inmigrantes que habían experimentado prejuicios cuando llegaron a Estados Unidos, trataban en vano de entender cómo su hijo pudo haber sido seducido por tales ideas.

“Yo definitivamente creía que tenía mucha más razón que ellos y que era más inteligente que ellos, creía que ellos estaban siendo engañados”, comenta Picciolini al hablar de sus padres, “cuando de hecho era yo el que estaba siendo engañado”.

Cuando Picciolini se casó y tuvo hijos se desilusionó con el extremismo. Le tomó años poder librarse de ello. Perdió su negocio y fue amenazado de muerte por sus antiguos amigos.

Su esposa lo dejó porque el no pudo desconectarse antes. Cayó en la depresión y el abuso de sustancias.

Fue cuando hacía un trabajo temporal en su antigua escuela cuando reconoció a un guardia de seguridad al que años antes había atacado; reunió coraje y se le acercó para pedirle disculpas. El guardia se puso a conversar con él y le arrancó una promesa. “El me hizo prometer que iba a relatar mi historia a cualquiera que quisiera escucharla”, dijo.

Esto condujo a Picciolini a involucrase en “Vida tras el odio” en 2009. En el año 2015, Picciolini publicó el libro “Violencia romántica: Memorias de un cabeza rapada estadounidense” (Romantic Violence: Memoirs of an American Skinhead, en inglés)

En septiembre Picciolini viajará a Eslovaquia, Noruega y Suecia, como portavoz del Departamento de Estado, para compartir su historia de cómo escapó de la ideología extremista.

Todavía está dedicado a la música, pero de diferente manera. Es productor de vídeos musicales y ganó un premio Emmy por su trabajo en televisión. Le ha dado la vuelta a su vida y ha logrado reconstruir las relaciones importantes que quedaron destruidas con su descenso al extremismo.

“Ahora tengo una gran relación con mis padres. Si ellos no hubieran estado a mi lado en esos tiempos difíciles no tengo idea de dónde estaría hoy”.

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