El presidente de Rusia, Vladimir Putin, se agachó junto al pequeño Miroslav, de 9 años, galardonado por la Sociedad de Geografía Rusa por saberse de memoria con qué limita cada país del mundo. Delante del auditorio, le puso a prueba preguntándole dónde acaban las fronteras de Rusia. El niño tomó aire y recitó:
La frontera de Rusia termina en el Estrecho de Bering, en la frontera con Estados Unidos.
Putin lo apretó contra su pecho y mirando al público corrigió cariñosamente:
Las fronteras de Rusia no terminan en ninguna parte.
Ocurrió hace un par de semanas en Moscú. En primera fila el ministro de Defensa ruso, Serguei Shoigu, aplaudía riendo la «broma» del presidente. Mientras, a 1.092 kilómetros de ahí, en Kaliningrado, un trozo de suelo ruso emparedado entre dos miembros de la OTAN (Lituania y Polonia), sus soldados estaban desplegando sistemas de misiles S-400 e Iskander. Los primeros pueden vedar el acceso aéreo a esa zona del Báltico. Los segundos, de corto alcance, pueden portar armamento nuclear.
"Rusia no puede aprobar un proyecto que serviría a los intereses de los terroristas" https://t.co/yy61MeT0bF
— RT en Español (@ActualidadRT) December 6, 2016
El presidente del Comité de Defensa del Parlamento ruso, Viktor Ozerov, ha dicho que los misiles son para contrarrestar un escudo antimisiles estadounidense planeado en el este de Europa. «La OTAN es un bloque agresivo», añadió el portavoz del Kremlin Dimitri Peskov. En efecto, Rusia «tiene derecho a adoptar las medidas necesarias dentro de su territorio». Ocho años después de la intervención rusa en Georgia, y con la anexión de Crimea y la injerencia en el este de Ucraniatodavía lastrando las relaciones entre Rusia y Occidente, Moscú ha encendido de nuevo las señales de alarma en la OTAN, que ha molestado a Rusia colocando más efectivos en el este de Europa.
Como denuncia el analista Gustav Gressel, del European Council of Foreign Relations, el crecimiento militar ruso empezó mientras Europa miraba para otro lado: «Occidente ha subestimado el significado de las reformas militares en Rusia al fijarse sólo en las carencias materiales que todavía tiene el ejército ruso». Como se vio en el caso de Crimea y Donbas, los rusos no necesitan tecnología de vanguardia para vencer en su vecindario. Bastan «intervenciones definidas con precisión y velozmente ejecutadas para anticiparse, y evitar así una reacción de Occidente».
«Rusia lleva modernizando su armamento en Kaliningrado desde 2008», se queja un diplomático polaco, recordando que «a día de hoy esa región rusa es «la zona más militarizada de Europa». Rusia es ahora «una potencia militar capaz de subyugar a cualquiera de sus vecinos si éstos se vieran aislados del apoyo Occidental» por culpa de una barrera como Kaliningrado o por la propia indecisión o lentitud en la toma de decisiones de la Alianza, alerta Gressel.
El Ejército ruso cuenta con la ventaja de la cercanía geográfica y, al contrario que Europa, puede actuar deprisa y sin previo aviso. Y todo eso gracias a que ha profesionalizado su ejército en detrimento de la importancia de los reclutas, ha simplificado su estructura de mando y ha renovado en la medida de lo posible su armamento aumentando la proporción del presupuesto que dedica a defensa.
Rusia cambia su ejército y el uso que le da
El ejército que la OTAN tiene al otro lado de sus alambradas se diferencia del soviético en bastantes cosas, pero sobre todo en que ya no depende tanto de la movilización de reservistas para estar listo para el combate. Según el analista Igor Sutyagin, durante la crisis ucraniana Rusia llegó a tener hasta 150.000 soldados listos para actuar en su lado de la frontera. La estructura de toma de decisiones en Rusia es vertical. Como recuerda el experto ruso en defensa Aleksander Golts, ni la oposición, ni el parlamento, ni los aliados demoraron los despliegues rusos en Ucrania o Siria, que se aprobaron por sorpresa en menos de una hora. Sin embargo, la OTAN requiere la puesta en común de sus socios.
No sólo ha cambiado el ejército: también los usos que Rusia está dispuesto a darle. En los años 90 Rusia midió su capacidad ofensiva en conflictos internos en el Cáucaso. Ahora, tras años en los que EEUU ha emprendido guerras -preventivas según Washington, ilegales para buena parte de la comunidad internacional y ruinosas a tenor de los resultados- Rusia cree llegado su momento.
El paradigma cambió a partir de 2007 con el discurso de Putin en Munich, que nadie supo interpretar bien: lanzó críticas contra EEUU por llevar a cabo acciones «unilaterales» y contra la OTAN por su ampliación al este de Europa. Al año siguiente fue la guerra relámpago de Georgia. Pero es desde la anexión de Crimea y su guerra híbrida en Donbas cuando ha quedado claro que Rusia va a defender -con hechos, no sólo con palabras- lo que considera su ‘zona de influencia’.
Temor en Estonia, Letonia o Lituania
Lo difícil es saber por anticipado hasta dónde llegan esos territorios que Rusia no puede o no quiere considerar ajenos. Y si los países protegidos por el escudo formal de la OTAN pueden ver su defensa puesta a prueba un día. Ese día se teme en Estonia, Letonia o Lituania por dos razones. No sólo por los recuerdos de una Rusia agresiva en el pasado. También por las dudas que hay entre la población sobre hasta donde llega el compromiso de la OTAN con ellos.
Vuelve la vieja pregunta de la Guerra Fría: si EEUU sacrificaría Chicago para salvar Berlín. Pero ahora no hay un solo ‘Berlín’. La OTAN no sabe qué ciudad, isla o infraestructura está en juego. O si de verdad hay una pieza de su tablero que esté en jaque. La geografía juega en favor de Moscú: empezando desde Finlandia, pasando por los bálticos y siguiendo por Ucrania hasta el mar Negro, Rusia (y su aliada Bielorrusia) tienen unas fronteras más amplias que nunca, las principales bases de la OTAN están lejos y Moscú podría, igual que en Crimea, llevar a cabo una política de hechos consumados en cualquiera de sus países vecinos, que no están preparados para recibir un refuerzo masivo en poco tiempo: pocas infraestructuras, escasos aeropuertos donde aterrizar, vulnerables al sabotaje y con minorías rusoparlantes que pueden entrar en el juego. Un ejemplo es la franja de 100 kilómetros, el llamado corredor de Suvalkia, que separa a Polonia de Lituania y que ha sido escenario de disputas indentitarias y territoriales entre nacionalistas de ambos bandos. Va desde Kaliningrado a Bielorrusia, donde Rusia tiene bases. Una ocupación rusa de esta zona con el pretexto de proteger Kaliningrado aislaría a los países bálticos del resto de la OTAN.
Rusia todavía no está preparada para un enfrentamiento militar a gran escala ni lo está buscando. Pero se prepara para ese escenario mientras -como en Crimea- aprovecha las situaciones que vayan surgiendo. Sus entrenamientos militares, igual que algunos de la OTAN, recrean un conflicto Europa-Rusia. Moscú ensayó una ofensiva relámpago contra los bálticos y Polonia y operaciones anfibias en la zona de Finlandia. «Los nuevos Iskander pueden alcanzar territorio alemán, y eso introduce un nuevo elemento en la ecuación», señala un responsable de seguridad de la OSCE. Pero para expertos como Mark Galeotti no hay alternativa a la OTAN: «No debería ser así, pero lo que va a frenar a Rusia en un momento dado es el tener que disparar a un soldado alemán o británico, no a uno lituano o polaco». Por eso no sólo Rusia ha sacado músculo: la OTAN ha desplegado cuatro batallones en Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Pero ni son permanentes ni implican bases.
Finlandia y Suecia, eternos vecinos neutrales de Rusia, cooperan con la OTAN pero temen unirse tras ver los graves problemas que han tenido Ucrania y Georgia al amagar con dejar atrás su neutralidad de manera oficial mientras otros como Moldavia vuelven a cercarse a la vieja metrópoli rusa. De esta manera, en torno a Rusia los países no alineados van adoptando una estrategia de defensa que consiste de momento en cooperar con Occidente y no enfadar a Moscú.
Asesores del ejército de EEUU como David Shlapak advierten de que a día de hoylas fuerzas armadas rusas ya tienen la capacidad de derrotar con éxito a cualquiera de sus vecinos occidentales, incluidos miembros de la OTAN y la UE si estos se vieran aislados, «llegando a Tallín o Riga en 60 horas». Cualquier respuesta coordinada de la OTAN ante una eventual incursión o desestabilización rusa se topará con la ‘burbuja’ de Kaliningrado.
En Moscú los medios suelen referirse a Occidente como un mundo que ha entrado en decadencia. El politólogo ruso Victor Olevich cree que EEUU «se acostumbró durante décadas a un liderazgo y ahora ve cómo Rusia, China y otros países aumentan su poder y ya no puede regular los procesos internacionales». Mientras, Europa, preocupada por conflictos lejanos durante estos años de paz europea, ha ido eliminando gradualmente sus sistemas terrestres de defensa aérea mientras se centraba en blindados ligeros de transporte de personal, mejores para las expediciones a conflictos lejanos pero fuera de lugar en las guerras mecanizadas.
La próxima llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha sido un jarro de agua fría para los vecinos de Rusia, que llevan años exteriorizando sus temores sobre las intenciones de Moscú. Trump durante la campaña ha puesto en duda que EEUU deba implicarse en todos los problemas de seguridad que tengan sus socios europeos. Esto aumenta el riesgo en el Báltico, porque antes de actuar Rusia valoraría dos factores: «La voluntad y capacidad de reacción de Occidente y la disposición de EEUU a implicarse en Europa y recuperar un territorio ocupado arriesgándose a una escalada incluso nuclear», dice Gressel.
Tras una incursión, Moscú puede obtener éxitos con el escenario siguiente: Occidente trata de lograr un acuerdo con Rusia para evitar un enfrentamiento directo, lo que permite a los rusos negociar pero conservando ‘conquistas’ como Crimea. ¿Geopolítica ficción? Gressel responde: «Desgraciadamente la reacción occidental a la agresión rusa contra Ucrania demuestra que los ejercicios militares rusos no andan lejos de la realidad».
Crimea: ¿estreno o ensayo?
Este mes se cumplen 25 años de los acontecimientos que llevaron al fin de la Unión Soviética, un derrumbe calificado por Putin como «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX». Pero aunque la URSS no puede reeditarse, vuelve su pulso con el mismo Occidente que la ha cercado durante estas décadas de convalecencia.
La principal deslealtad que Rusia reprocha a Occidente es haber ampliado la OTAN hacia sus fronteras. Como destaca Francisco José Ruiz González, coautor del libro Ucrania: de la revolución del Maidán a la guerra de Donbas, «el error estadounidense fue considerar a Rusia en 1992 como un enemigo derrotado» y dar por segura su colaboración, «asumiendo que su comportamiento sería similar al de Alemania o Japón en 1945″. Rubén Ruiz Ramas, coordinador de ese libro, constata que a día de hoy «la diferencia de poder entre la única superpotencia, EEUU, y la siguiente categoría de estados más poderosos está decreciendo».
De esto se ha dado cuenta Putin, que al principio de su Presidencia colaboró con Occidente hasta que se sintió engañado por el apoyo a las revoluciones en sus viejos satélites.
La idea de un mundo multipolar, que Moscú defiende desde hace años, está más que nunca sobre la mesa: «La posibilidad de integrar a Rusia en una gran Europa, vigente en los 90 y principios de los 2000, ha desaparecido de la agenda», dice Fiodor Lukianov, editor de la revista rusa Asuntos Globales, que cree que ahora es el turno de Rusia, que debe proponer un planteamiento geopolítico «que busque el bien común» más allá de sus fronteras. Dondequiera que éstas acaben.
La preocupación de Europa por Rusia es reciente. Estos años ha estado mirando al sur, al radicalismo islámico y a la accidentada exportación de democraciapatrocinada por EEUU en esa zona. Moscú sigue observando y aprendiendo: protesta contra la presencia de la OTAN cerca de sus fronteras eludiendo el enfrentamiento directo. Pero al mismo tiempo ha percibido que cada año que pasa es mejor que el anterior para hacer valer su posición usando la fuerza. La pregunta es si Crimea fue su estreno, o sólo el ensayo.