«…Te ofrezco el núcleo de mí que he guardado, de algún modo: el corazón central que no trata con palabras, no trafica con sueños, y no ha sido tocado por el tiempo, por las alegrías, por las adversidades…»
(«Two english poems», 1934, J. L. Borges, fragmento de su traducción)
Llamado
Cuando sonó mi teléfono celular y descubrí en su pantalla la leyenda «número privado» la primera reacción fue pensar que era la compañía de teléfonos con otra de sus promociones. Pero en vez de rechazar la llamada, como lo hago siempre en forma instintiva, coloqué mi dedo índice en el círculo verde que se dibujó en la cubierta táctil del aparato inventado por Alexander Graham Bell y lo deslicé hacia la derecha.
«- Hola, ¿hablo con Diego Jiménez?
– Sí, ¿quién habla?
– María Kodama».
Seguí conversando como si nada y mientras me paraba y buscaba una hoja para escribir el nombre de la mujer con la que estaba hablando, con la intención de apoyarlo luego en el vidrio de la oficina de Diana, para que alguien fuese testigo de ese momento, el diálogo concluyó. No me quedó más remedio que mostrarle luego el papel y contarle lo que había ocurrido tan fugaz como sorprendentemente.
Hace más de un año que intentaba realizarle un reportaje a la última esposa (estuvo casado primero con Elsa Astete Millán) de Jorge Luis Borges sin éxito. O ella no estaba en el país o su agenda no permitía un encuentro cuando yo visitaba Buenos Aires. Hace más de dos meses retomé el amable asedio y un mail me indicó que «su nota impresa se la hemos hecho llegar a la Sra. María Kodama con nuestro servicio de moto». Esta información brindada por Sara Sartore, coordinadora institucional de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, encendió una luz de expectativa que se confirmó con esa llamada imprevista una mañana fría de abril. Recuerdo que luego de ese grato momento me acerqué a la ventana y sonreí al percibir que las severas formas de un fresco otoño se ablandaban al ritmo de mi entusiasmo.
Presentación
María Kodama ha estudiado Literatura en la Universidad de Buenos Aires con especialización en literatura sajona e islandesa, de la que realizó traducciones al español. Hija del químico Yosaburo Kodama, de nacionalidad japonesa, y de María Antonia Schweitzer, cuenta que conoció, de oídas como ella misma dice, la existencia de Jorge Luis Borges a sus cinco años, cuando su profesora particular de inglés (cuyo sistema de enseñanza era compartir con sus alumnos en clase lo que ella disfrutaba en forma particular), le leyó «Two English poems», un poema escrito en lengua inglesa por el creador argentino. Estos versos románticos dedicados a una mujer (Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich), luego fueron publicados en el libro «El otro, el mismo», editado en el año 1964.
Ya a los 12 años, un amigo de su padre la llevó como espectadora a una conferencia que dictaba el poeta. Ambos reconocían sus inclinaciones literarias y pensaron que era bueno para ella escuchar de primera mano al genial escritor. No se equivocaron. A los 16, y en plena adolescencia, (alrededor de 1953), un encuentro casual en la calle, con choque de caminantes incluido, con el artífice de «El Aleph», derivó en su participación en un seminario de épica que dictaba el también ensayista y cuentista. Al poco tiempo, Kodama comenzó a frecuentar su casa algunas tardes. A partir esos momentos se convirtió en su discípula, para luego transformarse en su amiga, secretaria, lectora, compañera de viajes (a partir de 1975) y finalmente, luego de unirse en matrimonio con él el 26 de abril de 1986, en esposa.
En la actualidad es su albacea literaria, heredera universal y presidenta de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, actividad que le exige recorrer el país y el mundo dando charlas, dictando cursos en universidades, inaugurando exposiciones en homenaje a su marido, recibiendo distinciones y reconocimientos y, como ahora, dando reportajes. Considera que a la obra de Borges, que a priori no lo necesita por su envergadura y lugar en la literatura universal, hay que mantenerla viva y difundirla, especialmente entre los más jóvenes. De allí su activismo vital que percibí cuando me dijo entre risas: «…llámeme entre las 8 y las 9 de la mañana o entre las dos y las tres de la madrugada. Si no salgo me estalla la cabeza…». Y quizá también para afirmar aquello que escribió en el epílogo de «Atlas» (J.L. Borges, 1984) «…mientras, yo recorro aplicadamente los días, los países, las personas, cada instante que irá acercándome a usted hasta que se cumplan todas esas cosas que son necesarias para que otra vez se junten nuestras manos. Cuando esto suceda seremos otra vez Paolo y Francesca, Hengist y Horsa, Ulrica y Javier Otárola, Borges y María, Próspero y Ariel(1), definitivamente juntos, sólo luz para la eternidad…».
Esquina
El lugar acordado era la intersección de las calles Rodríguez Peña y Arenales. Descontaba la puntualidad de María Kodama porque ella hizo varias veces referencia a esa condición de su personalidad en un sinnúmero de entrevistas. Según le había enseñado su padre, la impuntualidad es una forma de disponer de la vida del otro. Al menos de su tiempo y nadie tiene derecho a eso. A la hora señalada, la vi pasar por la vereda de enfrente de donde yo estaba y doblar a paso firme por la esquina.
Pensé rápidamente que me había equivocado de lugar y que la cita sería en el bar de otra calle, sobre Callao. Crucé y tomé la decisión de llamarla, pero finalmente me abstuve. Se me cruzó la idea de que pensaría que era un ladrón o un desconocido alucinado y que a raíz de eso, de gritar su nombre o alcanzarla, me vería envuelto en un episodio engorroso. Entonces volví a mi puesto de espera con cierta decepción. A los pocos minutos pasó nuevamente por la vereda de enfrente, pero en sentido contrario. Dude que hacer, pero esta vez, con convicción, me dispuse a seguirla. Tome valor y la llame. Se dio vuelta, me present´E, se disculpó y me dijo que tenía que entregar unos papeles a un amigo y que se le habían superpuesto los horarios. «Espéreme que en unos minutos estoy allí». Y así fue.
Entrevista
– Usted fue testigo del proceso creativo de Borges, ¿cómo trabajaba?
– Escribía cuando, como él decía, le llegaba la musa. O sea, cuando se le ocurría algo. A veces como resultado de lo que soñaba, porque tenía la ventaja de recordar sus sueños. También cuando se daba baños de inmersión, por ejemplo. Como no veía no se podía duchar, por ese motivo se los daba. Entonces pensaba, en esas situaciones, si lo que había soñado le servía para escribir un cuento, un poema. O si no le servía para nada.
– ¿Luego se los relataba y posteriormente usted lo escribía?
– Claro, muchas veces, hasta llegar a la idea que se proponía.
– Entonces participaba cotidianamente en el proceso de corrección constante de Borges.
– Y también cuando el libro ya estaba en el editor. Nos pasaba de llamar a las dos de la madrugada para corregir algo con lo que no estaba conforme.
– ¿No la cansaba todo ese trabajo? Entiendo que vivía con un genio, pero debe ser agotador.
– No era tedioso para mí, era fascinante. Yo soy mitad japonesa y soy perfeccionista, entonces el hecho de que él puliera y puliera las cosas no era para mí algo negativo. Yo veía como, lo que iba buscando, se acercaba más a lo perfecto. Y me daba un placer enorme.
– ¿Durante todo el día?
– No, durante todo el día no.
– No tenía una rutina de trabajo.
– No, como venía la musa. Y si no ocurría, no le importaba tampoco.
– ¿La memoria prodigiosa de Borges era sólo producto de su propia naturaleza o se potenció a raíz de su ceguera? Porque él recordaba pasajes completos o frases de memoria de textos leídos mucho tiempo atrás.
– Increíble. Y para mí fue una enorme sorpresa cuando me di cuenta de todo lo que él conocía de antes, todo lo que él recordaba. Hasta cuadros que había visto cuando él veía, en su juventud, en Europa. Cuando íbamos a un sitio me decía que debíamos dejar un lugar para visitar a nuestros amigos, que eran los pintores que él prefería.
– En el libro «Atlas», cuyas fotos sacó usted, que reúne fotografías de distintos lugares del mundo que ambos visitaron, se lo ve al poeta frente a obras de arte, caminando entre ruinas arquitectónicas y hasta volando en globo. Me intriga saber cómo percibía los lugares, ¿era el recuerdo de haber ido alguna vez? ¿O el relato que le hacía al llegar a un lugar nuevo?
– De los lugares que conocía se acordaba, por supuesto. Y en alguno de ellos había vivido. Pero los nuevos lugares yo se los describía cuando justamente yo me di cuenta que él conocía tanto de arte, de los colores que tanto le gustaban y había visto. Con eso yo recreaba el ambiente.
– ¿El sentía pesar por no ver?
– No, si lo tenía nunca me dijo nada.
– Lo tomó como una circunstancia de su vida, ¿no? además de que también fue heredado de su padre. Le cambio de tema, ¿Por qué «Las ruinas circulares» es el cuento de Borges que más le gusta?
– Si tuviese que quedarme con uno sería con ese. Fue una cosa increíble. Yo tenía más o menos diez años y agarré en mi casa una revista, posiblemente «Sur» (2), no recuerdo bien. La abrí y leí «…Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche…» y me capturó hasta el día de hoy.
Hace dos años la Fundación Sur presenta en el Salón del Libro de París una traducción de una entrevista que Victoria Ocampo le hace a Borges a través de fotografías y querían que yo escribiera el prólogo y entonces me dan el libro. Me lo entregan y lo leo detenidamente. Llego a una de las descripciones de una foto donde se cuenta lo que Victoria Ocampo le dice a Borges: «…bueno Borges aquí hay una casa donde hay un jardín a la izquierda y una escalera a la derecha…» y Borges contesta, y esto es lo maravilloso, «…ah esa es la casa de la calle Anchorena, ahí yo escribí Las ruinas circulares en una semana. Durante esa semana yo iba al cine con mis amigos, salía a caminar solo, iba a la biblioteca, dormía, pero todo eso era como ilusorio. Solamente yo quería volver para escribir Las ruinas circulares. Nunca, ni antes ni después pude escribir con la intensidad con la que escribí ese cuento». Imaginate una criatura de diez años que lo leyó y quedo atrapada para siempre por ese relato, es maravilloso.
– Parece que su vida estaba predestinada a encontrarse con Borges: el poema que le leyó su maestra de inglés a los cinco años, el comienzo del cuento a los diez que la cautivó, el chocárselo cuando tenía 16 en la calle…
– Borges decía, era agnóstico como yo, pero jugando «la forma más lógica después de la partida es la reencarnación. Entonces prometámonos que nos vamos a reencontrar porque nosotros seguro hemos tenido otras vidas en las que hemos estado juntos. Prometámonos que en la próxima vamos a reencontrarnos». Yo le contestaba que en la próxima quería ser científica y me decía que no le diga eso porque él quería ser escritor. Y a lo mejor es así, porque uno no sabe nada.
– ¿Qué lo apasionaba de Borges además de su inteligencia? ¿Cómo era en lo cotidiano?
– Encantador, divino, era muy divertido. Mis amigos se lo perdieron. Porque yo les decía vengan, ellos me contestaban «no el viejo, los laberintos». Eso será cuando escribe les contestaba, pero su persona era divertidísima. Se lo perdieron.
– ¿Se encargaba de las cuestiones materiales?
– Nada. Yo tampoco, así que era un caos. Era divertido porque cuando él me decía casémonos yo le respondía que no era ama de casa, que no sabía cocinar. «Madre tampoco decía él».
– Usted lo acompaño a partir de 1975 en sus viajes.
– Un poco previamente comencé. Antes lo hacía con su madre o con algunas amigas. A veces también nos encontrábamos en algún lugar a los que él iba.
– ¿Era consciente de su lugar en la literatura?
– Yo pienso que debía ser consciente pero no le daba importancia. El pensaba que lo que hacía podía estar mejor, de allí su actitud. Nunca hablaba de eso en privado, ni públicamente.
– Un hombre reservado, tímido.
– Sí y no. Era una persona criada por gente de otro siglo, del XIX, donde hay cosas que no se dicen.
– No le voy a preguntar de la relación con Bioy porque usted ya ha manifestado su desagrado con lo escrito en el libro «Borges» (2006) por él y sus opiniones en relación a la publicación de ese voluminoso libro una vez que murieron ambos autores, ya son conocidas. ¿Quiénes eran sus amigos en el ambiente literario?
– Con el que tenía una linda amistad era con Félix «Grillo» della Paolera. Ambos se tenían mucho cariño y respeto. Grillo era un estudioso de la obra de Borges. Con Mastronardi (Carlos, 1901-1976) tenía una linda relación, Manuel Peyrou (1902-1974) era demasiado dramático para él, muchas veces comíamos en su compañía en el diario La Prensa. Y Xul Solar (1887-1963), por supuesto. Después por otros motivos, por algunas cosas que había escrito, no por todo, con Manuel Mujica Lainez (1910-1984).
– ¿Por qué Borges comienza escribiendo poesía, luego deja de hacerlo y posteriormente retoma esa forma de escritura?
– Por un accidente cuando iba a visitar a una amiga. Subió una escalera y estuvo gravísimo, al borde de la muerte. Entonces empezó a escribir cuentos porque pensó que como nunca lo había hecho, si salía mal, salía mal. «Pero si yo creo que no me salen y soy bueno, me voy a volver loco…». Era muy lógico.
– ¿Tenía un sentimiento trágico de la vida?
– No, yo nunca podría haber estado con alguien que lo tuviese.
– ¿No le tenía miedo a cómo se llega a la muerte? ¿La forma, el desgaste o el sufrimiento?
– No, era una persona muy especial. De todas las formas de la partida, le parecía que la más lógica era la reencarnación. Pero tampoco es que creyera en eso.
– ¿Pensaba que dejar un legado literario era una forma de permanecer?
– No, tampoco.
– ¿Por qué Islandia? Es una isla chiquita, poco habitada, fría.
– Porque tiene una gran literatura. Para Borges si un país no tenía literatura no existía. Mal o bien, es una forma de pensar.
– ¿Usted dictó clase alguna vez? Sí tiene el ejercicio de la conferencia o de la charla.
– En aula no, eso fue reemplazado por la conferencia. Lo que yo quería era enseñar, porque para mí enseñar es lo más maravilloso que puede hacer un ser humano. De ese modo se abre el futuro, la posibilidad, la cabeza. Nunca quise ser madre, desde que era chiquita decía a mis alumnos la clase. Ponía los osos y las muñecas para hacer que les enseñaba. Era y sigue siendo lo máximo.
– Cuando frecuenta a los investigadores de la obra de Borges y lee lo que escriben y, usted sabe que le pueden hacer decir a un autor lo que este nunca dijo ni pensó, ¿cómo es su reacción?
– La libertad es la libertad y si son cosas lógicas y positivas, está bien.
– ¿Con las biografías también? ¿La consultan los autores?
– No mucho. Y no leo esos libros. Pienso que es muy difícil escribir una biografía de alguien que uno conoce. Por tanto hacerlo de alguien a quien uno no conoció, con quien no habló, de alguien así uno puede escribir datos y alguna idea o proyección. Me parece bien que las escriban, genial, bueno pueden ayudar a ver un punto de vista, una cronología, lo que sea. No mucho más.
– ¿No saldría a contestar entonces un invento de un biógrafo?
– Lo he hecho alguna vez cara a cara, pero bueno.
– La obra de Borges tiene volumen propio, pero considera que se debe difundir igual. Es su albacea.
– La obra estaba instalada. El agente me hizo ver las cosas de una manera que yo no había pensado. Esa presencia casi física de Borges, es mi trabajo. Y lo disfruto enormemente porque es estar con él. Todos me ayudan en esas ocasiones a hacer, entre comillas, el milagro secreto positivo, cuando organizo una exposición se habla de él, están profesores, etc. De ese modo se hace presente.
– Es una manera de sobrellevar su ausencia.
– Pero no sé si es ausencia, porque yo lo siento en mí. No lo podría transmitir. Está en mí, es compartir todo eso, es una cosa especial.
– ¿Cómo definiría en pocas palabras su vida con Borges?
– Maravillosa.
Conversamos una media hora más de disputas y de personas en torno a la obra de uno de los más grandes escritores de la lengua española. De quién algunos consideran, junto con Cervantes y Quevedo, que ha enriquecido más nuestro idioma y literatura. Fiel guardiana de su memoria e intimidad, María Kodama, sigue recorriendo el mundo para reencontrarse con su célebre marido en los lugares más conocidos e ignotos de este mundo. Cuidando su obra, expandiendo su leyenda.
(1) Los primeros son personajes de «La Divina Comedia» escrita por Dante Alighieri; los segundos dos hermanos que invaden la isla de Inglaterra (Siglo V) al mando de un ejército de sajones, anglos y jutos; los terceros son personajes de un cuento de Borges incluido en el «Libro de Arena» (1975) denominado Ulrica; los cuartos una referencia a su propia relación amorosa y los quintos, protagonistas de la obra «La tempestad» de William Shakespeare.
(2) Revista dirigida y fundada por Victoria Ocampo (1890-1979), que se publicó entre 1931 y 1992.