Michel Temer firmó hoy la notificación del Senado en la que asume de manera interina la Presidencia de Brasil después de que la Cámara Alta decidiera abrir un juicio político con fines de destitución contra la mandataria Dilma Rousseff.
La notificación, firmada por el titular del Senado,Renan Calheiros, faculta a Temer como presidente durante los próximos 180 días, período en el cual la Cámara Alta debatirá si destituye a Rousseff o le permite volver al cargo.
El nuevo gobernante, según el primer secretario del Senado, Vicentinho Alves, asumirá de manera “interina” y no en calidad de “en ejercicio”, como acostumbraba hacerlo durante las ausencias de Rousseff.
La notificación a Temer fue entregada diez minutos después de la que le fue remitida a Rousseff y en la que de manera oficial se le comunicó la decisión del plenario del Senado, que por 55 votos a favor y 22 en contra decidió dar vía libre al juicio destituyente.
El hasta hoy vicepresidente gobernará mientras el Senado decide la suerte de Rousseff, quien de ser separada definitivamente del cargo permitiría que Temer termine el mandato hasta el 1 de enero de 2019.
Según Alves, Temer fue “muy receptivo” y compartió la notificación con varios de sus posibles ministros, que serán anunciados en las próximas horas, y entre los que se encuentran Henrique Meirelles, favorito para ocupar la cartera de Hacienda, y Eliseu Padilha, quien llegaría al Ministerio de Presidencia.
Durante toda la mañana, a la espera de la notificación, Temer estuvo con los miembros de su futuro gabinete y con posibles integrantes de su equipo diplomático, encabezados por Fred Arruda, actual embajador ante los organismos económicos en Londres y quien llegaría a la Asesoría Especial de Asuntos Internacionales.
Arruda ocuparía el lugar del influyente Marco Aurelio García, principal asesor del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva y de su sucesora Rousseff, quien durante su función se distinguió por su aproximación con los Gobiernos de izquierda de Latinoamérica y con los países africanos.
A la Cancillería, en tanto, llegaría como nuevo jefe de la diplomacia brasileña el senador opositor José Serra,quien disputó las elecciones presidenciales en 2002 y 2010, cuando fue derrotado en segunda vuelta por Lula y Rousseff, respectivamente.
El nuevo Gobierno de Temer tiene el reto de recomponer la base oficialista en el Congreso para conseguir llevar adelante los proyectos de ley que Rousseff intentó poner en la agenda legislativa.
Además, Temer deberá responder a la confianza inicial que el mercado financiero ha dado a su posible Gobierno y que ve en Meirelles a un comandante para implementar las medidas necesarias que le permitan a Brasil enderezar el camino de su economía, que este año puede terminar con otra contracción próxima al 4,0 %.
En la lista de tareas imprescindibles, Temer deberá recuperar la confianza de los inversores y de los mercados financieros, desencantados con la política poco ortodoxa implementada por Rousseff, separada hoy de su cargo por la Cámara Alta para iniciar un juicio político con vistas a su destitución.
Como presidente interino, Temer toma las riendas de un país con una economía totalmente noqueada, que el año pasado se contrajo un 3,8 % y que podría caer otro 3 % en 2016, ahogándose así en su peor recesión desde 1930.
Temer asume una herencia maldita en cuestión de números, especialmente en las cuentas públicas del país, que en 2015 registraron un déficit fiscal primario de 111.249 millones de reales (unos 32.000 millones de dólares).
El Ejecutivo espera este año una cuenta negativa de cerca de 100.000 millones de reales (unos 28.000 millones de dólares), lo que supondría el tercer año consecutivo en números rojos y un agravaría de la deuda pública, que se sitúa ya en torno al 67 % del Producto Interior Bruto (PIB).
Para restaurar la salud de las finanzas, Temer se ha comprometido a aplicar un ajuste fiscal, el mismo que su antecesora Rousseff intentó llevar a cabo sin éxito por la fuerte oposición que encontró en el Congreso y en sus propias bases.
El eje central del paquete de austeridad pasará por la reducción de los gastos públicos, comenzando por un corte significativo en el número de ministerios, según han adelantado legisladores próximos a Temer.
Para engrosar las cuentas, también podría recurrir a las privatizaciones de “todo lo que sea posible” en materia de infraestructura, como fue adelantado recientemente en un documento titulado “Travesía social” y que cuenta con el visto bueno de Temer.
Otro de sus caballos de batalla será la reforma del sistema de pensiones, una propuesta que la propia Rousseff intentó plantear en el Congreso, pero que contó con una fuerte resistencia por parte de su propio partido.
En la lista de innumerables asuntos pendientes en materia económica también figura el combate a la inflación, que en 2015 cerró en el 10,67 %, el mayor nivel en los últimos 13 años, aunque ha comenzado a desacelerar durante 2016.
El alza de los precios ha golpeado el consumo de las familias, que durante años fue uno de los motores que hicieron girar la rueda económica del país, y ha obligado a las autoridades monetarias a elevar fuertemente los tipos de intereses.
Como un pez que se muerde la cola, el enfriamiento de la economía y la incertidumbre política se han ensañado con el desempleo, que ha aumentado sin tregua, hasta los 11,1 millones de parados.
Pero su éxito no depende sólo de sus maniobras en materia de números, sino de las piezas que se vayan moviendo en un tablero político salpicado por corrupción.
Para llevar adelante los proyectos, Temer deberá tejer fuertes alianzas parlamentarias, las mismas que hicieron a Rousseff perder el rumbo de su Gobierno y la precipitaron hacia el abismo político.