Las Naciones Unidas establecieron como días de lucha contra la violencia y la violencia sexual contra niños, niñas y adolescentes dos fechas: el 18 de noviembre, para prevenir la Explotación, los Abusos y la Violencia Sexual contra los Niños y Promover la Recuperación, y el 19 del mismo mes, el Día Mundial de la Prevención del Abuso Infantil.
Estos días se establecieron con el propósito de dar visibilidad a la problemática y fortalecer el compromiso de los Estados para su prevención y atención como política prioritaria.
La violencia sexual en la infancia es un grave problema de salud pública en todo el mundo y cada vez más cometido por niños y adolescentes. Constituye una de las principales causas de maltrato infantil. No solo se trata de un delito contra la integridad sexual sino que afecta también su integridad moral, ética, espiritual y psicológica de quien lo padece, con repercusiones también en las familias.
Afecta a una enorme cantidad de niños, niñas y adolescentes en todo el mundo, independientemente de las condiciones socioeconómicas, raciales o culturales, y puede ser cometida a cualquier edad, tanto en el ámbito intra como extrafamiliar.
Los estudios demuestran que la mayoría de las víctimas son las niñas, aún no existen estudios robustos acerca de la infancia travesti/trans y la violencia sexual, aunque sí muchos relatos dolorosos y escalofriantes. También los varones poco a poco comienzan a develar verdades sepultadas por la sanción social, con lo cual todavía estamos a ciegas con la magnitud del problema.
En la mayoría de los casos, las consecuencias para las víctimas incluyen desde el embarazo precoz y forzado, con la aterradora posibilidad de una maternidad forzada, las infecciones del tracto reproductivo y las enfermedades sexualmente transmisibles.
Los riesgos de desarrollar trastornos biopsicosociales, con repercusiones sobre las esferas física, conductual y cognitiva son enormes. Las consecuencias en el ámbito social debido a los altos costos con asistencia médica, sistema penal y judicial, caída en la productividad y en el salario del futuro joven y del próximo adulto que padeció esta forma de violencia en su infancia o adolescencia son atronadoras.
En la niñez, la violencia sexual provoca fobias, depresión, ansiedad y trastorno postraumático, además de los sentimientos de culpa, vergüenza, humillación, dificultad para confiar, conductas suicidas, autolesión, bajo rendimiento académico, trastornos alimentarios, conducta sexualizada y agresividad y miedo. Mucho miedo.
Reconocer y asumir que se ha sido víctima de un delito de esa naturaleza a veces demanda muchos años, dado que esa persona lo revela cuando alcanza la capacidad de discernimiento y decide compartirlo con alguien que le merezca confianza.
En mis anteriores columnas en este espacio he abordado la violencia sexual desde diferentes enfoques. Hoy, en la semana de prevención, quiero examinar una problemática que crece a raudales y que también debemos atender con urgencia: la violencia sexual entre pares.
De qué se trata
Hace un tiempo crece tanto en la consulta clínica, como en los sistemas de administración de justicia y en la solicitud de ayuda en las ONG´s especializadas, los casos de niños, niñas y adolescentes agredidos sexualmente por otros menores de edad.
La violencia sexual realizada por un niño menor de 18 años se identifica cuando existe fuerza o asimetría de poder o diferencias etarias significativas entre el agresor y la víctima. Sin embargo, en muchos casos que se presentan esta asimetría no existe y tampoco se trata de experiencias de índole exploratoria entre niños como: mirarse los genitales, enseñarlos o, incluso, tocarse con curiosidad, que forman parte de esta etapa del crecimiento.
Estas prácticas, a veces, son parte del descubrimiento y la maduración sexual, y no son acciones destinadas a obtener gratificación sexual. La mayoría de las veces ni siquiera hay excitación o componente erótico. Las situaciones relatadas por los niños y niñas que han experimentado prácticas de índole sexual son muy graves y delatan conocimiento de sexualidad adulta, lo cual confiere un carácter de traumatización en el paciente con frecuentes episodios de flashback que los atormentan y fantasías de carácter intrusivos sexual no adecuadas a la edad.
Una de las hipótesis más sostenidas para explicar el fenómeno de recrudecimiento de la violencia sexual entre pares es la exposición y uso de pornografía por parte de niños y niñas, especialmente consumida por varones.
Uno estudio longitudinal realizado por Dawson, K., Tafro, A., & Štulhofer, A. (”Agresividad sexual adolescente y uso de pornografía: una evaluación longitudinal”, 2019). donde se ponen en evidencia las distintas investigaciones que hablan acerca de la relación entre el consumo de pornografía violenta en los adolescentes y las conductas sexuales agresivas. Se analizó la conducta de adolescentes entre 16 – 18 años, y se confirmó que existe una relación entre el consumo de pornografía y la agresividad en distintos contextos. Esta agresividad se manifestó en el ámbito sexual y social.
Otro estudio, “Uso de la pornografía como marcador de riesgo de un patrón de comportamiento agresivo entre niños y adolescentes sexualmente reactivos”, Alexy, E. M., Burgess, A. W., & Prentky, R. A., 2009), plantea la hipótesis de que la pornografía es un detonante de conductas agresivas en los adolescentes por las escenas coercitivas, agresivas y denigrantes que se observan en los videos.
Los sujetos de la muestra son niños y adolescentes sexualmente reactivos, en su mayoría varones. Las conductas antisociales que se presentaron con mayor frecuencia fueron: acoso verbal, mentir y robar. Más de la mitad de los participantes que utilizan pornografía habían tocado a alguien de forma inapropiada sin consentimiento.
El consumo de pornografía en los niños y adolescentes crece de forma exponencial. Durante la pubertad diversos estudios demuestran que los varones visitan con más frecuencia páginas pornográficas como una búsqueda de sensaciones y cuanto mayor es el consumo de pornografía, peores son las calificaciones en el colegio.
También es así que el consumo de pornografía o material sexualmente explicito está relacionado con el abuso sexual y afecta en la visión acerca de la mujer. Los resultados apuntan a que los consumidores de pornografía son más propensos a tener una perspectiva de la mujer como un objeto sexual.
Se ha observado el consumo de pornografía es una práctica cada vez más habitual con el paso de los años, principalmente por el desarrollo tecnológico, lo cual permite una mayor accesibilidad a este contenido. Se estima que entre 2004 y 2016 la proporción de usuarios de pornografía ha aumentado un 310%, con niveles exorbitantes durante el aislamiento social preventivo por la pandemia de coronavirus que también incluyó en Argentina un aumento en el tráfico de imágenes de explotación sexual comercial infantil (lo mal llamado pornografía infantil) así como un aumento del grooming (abuso sexual a través de medios digitales).
Esto significa que la pornografía y las imágenes sexuales explícitas están dentro de las casas a través de las pantallas a las que acceden los niños y niñas sin casi necesidad de buscarlo.
Según datos de la Asociación Internacional Stop Porn Start Sex:
– 11 años es la edad media de inicio del consumo de pornografía.
– 1 de 10 menores de edad europeos hace sexting.
– 93% de los hombres vieron pornografía durante la adolescencia.
– 62% vieron de las mujeres vieron pornografía durante la adolescencia.
– 80% de los jóvenes que ven pornografía tienen comportamientos sexuales agresivos.
Los estudios hablan, en edades tempranas, de exposición a la pornografía o a material sexualmente explícito (imágenes de desnudos y genitales). Esto suele ocurrir las primeras veces a través de banners y pop-ups (ventanas emergentes en Internet), videos que comparten niños y niñas más grandes o folletos que encuentran en la calle, imágenes en películas, series, anuncios o redes sociales.
Cada vez es más frecuente recibir niños en la consulta que se vieron sometidos a recrear escenas sexuales junto a otros para intentar comprender y metabolizar situaciones que los subyugaron. Imágenes violentas e inconexas que se meten en sus retinas como el filo de una navaja. Estas prácticas imitadas desde la inmadurez física y emocional de la niñez constituyen violencias sexuales, aunque ninguno de los menores de edad sean responsables de sus actos.
Las secuelas, como otras formas de violencia sexual, también son intensas para sus psiquismos en desarrollo y críticas para su elaboración en edades tempranas. La fuerte sensación de sentirse culpables de haber hecho algo malo o haber dañado a otro niño es directamente proporcional al desconocimiento ante la pregunta ‘¿Por qué lo hiciste?’. La respuesta siempre es ‘No lo sé’, pero la referencia puede ser a varias situaciones: la imitación de un abuso vivido, la observación presencial de escenas sexuales frecuentes (lo que constituye abuso sexual) el consumo de imágenes y pornografía, esta última es de las más relatadas.
Los niños y las niñas también están cada vez más expuestos a material que muestra abusos sexuales infantiles y a contenidos extremadamente inapropiados de índole sexual en línea. El consumo de pornografía por parte de niños, niñas y adolescentes es una agresión a su aparato psíquico. Las imágenes suelen ser incomprensibles y perturbadoras para el sujeto infantil y logran romper la homeostasis del sistema dejando huellas muy difíciles de elaborar. El consumo de pornografía estaba ligado a actitudes más permisivas y agresivas hacia la sexualidad no consensuada y la exposición temprana se asociaba con un mayor riesgo de comportamientos sexuales de riesgo.
La violencia sexual contra los niños y las niñas siempre está envuelta en el silencio, el estigma, la complicidad y el miedo. Cuando se da entre pares, es insoslayable pensar en un momento de violencia sexual anterior que los eyectó a estas escenas recreadas e imposibles de metabolizar. El miedo a las represalias, incriminación, culpa, vergüenza, confusión no permite muchas veces que los niños hablen y por ello hay que estar muy atentos a lo que consumen en redes, a su vivenciar diario, a los cambios conductuales y conversar, siempre conversar y ofrecer entornos de cuidado. No existe peor y más cruel desamparo que el del niño humillado sexualmente que debe guardar silencio.
Argentina tiene una deuda enorme con la infancia: desde la imprescriptibilidad de la acción penal de estos delitos, la investigación de la magnitud del problema a escala nacional, el acceso a la justicia, medidas de desagravio, espacios de contención y apoyo, policía especializada y capacitaciones con perspectiva en infancia en todos los ámbitos.
Del mismo modo se presenta la urgencia en la creación de campañas de concientización y sensibilización serias, que involucren a los y las sobrevivientes que son quienes saben exactamente cómo comunicar lo innombrable, para prevenir y, finalmente, erradicar la violencia sexual y no necesitar que los niños y adultos deban recuperarse de su infancia.