Lise Ramslog había salido para una caminata descalza en un día cálido de septiembre pasado en el que la crisis de refugiados de Europa llegó a su remoto pueblo en el sur de Dinamarca.
La abuela de 70 años había planeado un simple paseo. Lo que encontró en su tranquila comunidad costera fueron cientos de extenuados refugiados que habían llegado en ferry de Alemania en busca de asilo, pero los habían apartado y dejado sin acceso al transporte público. Desesperados, algunos habían comenzado a caminar por la carretera.
Ramslog decidió ayudar: tomó su auto, cargó a dos parejas jóvenes, un niño pequeño y un bebé recién nacido y lo trasladó unos 160 kilómetros hasta su destino en Suecia. «Cuando cruzamos la frontera, estaban felices y lloraban», recordó.
En otro contexto, Ramslog podría haber sido reconocida como una buena samaritana. Sin embargo, el Gobierno danés la calificó de una manera distinta: traficante de personas convictas.
Ramslog podría haber sido reconocida como una buena samaritana. Sin embargo, el Gobierno danés la calificó de una manera distinta: traficante de personas convictas
La decisión de las autoridades de procesar a Ramslog -y a cientos de otros ciudadanos daneses con un crimen similar- es la última evidencia del triste giro que ha dado el Gobierno danés ante la afluencia sin precedentes de migrantes y refugiados.
Dinamarca no está sola: en toda Europa, el abrazo tierno a quienes huían de conflictos en las puertas del continente se ha convertido en un rechazo inflexible.
La semana pasada, las autoridades de Grecia comenzaron a reenviar a los recién llegados a Turquía, como parte de una política destinada a cerrar definitivamente el camino a través de los cuales más de 1 millón de personas buscaron refugio el año pasado.
En Dinamarca, la brecha entre su antigua reputación y la realidad actual parece especialmente ancha.
«Estamos perdiendo el respeto a los valores sobre los que hemos construido nuestro país y nuestra Unión Europea», dijo Andreas Kamm, secretario general del Consejo Danés para los Refugiados. «Se está volviendo muy difícil defender los derechos humanos.»
«Estamos perdiendo el respeto a los valores sobre los que hemos construido nuestro país y nuestra Unión Europea»
Mientras que Alemania sigue recibiendo a los solicitantes de asilo, y otros países europeos como Suecia mantuvieron sus puertas abiertas durante todo el tiempo que pudieron, Dinamarca ha adoptado una línea dura casi desde el principio.
El Gobierno redujo beneficios de los refugiados, permite a la policía de confiscarles objetos de valor, incluyendo dinero en efectivo y joyas. Y las autoridades han hecho que sea mucho más difícil para los que ya están aquí reunirse con sus familias, lo que ha aumentado el tiempo de espera de un año a tres.
Los daneses que colaboraron con el traslado de refugiados a través de la frontera están siendo condenados por tráfico de personas y se les aplica una multa de unos USD 3.350.
A Ramslog le redujeron su multa a la mitad por ser jubilada y vivir de una pensión mínima. Pero aún así, resulta mucho dinero para ella. Hasta ahora, su más grave encontronazo con la ley había sido una multa por exceso de de velocidad
«Estoy orgullosa de lo que hice y nunca me arrepentiré de haberlo hecho,» dicen Ramslog, su pelo gris con broches de plástico de color rosa y sus claros ojos azules llenos de lágrimas. «Pero yo no quiero ser llamada una criminal».