Se llama Lawrence McKinney y en octubre de 1977 estaba en su casa de Menphis con 22 años cuando se vio envuelto en una acusación injusta. A una vecina suya, dos hombres la violaron salvajemente y ella después aseguró a la Policía que había sido él.
Pese a su defensa, a su convencimiento de que la acusación no era cierta, McKinney un año después fue condenado por el tribunal a 115 años de cárcel por robo y violación.
Fue encarcelado pero su discurso no cambió hasta que 28 años después pensó que lo mejor sería aceptar los cargos por robo para intentar aminorar la condena para salir antes de prisión. Sin embargo, la causa dio un giro increíble en 2008, cuando un examen de los restos biológicos que había en la cama de la mujer violada reveló manchas de tres personas que en ningún caso compatibilizaban con McKinney. Las pruebas de ADN eran irrefutables.
«Aunque he pasado más de la mitad de mi vida en prisión, encerrado por un crimen que no cometí, no tengo amargura ni estoy enfadado con nadie», aseguró el hombre de acuerdo a una nota publicada por el diario La Vanguardia después de ser liberado en 2009.
Pero la injusticia no terminó allí. Empeoró con el tiempo. Porque luego de pasar más de 30 años encerrado en una cárcel pese a ser inocente, McKinney pidió una indemnización de un millón de dólares y la Justicia estadounidense no respondió como esperaba.
Le dieron un cheque de 75 dólares. Encima, no pudo cobrar el dinero hasta pasados tres meses porque luego de tanto tiempo en prisión, no tenía el documento de identidad vigente.
¿Por qué le dieron tan poco dinero?
La Junta de Libertad Condicional decidió que podía salir en libertad, pero se niega a exonerarlo de sus delitos. Si la Junta decidiera eso, la compensación sí sería de un millón de dólares. Pero las autoridades insisten en que no hay pruebas de su inocencia y argumenta también que McKinney cometió 97 infracciones estando en prisión, incluyendo una agresión a otro preso.
Hoy, McKinney disfruta de su nueva vida tras casarse en 2010 con una mujer con la que se escribía cartas desde prisión. «Lo único que pido es un trato correcto y justo por lo que me ha sucedido. No hice nada y sólo quiero que se me trate con justicia».