Como sobre una autopista nueva, las familias de clase media de América Latina han rodado en la última década de bonanza económica. Por primera vez en la historia los pobres son menos que sus vecinos de arriba en la escala de la riqueza. Pero esa prosperidad podría terminar súbitamente para muchos. Muy pronto.
La aceleración y el atasco
Entre 2004 y 2013 la región vivió un auge económico espectacular. Cuando otros se hundían por la crisis financiera, los países latinoamericanos mantuvieron tasas de crecimiento envidiables, impulsadas por la demanda de materias primas de los mercados asiáticos, en particular de China y la India.
Las exportaciones récord de minerales y combustibles se conjugaron con bajas tasas de interés, lo cual facilitó el acceso a los préstamos y, finalmente, la avidez de los inversores extranjeros a niveles nunca vistos. Los gobiernos reportaron ingresos inéditos que invirtieron en la reducción de la deuda, la expansión de programas sociales y el incremento de las reservas de divisas. Aunque no todos utilizaron esas ganancias de manera responsable.
Hoy la situación ha cambiado y los pronósticos de los expertos hacen temer un retorno a las estrecheces, al menos en algunos países del subcontinente. China aún no ha entrado en recesión, pero su ritmo de crecimiento se ha reducido. Como consecuencia, la demanda y el precio de las materias primas han caído. El barril de petróleo, por ejemplo, perdió la mitad de su valor desde el verano de 2014 y más de dos tercios con respecto al pico de 2008, cuando se vendía por alrededor de 130 dólares.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que 2015 cerrará con una contracción del 0,3 por ciento del PIB regional. El año próximo se espera una discreta recuperación, impulsada por el buen desempeño económico de Estados Unidos. Esas cifras globales esconden la diferencia entre un puñado de países en serios problemas y otros que pueden mirar el futuro con cierto optimismo.
Especialistas consideran que para mantener el ritmo y reducir la dependencia de las materias primas, los países latinoamericanos deberán mejorar la productividad. ¿Cómo? La respuesta pasa por hacer más eficaces los sistemas de educación, desarrollar las infraestructuras y apostar por la innovación, tres deudas de las economías latinoamericanas.
¿Crisis sociales a la vista?
En estos años de prosperidad millones de latinoamericanos salieron de la pobreza. De acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), dos tercios de los habitantes del continente se reconocen como clase media, si bien los indicadores económicos de ese grupo varían de un país al otro.
Esas familias que salieron de la pobreza gracias, en gran medida, a generosos programas sociales, se han acostumbrado rápidamente a las comodidades de su nuevo estatus. La memoria de la precariedad, aunque cercana, se espanta como una pesadilla. ¿Qué sucederá con ellas cuando el frenazo económico las devuelva al pasado?
En tres países esta amenaza empieza a concretarse: Brasil, Argentina y Venezuela. El gigante suramericano se contraerá tres por ciento este año y hasta uno por ciento en 2016. Los escándalos de corrupción que golpean al gobierno de Dilma Rousseff han paralizado las reformas necesarias para sanear las finanzas públicas. La recesión podría terminar abruptamente con el reinado del Partido de los Trabajadores, en el poder desde 2003.
El FMI pronostica un crecimiento de apenas 0,4 por ciento este año para Argentina y el inicio de la recesión en 2016. La gestión económica caprichosa de Cristina Fernández ha colocado a la segunda economía latinoamericana al borde de la crisis.
En el escenario más desolador actúa Venezuela, que se contraerá 10 por ciento en 2015 y seis por ciento el año próximo, según las predicciones del FMI. A pesar de contar con enormes reservas de petróleo, la economía venezolana bajo la administración de Nicolás Maduro se ha ganado el dudoso honor de ser “la peor del mundo”.
¿Qué tienen estas “tres ovejas negras” en común? La presencia de tres gobiernos de izquierda que han permanecido en el poder durante más de una década. Tres regímenes construidos sobre políticas populistas, sustentables mientras duró el boom de las materias primas, pero insoportables en tiempos de menor demanda.
Los Kirchner, Lula y Dilma, Chávez y Maduro, sacaron de la pobreza a millones de sus compatriotas y les hicieron creer que el Estado contaba con recursos infinitos para financiar los programas sociales. La generosidad y el despilfarro, una de las caras de la corrupción, han marchado juntos en Argentina, Brasil y Venezuela. Y muchos de los que ayer apoyaron a esos carismáticos líderes, hoy les exigen cuentas.
¿La izquierda es culpable? No necesariamente. Uruguay y Bolivia, también gobernados por partidos izquierdistas, evitarán la recesión en 2015. El segundo, incluso, encabezará el crecimiento de las economías latinoamericanas.
Se trata más bien de una de las irónicas volteretas de la historia. Gobiernos que prometieron desterrar las vetustas oligarquías y cambiar el modo de gobernar de los partidos “tradicionales”, han consumado una metamorfosis: hoy exhiben los mismos vicios que sus antecesores en el poder. Solo que esta vez la nueva clase media no aceptará tan fácilmente el retorno a las privaciones. Tiempos agitados se avecinan.
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