PRAYAGRAJ, India — Naga Baba Prayagrajgiri, el hombre santo, ha presenciado muchas cosas en su vida. Eso se notaba en su barba blanca y larga y en su cuerpo desnudo y esquelético.
Es un asceta que se unió a las multitudes de fieles hindúes que cada seis años van a Prayagraj para orar y bañarse en la confluencia de los grandes ríos de India, dos de ellos ríos terrenales y el tercero, espiritual.
A lo largo de los años, ha visto cómo el peregrinaje, conocido como Kumbhamela, pasó de contar con la presencia de decenas de millones de personas a cientos de millones de ellas: la reunión religiosa más grande del mundo.
Sin embargo, el festival de este año —el más grande y más costoso de la historia— fue distinto, dijo Prayagrajgiri. “Lo califico con un cero”, comentó.
Durante siglos, los fieles han venido aquí para enjuagar sus pecados en el lugar donde los ríos Ganges y Yamuna convergen con una corriente de agua invisible y mítica conocida como el Sarasvati. Este año, se esperaba que 150 millones de personas asistieran al Kumbhamela entre enero y marzo.
Tradicionalmente los ascéticos como Prayagrajgiri, conocidos como sadhus, eran la atracción principal del festival y levantaban tiendas de acampar para recibir a los fieles.
Esos hombres santos, muchos de los cuales han renunciado a todas las posesiones materiales, incluida la ropa, se sentaban alrededor de fogatas, hablaban sobre la fe hindú, llamaban a los paseantes para darles bendiciones a cambio de limosnas y recibían a huéspedes en sus tiendas.
Prayagrajgiri no reveló su edad. Además, advirtió que preguntarle la edad a un sadhu provoca que quien pregunta le entregue sus años restantes al hombre santo.
“En los Kumbhamelas pasados, la gente solía venir a vivir con los gurús y pagar un donativo de 500 a 2000 rupias (de 7 a 28 dólares) por quedarse en las tiendas y comer”, dijo Prayagrajgiri. “Esa era la costumbre y eso es lo que desean los gurús”.
No obstante, la tienda de Prayagrajgiri estaba vacía, al igual que muchas otras en Juna Akhara, uno de los trece campamentos sadhu que hospedan a los ascéticos del festival.
Si la fe traía a los peregrinos a las tiendas sadhu en el pasado, la política los mantuvo alejados este año.
El peregrinaje de este año ha coincidido con una elección nacional. El primer ministro Narendra Modi, cuyo partido está anclado en las creencias hindúes nacionalistas, consideraron que el peregrinaje era una oportunidad para hacer campaña. Así que el presupuesto del festival y la ciudad temporal cercana recibieron 600 millones de dólares, tres veces el costo del festival de 2013.
Como se acostumbra, en cuestión de meses, se construyó una ciudad desde cero en las orillas secas y arenosas del río. La ciudad se llama Kumbh Nagari.
La Kumbh Nagari de este año fue más ordenada que en ediciones anteriores, dijeron muchos asistentes. Hubo servicios sanitarios y opciones de transporte; acceso todo el día a servicios de agua y electricidad; carnavales y exposiciones artísticas; además de oficiales de policía que vigilaron el cumplimiento de las normas.
En un evento que históricamente había tenido pocos lugares donde dormir también hubo más alojamientos, incluidas posadas más lujosas que las modestas tiendas de los ascetas.
El gobierno también anunció el festival en el extranjero con la esperanza de atraer a expatriados y turistas indios, además de los devotos de mediana edad que generalmente van a la festividad.
Se construyó una cantidad importante de nuevos alojamientos, entre ellos opciones de lujo como los “campamentos glamurosos”, que antes no estaban disponibles. Para algunos asistentes, los servicios modernos han cambiado el tono del evento.
“El Kumbhala no era así”, dijo Pradeep Sinha, de 70 años, administrador en jefe del Hospital PPM, una clínica gratuita. “Esta vez tiene un estilo más corporativo”.
En uno de los nuevos campamentos a orillas del río, el Indraprastham Tent City, los huéspedes bebían cafés con leche preparados por baristas afuera de tiendas que costaban hasta 500 dólares la noche. A casi 5 kilómetros del humo y el polvo de Kumbh Nagari, las tiendas de lujo ofrecen una característica poco común en el festival: silencio.
En una zona cercana al río, un grupo de expatriados indios que viven en Shanghái y que estaban visitando el lugar con unos amigos chinos, tomaban un chapuzón y practicaban yoga en una exclusiva zona privada para los huéspedes del campamento de lujo.
Girja Shankar Pandey, de 53 años, comerciante de Allahabad que vende ropa y textiles a los peregrinos visitantes, dijo que los asistentes de este año eran más jóvenes y llevaban un estilo de vida más familiar.
“La generación más joven viene a comprar ropa, a disfrutar de la buena comida”, dijo Pandey. “Al mismo tiempo, traen la fe en su corazón, porque saben que alcanzarán el nirvana en su vida”.