¿Puede uno abrir un museo sobre la Biblia, apolítico, divulgativo, libre de sectarismo y de polémica? Esa era la intención declarada por los impulsores de este nuevo gran centro abierto en Washington, y ha quedado claro que no. El proyecto, que ha supuesto una inversión de 500 millones de dólares, nace de la mano del multimillonario Steve Green, principal socio y dueño de una empresa de antigüedades de Oklahoma ducho en las noticias controvertidas de primera plana: se encargó de llevar ante el Supremo de Estados Unidos la obligación de pagar los anticonceptivos a sus trabajadoras, alegando sus creencias religiosas (ganó), y ha sido multado en el pasado con tres millones de dólares por la importación ilegal de piezas.
En un encuentro con periodistas esta semana, el propio Green aseguró que su objetivo no es evangelizar, sino «educar sobre qué es la Biblia y cómo influye» en la sociedad, sin adoptar posiciones «sectarias». Por ejemplo, la exposición aborda un asunto espinoso de la historia americana, el esclavismo, y acoge diferentes muestras de la imaginería confederada —desde la bandera hasta representaciones del presidente Jefferson Davis—, ya que las escrituras se utilizaron en muchas ocasiones para extraer argumentos a favor de la esclavitud.
Se trata de una Biblia publicada en Londres que comete un error crucial: se come el “no” del séptimo mandamiento, el de “no cometerás adulterio”, así que lanza una orden muy distinta del original. El Rey Carlos I montó en cólera, multó a los editores, les quitó la licencia y ordenó quemar todos los ejemplares, pero se salvaron alrededor de una decena por las que se han pagado cifras de infarto en subastas.
El nuevo Museo de la Biblia, de ocho plantas, cuenta con una sala de cine y otra de conferencias, así como un salón de baile, es de entrada gratuita, aunque con un donativo sugerido de 15 dólares para adultos. Se trata de un imponente edificio a escasas manzanas del Capitolio, vecino del gran complejo museístico Smithsonian, que lleva el asunto de la religión al corazón de Washington, el centro político de América y, además, una ciudad rabiosamente liberal. “Esta es una visión periodística de la Biblia”, insiste Green. Pero hay motivos para el recelo. Todos los miembros del consejo son, según publicó esta semana The Washington Post, conservadores evangélicos.