La gran aparición de Keiko Fujimori en la política peruana se produjo en agosto de 1994, cuando se convirtió en la primera dama del país, tras el divorcio de sus padres. Tenía sólo 19 años.
Alberto Fujimori había llegado a la Presidencia en 1990, luego de derrotar al célebre escritor Mario Vargas Llosa. Dos años después de asumir realizó un golpe de Estado: disolvió el Congreso y puso en suspenso a la Constitución y al Poder Judicial. En 1995 logró la reelección a través de las urnas.
En 2000, a pesar de las fuertes denuncias de corrupción y de violaciones a los derechos humanos, volvió a ganar en unos comicios muy cuestionados. Pero a los pocos meses, envuelto en una crisis irreversible, anunció su renuncia desde un lujoso hotel en Tokyo, Japón. Keiko, que tenía ya 25 años, estaba sola en Lima cuando se provocó el derrumbe.
El siguiente lustro lo pasó completamente alejada de la política. Estudió administración de empresas en Estados Unidos y se casó. En 2005 regresó a un Perú mucho menos convulsionado que el de los 90. De a poco, fue preparando su regreso a la vida pública. Al año siguiente fue elegida diputada y se transformó en la líder indiscutida del fujimorismo. Su defensa de la década de su padre en el poder era irrestricta.
«Debemos entender cuáles son las banderas que ondea el fujimorismo. Una de ellas es la lucha contra el terrorismo. A pesar de que Fujimori no fue el que capturó al cabecilla de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, es parte de su discurso decir que él lo hizo. La mal llamada ‘pacificación’ (cómo hablar de pacificación con un comando paramilitar como el Grupo Colina) es usada entonces como lema de campaña para defenderlo», dijo a Infobae la politóloga Laura Balbuena, directora de Programas Perú en el Instituto de Estudios en el Extranjero, perteneciente a la Universidad Butler, de Indiana, Estados Unidos.
«Perú vivió 16 años de terror y aún está latente el miedo a volver a vivirlo —continuó—. De ese temor se alimenta el fujimorismo. Otro tema es que Fujimori recorrió el país, llegando a lugares donde anteriormente, y hasta ahora, no había ido nunca un presidente. Esta llegada del estado, aunque sea de manera simbólica, fue muy significativa para pueblos que se sentían olvidados».
Una reconversión parcial
Keiko llegó a su máximo punto de exposición en 2011, cuando disputó la presidencia con Ollanta Humala. Quedó segunda en la primera vuelta y perdió por 400 mil votos en el ballotage. Todavía seguía muy pegada al legado de su padre, que está preso desde 2007, acusado de asesinatos, secuestros y delitos de corrupción cometidos durante su estadía en la Casa de Pizarro.
«En la campaña del 2011 —dijo Balbuena— Keiko se presentó como aquella que iba a sacarlo de prisión. Ahora, en 2016, ha virado de discurso y ha sacado a los fujimoristas del ala dura para cambiar su imagen. Sin embargo, ha dicho que, de ser gobierno, los convocaría para que trabajen con ella, y continúa con personas que tienen procesos judiciales por corrupción dentro de sus listas».
Está claro que Keiko no quiere una ruptura total con lo hecho por su padre. Primero porque no sería demasiado creíble, y segundo, porque no le convendría, ya que caló muy hondo en una parte de la sociedad. Lo que sí hizo en los últimos años fue buscar un camino propio, autónomo.
«Desde la última elección trabajó muy intensamente, sobre todo en las provincias. En los comicios regionales de 2014 hubo mucha presencia del fujimorismo, que se unificó en un solo partido, Fuerza Popular, y trató de moverse un poco hacia el centro», explicó Milagros Campos, profesora de ciencia política de la Pontificia Universidad Católica de Perú.
«Cuando se le pregunta a la gente por qué elige a Keiko, la respuesta es primero porque es mujer, y segundo porque puede combatir mejor a la delincuencia», agregó. Es precisamente en los temas vinculados a la criminalidad donde más énfasis hace Keiko para mostrarse como sucesora de su padre, porque es una de las cosas que más se valoran de su gestión.
«Se ha esforzado en indicar que tiene un equipo y la capacidad para acabar con la problemática de la seguridad ciudadana, principal preocupación en el país. Refuerza la idea de cierta mano dura, idea similar a la expresada en la época del padre. Esto le puede gustar a un grupo grande de población, que percibe que es algo que ha aumentado y que solo con mano dura es posible solucionarlo», dijo Edwin Félix Cohaila, profesor de sociología en la Pontificia Universidad Católica de Perú.