Hillary Clinton suele citar con admiración a Eleonor Roosevelt, esposa del ex presidente demócrata Franklin Roosevelt, cuando dice que para hacer política cuando se es mujer «debes tener la piel tan gruesa como un rinoceronte».
En las iglesias, los cafés, en los mitines, Hillary Clinton recurre a contar anécdotas sobre las pruebas a las que ha sobrevivido en cuatro decenios en la política. «Tengo cicatrices para probarlo», afirma.
Eso sin contar las acusaciones republicanas en su contra de mentiras, fraude, clientelismo. Sin embargo Clinton ha sobrevivido y a sus 68 años se encuentra a las puertas de la Casa Blanca, tras convertirse en la primera mujer en alcanzar (aunque aún no oficialmente, lo que sucederá en la Convención del Partido Demócrata en julio) la candidatura presidencial de uno de los grandes partidos estadounidenses.
Hillary Diane Rodham nació el 26 de octubre de 1947 en Chicago y creció en el apacible vecindario de Park Ridge, en pleno medio oeste de Estados Unidos, en una familia de clase media. Asegura que adora a su madre Dorothy. De su padre Hugh Rodham, un pequeño empresario, dice haber heredado la tenacidad, la ética de trabajo y el miedo permanente a perder.
Criada en una familia de credo metodista, también fue de su padre de quien heredó sus convicciones republicanas, que ella mantuvo hasta sus años de universidad. Buena estudiante, en 1965 ingresó a la prestigiosa universidad para mujeres Wellesley College, cerca de Harvard. En los tumultuosos años 60, esos cuatro años universitarios le abrieron los ojos en temas como la lucha por los derechos civiles, la guerra de Vietnam y la igualdad de géneros.
La estudiante con gruesos lentes, que detesta el maquillaje, es muy trabajadora y ambiciosa. Sus compañeros la eligen presidente del cuerpo que representa a los estudiantes y en nombre de ellos pronunció un discurso de graduación que tuvo tanto de idealista como de confuso.
En 1969 ingresa a la facultad de derecho de Yale, que ella percibía como menos misógina que Harvard, y donde se encontraría con Bill Clinton, su «vikingo venido de Arkansas». Ella tenía «un aire de voluntaria y una manera de ser que nunca había visto en nadie, en ningún hombre o mujer», escribirá años más tarde Bill Clinton, que fue presidente de 1993 a 2001.
Su activismo en favor de los derechos de los niños y de las mujeres floreció durante estos años. Al terminar los estudios, ella eligió trabajar para una organización de defensa de los niños, mientras Bill Clinton se instaló en Arkansas para lanzarse a la política.
Hillary se abraza a su marido delante de los simpatizantes del Partido Demócrata para celebrar que había alcanzado los delegados necesarios para asegurarse la nominación a las elecciones presidenciales de noviembre. DPA
Tras un breve paso en 1974 por Washington, en la comisión que investigó el escándalo del Watergate, se reunió de nuevo con Clinton, quien había sido elegido fiscal de su estado y luego gobernador, mientras que ella se unía a un grupo de abogados.
Se casaron en 1975 y Chelsea, su única hija, nació en 1980. Hillary Rodham finalmente opta por abandonar su nombre de soltera y adopta el apellido de su esposo. Se convierte en la primera dama de Arkansas y en 1992 de Estados Unidos tras la elección de Bill.
Su imagen de «copresidenta» en las sombras, alimentada por los republicanos, contrastaba con la tradicional imagen de una primera dama que se ocupaba de asuntos sociales.
Su prueba de fuego fue la reforma del sistema de salud, que terminaría en fracaso en 1994. Luego de perder esta batalla, la primera dama se refugia en temas menos relacionados con política doméstica paraconsagrarse a las causas femeninas, especialmente fuera de Estados Unidos. Detrás de escena, sin embargo, se ocupa de dirigir la batalla legal en el escándalo inmobiliario Whitewater que involucraba a su marido.
Luego, pese a la humillación que significó el adulterio de Clinton, Hillary se bate con uñas y dientes para impedir que sea destituido por perjurio en el caso Monica Lewinsky, mientras que al mismo tiempo ambos se someten a terapia de pareja.
Hillary escucha a su esposo y presidente, Bill Clinton, durante su discurso en medio de un escándalo sexual con la becaria Monica Lewinsky. El mandaratio agradece que hayan votado en contra de su juicio político. AP
Cuando se aproximaba su partida de la Casa Blanca, Hillary se lanza a la política y es elegida en noviembre de 2000 senadora por el estado de Nueva York. En 2004 evita involucrarse en la carrera presidencial, pero en 2008 se lanza en la disputa contra Barack Obama quien la vence recordando su voto a favor de la guerra de Irak.
Hillary convirtió su experiencia en su eslogan de campaña y prometió convertirse en una nueva “Dama de Hierro”, pero no convence a su partido, que elige a Obama para encarnar la opción de cambio.
Obama la nombra su secretaria de Estado. Sus detractores la definen como hiperactiva pero sin logros reales. Los republicanos la acusan de incompetencia tras los atentados de Bengazi en Libia, donde mueren cuatro estadounidenses, entre ellos el embajador.
Su decisión de usar su correo electrónico privado, en lugar de las cuentas oficiales, crea un nuevo dolor de cabeza para Hillary. Sus enemigos aprovechan para mostrarla haciendo gala de querer estar por encima de la ley.
Sus cuatro años como jefa de la diplomacia sin embargo son la credencial que le permite cimentar la imagen de una estadista, lista a asumir la conducción del país. Es esa imagen, mezcla de dureza y frío realismo, la que le ha permitido vencer al idealismo de Bernie Sanders y apoderarse por fin de la candidatura demócrata.