A lo largo y ancho de América Latina hay un creciente sentimiento de ansiedad. La presidencia de Trump ha traído nuevas angustias a la región en materia comercial y financiera, las cuales se suman a aquéllas asociadas a una recuperación económica que era todavía frágil. Sus anuncios han afectado ya algunas inversiones en México, que ha visto como su moneda se deprecia en forma significativa.
Este año se espera que América Latina salga de la recesión que se inició en 2015, aunque completando cuatro años un crecimiento económico anémico –o seis, si contamos la desaceleración que ya se experimentó en 2012 y 2013.
Los factores internos explican en parte este comportamiento. El ejemplo más importante es Venezuela, que sigue sumida en una profunda crisis política y económica. Brasil superó lo peor en 2016, pero su economía no parece todavía capaz de recuperarse en forma vigorosa de la peor recesión de su historia. Por su parte, Argentina sigue luchando con altos niveles de inflación y déficit fiscal. Y Ecuador se ha visto afectado por la caída en sus ingresos petroleros y la dolarización, que constituye una desventaja evidente en una región donde la mayoría de los países han depreciado sus monedas.
Chile, Colombia y Uruguay siguen sumidos en una trayectoria de lento crecimiento. De esta manera, entre las economías de mayor tamaño relativo, solo se ha venido recuperando Perú, pero a un ritmo muy inferior al que experimentó dicho país durante el superciclo de precios de productos básicos. Como un todo, las únicas economías que han resistido las tendencias a la desaceleración son algunas pequeñas de Sudamérica (Bolivia y Paraguay), Centroamérica y la República Dominicana.
La noticia positiva es la expectativa de un aumento en la demanda de exportaciones latinoamericanas. La economía de los Estados Unidos se está acelerando, la Unión Europea muestra por fin una recuperación más firme y hay menos incertidumbres que hace un año en relación con la economía china. Los precios de productos básicos parecen haber alcanzado un piso en 2016 y las remesas de los migrantes se han recuperado y superan ya los niveles de 2007-2008.
En todo caso, los beneficios de estas dos últimas tendencias son limitados. Si se juzga por su dinámica histórica, los precios de productos básicos están apenas en el inicio de un período prolongado de debilidad y las oportunidades migratorias a Estados Unidos y España se interrumpieron desde la crisis del 2008 y serán aún más escasas bajo Trump.
América Latina enfrenta, además, tendencias adversas en materia de comercio y financiamiento internacionales. De acuerdo con la Oficina de análisis de política económica de Holanda (CPB Netherlands Bureau), el volumen del comercio internacional ha crecido a un ritmo inferior al 2% por año desde 2007. Este es el ritmo de crecimiento más bajo desde la Segunda Guerra Mundial y la primera vez desde entonces en que es inferior al de la producción mundial.
El lento crecimiento del comercio representa un riesgo significativo para los países latinoamericanos, que deben aumentar y diversificar significativamente sus exportaciones como parte de su estrategia de recuperación. Además, el proteccionismo de los Estados Unidos e incluso una guerra comercial son ahora posibilidades reales. Esta amenaza afecta no solamente a China sino también a México, donde algunas empresas ya han reducido o cancelado inversiones destinadas a aumentar la producción destinada al mercado de los Estados Unidos. Y si Trump cumple su promesa de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, de acuerdo con sus siglas en inglés), debe afectar los otros tratados de Estados Unidos con países latinoamericanos, que son en cierto sentido hijos de NAFTA.
Mantener el acceso al mercado financiero internacional a costos razonables es otro desafío para los países latinoamericanos. En años recientes, la región se ha beneficiado de un financiamiento abundante y ha logrado superar las sucesivas dificultades generadas por la caída de los precios de productos básicos, las perturbaciones financieras que experimentó China en 2015 y comienzos de 2016, y el comienzo de la normalización de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal.
Pero ahora puede haber nuevos choques adversos. Una vez superada el alza coyuntural en los márgenes de riesgo que tuvo lugar después de las elecciones de los Estados Unidos, el financiamiento externo se ha tornado más costoso. La tasa de interés de referencia para América Latina, el bono a diez años del Tesoro de los Estados Unidos, se ha incrementado un punto porcentual desde las elecciones y la Reserva Federal puede ahora acentuar esta tendencia.
Peor aún, se pueden generar grandes perturbaciones financieras de alcance mundial si se combina, como es previsible, un aumento en el déficit fiscal de los Estados Unidos (algo que dependerá en gran media del Congreso) con una política monetaria restrictiva y un dólar fuerte. Esta fue la mezcla de políticas que precipitó una crisis financiera mundial a mediados de los años ochenta del siglo pasado. Se puede ver agravada si Trump responde al aumento en el déficit comercial con medidas proteccionistas, como de hecho lo hizo Estados Unidos entonces en relación con Japón.
Las decisiones de política económica de Trump durante los primeros días de su mandato serán críticas para América Latina. Esperemos que no frenen la recuperación y no empujen nuevamente a América Latina a una recesión, justo cuando pensábamos que habíamos salido finalmente de ella.