En el libro Guinness de los Récords hay una almeja que ostenta el récord de longevidad para un animal. La encontró en 2006 un equipo de investigadores británicos durante una expedición en Islandia. Ese fue también el año de su defunción, pues los investigadores la congelaron en el barco. Al principio pensaron que este molusco, conocido como almeja de Islandia (Arctica islandica), tenía unos 400 años, pero un análisis más detallado con técnicas geoquímicas reveló que, en realidad, Ming -como fue bautizada por la dinastía china que ostentaba el poder cuando nació- era 100 años más vieja de lo calculado previamente: tenía 507 años, por lo que habría nacido hacia 1499.
«La almeja fue metida en un congelador junto a otros moluscos vivos. En aquel momento no había modo de saber su edad«, explica a este diario David Reynolds, investigador de la Universidad de Cardiff y autor principal de un estudio que ha utilizado ejemplares de diversas edades de este molusco para reconstruir la historia climática del Atlántico Norte durante el último milenio. Y es que la almeja de Islandia es una especie de archivo de la naturaleza.
Aunque existen especies de medusas (Turritopsis nutricula) y esponjas (Cinachyra antárctica) que, según se cree, pueden llegar a vivir en torno a 1.500 años, Reynolds explica que la almeja de Islandia, capaz de vivir más de 500 años, es el organismo no colonial más longevo cuya edad ha podido ser datada por la ciencia.
¿Cómo han logrado estudiar la evolución del océano durante el último milenio a partir de estos moluscos? Según explican en Nature Communications, estudiaron la composición química de los anillos que van creciendo en las conchas circulares de estas almejas, que suelen medir entre siete y 12 centímetros aproximadamente.
Los investigadores de las universidades de Cardiff y Bangor, en Reino Unido, comparan el proceso por el cual se van formando anillos concéntricos en la concha de la almeja islandesa con el que experimentan los árboles en el interior de los troncos.
En un estudio anterior, Chris Richardson, coautor de esta investigación y profesor de la Universidad de Bangor, señaló que aspectos como la temperatura de las aguas en las que vive, el clima o la alimentación determinan las variaciones en los anillos de la concha de la almeja de Islandia.
Un archivo de la naturaleza
Para hacer el estudio se recogieron almejas vivas y muertas de esta especie comestible a 80 metros de profundidad en el Norte de Islandia (en concreto, cerca de la isla de Grimsey). Según detalla David Reynolds, usaron 21 ejemplares para reconstruir las series de isótopos. Su edad oscilaba entre unas décadas y los 507 años. «De las almejas fallecidas, la más antigua tenía 410 años aunque examinamos numerosos fósiles que también habían vivido entre 300 y 400 años», detalla a través de un correo electrónico. De manera conjunta, la antigüedad de las conchas se remontaba al año 953.
Los resultados de los análisis de los moluscos fueron comparados con los registros de variabilidad solar, erupciones volcánicas y temperaturas atmosféricas.
Los científicos sostienen que el papel que el Atlántico Norte jugó en el clima atmosférico ha cambiado drásticamente en los últimos 1.000 años. Antes de que comenzara la era industrial (es decir, antes del año 1800), los cambios en el Océano del Atlántico Norte, provocados por las erupciones volcánicas y las variaciones en la actividad del Sol, influyeron en el clima y causaron cambios en la atmósfera que a su vez influyeron en la meteorología.
Sin embargo, aseguran, esto ha cambiado desde que comenzó la revolución industrial. Desde 1800 a 2000 se han sincronizado con los cambios en la atmósfera, una tendencia que según sugieren, podría deberse a la influencia de los gases de efecto invernadero.
No obstante, Reynolds cree que «el entorno marino seguirá jugando un papel central en sistema climático, moderando la respuesta atmosférica a las erupciones solares y a la cambiante actividad solar. Si hay cambios futuros en el Atlántico Norte, probablemente influirán en nuestro clima».
Los investigadores señalan que hasta ahora la mayoría de estudios sobre la evolución de los océanos abarcaban periodos de unos 100 años. La posibilidad de leer el pasado en las conchas de moluscos les ha permitido viajar más lejos en el tiempo.
«Para desarrollar predicciones certeras sobre los futuros cambios en el clima es muy importante disponer de conocimientos sólidos sobre cómo los océanos interactúan con la atmósfera. En los últimos 1.000 años, la atmósfera ha pasado por dos transiciones clave. La primera de ellas, entre la anomalía climática medieval, que fue relativamente cálida (1000-1400) y la pequeña era de hielo (1450-1850); la segunda, entre la pequeña era de hielo y el periodo moderno posindustrial (después del año 1800). Hemos desarrollado este registro para poder determinar el papel que tuvo el Océano Atlántico Norte en el clima atmosférico durante esos periodos de transición», explica el investigador.
No es la primera vez que Reynolds utiliza a una especie animal para investigar la variabilidad marina. «Sin embargo, en este paper hemos usado sólo Arctica islandica. La otra especie que más hemos utilizado es la almendra de mar (Glycymeris glycymeris), aunque hay una gran variedad de especies en diferentes océanos que están siendo investigadas». La elección de la especie usada en cada ocasión está motivada por la cuestión científica que intentamos esclarecer. Por ejemplo, si estuviéramos investigando el cambio climático en la Antártida, usaríamos otras especies, como Yoldia eightsi, pues allí no vive ni Arctica islandicani Glycymeris glycymeris«.