Hace rato que las encuestas que llegan vía correo electrónico a los inscritos en el partido demócrata incluyen intermitentemente la posibilidad de que Michelle Obama fuese la candidata a Vicepresidenta de Joe Biden.
En una conversación informal de su partido, una senadora llegó a comentar que dependía básicamente de que ella se decidiera. «La estamos esperando, ojalá se decida».
La reputación de la ex primera dama es tal que uno podría suponer que, en su cabeza, pesa la idea de que valdría más la pena lanzarse para Presidente en el futuro, del que le queda tanto (en sus 50 y algo, su vida política apenas florece).
Mientras tanto, aunque dentro del partido demócrata gusta mucho Amy Klobuchar (fue precandidata, es de centro, unificadora, instruida y muy querida), su figura no tiene demasiado carisma y no complementa la diversidad que un blanco de otra generación como Biden necesita.
Queda Kamala Harris, una abogado californiana, hija de académicos inmigrantes, que tiene más de dos décadas ya en cargos públicos. Con ascendencia india e identificada públicamente como negra.
Pero a Kamala no le llueve la popularidad, y las elecciones primarias lo demostraron.
Ni el mismo Barak Obama
En tanto, el fantasma de Michelle (lo poco que se ha pronunciado ha sido para negar su postulación) es esperado por el público. No sólo es asociada con una administración que fue muy popular, en el sentido fashionista, «pop», sino que su personalidad tiene un aura ejecutiva, decidida, altiva y segura, que ni el mismo Barak tenía antes, durante o después de su mandato.
Además es mujer. Este país adora la innovación y ya son muchas las naciones que han estrenado mujeres en la primera magistratura sin que Estados Unidos esté entre ellos. Por el contrario, el país pasa por un repaso de ideas del pasado que ha traído preocupantes divisiones que parecían zanjadas, y una nueva: la generacional. Al menos desde los años 80 las nuevas generaciones -las actuales muy activas en lo político y de firmes convicciones- no se sentían tan distanciadas del poder político y lo que representaba.
Michelle Robinson, como es su nombre original, es una mujer negra de avanzada (a diferencia de Barak, ambos padres son negros y sus rasgos son indiscutibles), pero representa un perfil de la comunidad afroamericana que hasta ahora no había cautivado a las masas: la de una líder prominente, exitosa, sin complejos, que no se excusa ni se vale de la opresión que su grupo étnico ha sufrido en el pasado para justificar una imposibilidad.
«En mi casa me enseñaron que yo no valía menos que nadie», confiesa, y, por el contrario, como la gran mayoría de los americanos, en casa y en la sociedad -la escolar y la social-, fue muy exigida. Por eso no extraña que junto con su inteligencia y su asertividad, haya estudiado en Princeton y en Harvard, de cuyas aulas salió con honores.
Es curioso que el show de Netflix que aborda la gira de Michelle Obama sobre su libro, un tour por todo Estados Unidos en las que la ex primera dama comparte con celebridades, grupos de mujeres militantes, agrupaciones para superar el racismo y público en general, incluya tan predominantemente los tras bastidores de los auditorios en los que la autora se presentaba.
Pareciera que un imán atraía a los productores, al director, a los editores. Quizás lo magnético de esos momentos es que era en ellos que se podía apreciar a plenitud su personalidad: chequeaba los pormenores, escuchaba a todos sus colaboradores, programaba el antes y el después, gerenciaba.
Michelle Obama es lo que llaman en inglés una doer. No es tímida, pero su predilección es hacer, inventar proyectos, ejecutar. Aún sin querer transgredir o hacerle sombra a su esposo, en la Casa Blanca no paró de generar programas que, como pocas veces, distaron mucho de ser el adorno femenino de la acompañante del Presidente. 0:01 1:09 3 detalles asombrosos del nuevo libro de Michelle Obama
Y aún así, preservaba la prudencia. Una muestra de que sus principios y objetivos eran más importantes para ella que el reconocimiento. En su libro Becoming, narra sobre un programa formidable, que se hizo a puerta cerrada, justo para evitar la exposición mediática de sus participantes. Decenas de mujeres jóvenes expuestas a formación de liderazgo, finanzas, exploración vocacional, donde participaban como mentoras destacadas figuras de la Casa Blanca cuya valía excede la de sus oficios propiamente dichos.
Por otro lado, los pájaros de mal agüero reflexionan que con la edad y la sensación poco enérgica de Joe Biden, de ganar la presidencia, se necesitaría un relevo de envergadura para hacerse cargo del país, en el caso de que Biden no pudiese completar el mandato.
Las cartas están echadas y el tiempo apremia. La posibilidad de que la ex primera dama sea candidata a VP parece depender de ella. La realidad, como diría el científico Nassim Nicholas Taleb en su libro El cisne negro, es sobre todo la práctica de lo improbable. Así que solo queda esperar.