La lógica inexorable de la economía colaborativa

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Amazon desde su fundación el año 1994, y también eBay desde la suya al año siguiente, han aprovechado de la conectividad de Internet para crear nuevos mercados que son más eficientes. Al principio, eso significó nuevas formas de compra y venta de libros y objetos de colección; sin embargo, ahora el comercio electrónico está en todas partes, ofreciendo a los clientes productos nuevos y usados – y convirtiéndose en una fuerza a nivel mundial en los ámbitos de la logística y las ventas al por menor.

Del mismo modo, si bien las actuales empresas que operan dentro del sistema de economía colaborativa prácticamente acaban de salir de su infancia, llegará el día en que sus servicios sean omnipresentes.
Hasta la fecha, la mayoría de las personas ya han oído hablar de Airbnb, el servicio de alquiler de apartamentos en línea.

La empresa cuenta con sólo 600 empleados, pero tiene listadas un millón de propiedades en alquiler, lo que hace que sea más grande que las cadenas hoteleras de mayor tamaño del mundo. Por supuesto, lo que Airbnb ofrece es distinto a lo ofrecido por los hoteles; sin embargo, si Airbnb ofreciese opciones, por ejemplo, de servicios de limpieza o provisión de comidas, podría convertirse en un competidor más cercano de lo que en un principio uno podría haberse imaginado.

Los conocimientos profundos (obviamente visualizados en retrospectiva) subyacentes al modelo de Airbnb – y a la floreciente economía colaborativa en general – es que el mundo está repleto de bienes y recursos subutilizados.

En los hechos, ¿cuánto tiempo pasamos usando las cosas – ya sean automóviles, bicicletas, apartamentos, casas de vacaciones, herramientas o yates – que poseemos? ¿Qué valor generan los edificios de oficinas o aulas durante la noche?
Las respuestas varían según el bien, la persona, la unidad familiar o la organización, pero las cifras de utilización tienden a ser sorprendentemente bajas. Una respuesta reciente relacionada al uso de automóviles fue del 8%, e incluso esa cifra podría ser elevada para una persona que no tiene que soportar desplazamientos largos hacia su lugar de trabajo.
Pero esos números están cambiando, a medida que Internet permite nuevos y creativos modelos de negocio que no sólo aumentan la eficiencia de un mercado, sino que también incrementan la tasa de utilización de nuestros diversos bienes. Ya se están llevando a cabo cientos de experimentos para intentar establecer nuevos negocios. Evidentemente, no todos ellos van a tener el asombroso crecimiento de Airbnb y Uber. Algunos, como “Rent the Runway” un negocio que alquila ropa y accesorios de diseñadores, pueden encontrar nichos rentables, otros intentos simplemente fracasan.
Las plataformas digitales que actúan como la base de todo este comercio electrónico deben cumplir con dos desafíos relacionados. El primero es producir un efecto de red, de manera que los compradores y vendedores se encuentren unos a otros con la suficiente frecuencia y la suficientemente rapidez como para llevar a cabo negocios sostenibles. El segundo, la plataforma debe crear confianza – en el producto o el servicio – en ambos lados de la transacción.
La confianza es crucial para el efecto de la red; de este factor surge la necesidad de que los sistemas de evaluación de dos vías fomenten a que compradores y vendedores se conviertan en usuarios repetitivos de la plataforma correspondiente. De esta forma, participantes pequeños pueden operar en grandes mercados, ya que – con el transcurso del tiempo – alcanzan cantidades conocidas. El poder de estas plataformas se deriva de la superación de las asimetrías de información, aumentando dramáticamente la densidad de señales del mercado.
De hecho, con el fin de alentar a usuarios poco frecuentes del comercio electrónico, los innovadores e inversores están explorando maneras de combinar bases de datos de evaluación provenientes de plataformas separadas, e incluso rivales.

Independientemente de cuáles sean los problemas jurídicos y técnicos que deban superarse, en el futuro sin duda podemos imaginar que ocurrirá el tipo de consolidación de datos que ya practican internamente gigantes de ventas al menor, como Amazon o Alibaba.
Por supuesto que puede haber otros incentivos para apoyar el comportamiento “bueno”, como multas y depósitos de garantía (por ejemplo, para casos de bicicletas que se prestan durante mucho tiempo o que no se devuelven). Pero las medidas punitivas pueden llevar fácilmente a las disputas y la ineficiencia. Por el contrario, los sistemas de evaluación afinadores se vislumbran como soluciones más prometedoras.
La necesidad de explotar recursos subutilizados no debería limitarse a bienes materiales. El Instituto Global McKinsey ha estudiado recientemente abordajes basados en internet al mercado de trabajo y el desafío de hacer coincidir la demanda de talentos y habilidades con la correspondiente oferta.
Algunos modelos que se desarrollan dentro de la economía colaborativa – quizás la mayoría – dependen de ambos factores, el trabajo de la persona y un bien perteneciente a dicha persona, por ejemplo: una persona y su automóvil, computador, máquina de coser, o cocina (para la preparación de comidas entregadas a domicilio). Hoy en día, este retroceso a las industrias artesanales que precedieron a la producción moderna es posible debido a que el Internet baja los costos de dispersión que en el pasado obligaron a la concentración del trabajo en fábricas y oficinas.
Quizás de manera inevitable van a surgir problemas regulatorios, como ahora Uber se está dando cuenta en lugares que van desde California a Europa. Las limusinas y taxis están, hasta cierto punto, protegidos de la competencia, ya que necesitan licencias para operar; también están regulados para preservar la seguridad de los clientes. Y en este contexto, llega Uber a invadir su mercado con un producto diferenciado, sujeto en gran medida a sus propias regulaciones para vehículos y conductores.

En el proceso, amenaza con bajar el valor de las licencias con tanta seguridad como lo haría cualquier decisión oficial para expedir nuevas licencias. No es extraño que los taxistas de París y otras ciudades francesas – hasta ese momento estaban protegidos de la competencia – hayan protestado con tanta vehemencia (y, en ocasiones, con violencia).
Una interrogante que causa mucha curiosidad es hasta qué punto el sector financiero va a acoger a la economía colaborativa. Los préstamos entre pares y el “crowdfunding” o micromecenazgo ya representan nuevas formas de aparejar a prestatarios con inversores. Claramente, los problemas relacionados con la responsabilidad y los seguros tendrán que abordarse en todos los modelos de los que se sirve la economía colaborativa, especialmente los financieros; pero, estos problemas no se consideran para nada como insuperables.
La verdad es que el proceso impulsado por Internet para sacar provecho de los recursos infrautilizados – ya sean estos de capital físico y financiero o de capital humano y talentos – es, a la vez, imparable y acelerado. Los beneficios a largo plazo no consisten simplemente en la eficacia y las ganancias de productividad (que son lo suficientemente grandes como para mostrarse en los datos macroeconómicos), sino que también en nuevos puestos de trabajo, que son muy necesarios, y que requieren de una amplia gama de habilidades. De hecho, los que temen al poder de la automatización, debido a que creen que va a ir a destruir puestos de trabajos y va a desplazar empleos, deberían echar un vistazo a la economía colaborativa y soltar un suspiro de alivio.

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