Las Vegas Downtown, un vivero en pleno desierto

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Las Vegas Downtown.

«Aquí se casaron Alaska y Mario», «Visite la capilla donde Michael Jordan dijo ‘sí, quiero», «Nuestro Elvis oficia 24 horas al día»… Un cartel tras otro salpica la carretera que une el Strip, la zona renovada de Las Vegas, la de los casinos que asalta George Clooney con una pandilla de amigos o los escenarios de Resacón en Las Vegas, la de la incombustible Céline Dion y el perenne David Copperfield, con uno de los outlets más grandes de Estados Unidos, almacenes con dados, fichas y barajas listos para dar abasto a los casinos. Al final de una hilera de casas de Pladur, se vislumbra un núcleo de hoteles, restaurantes, casinos… Y el mítico neón del vaquero que invitan a entrar en el salón.

Las Vegas Downtown fue un obligado lugar de paso en la ruta hacia California, un inesperado vergel en mitad del desierto cuyo comercio creció de la mano de la fiebre del oro. Hoy se ha convertido en un vivero de empresas, un complemento o una alternativa a Silicon Valley, depende de a quién se consulte. Downtown Project, como se conoce al conjunto de startups que se ha concentrado alrededor de este núcleo, ha cambiado por completo el panorama de una población antes habitada por jubilados ávidos de entretenimiento y alquiler barato, un lugar donde la pensión no sufre una sangría en impuestos.

La sede de Zappos en Las Vegas goza de todas las comodidades pueriles de las tecnológicas.

El juego, la bebida y el pecado en general forman parte de su ADN histórico. Aquí nació CSI, no solo la serie, sino la unidad de investigación de delitos. A esta urbe también se debe la primera motocicleta para patrullar.

Ralph Lamb, su mítico sheriff, que prestó servicio entre 1961 y 1979, fue el impulsor de estos adelantos tecnológicos que hoy se exhiben, junto a su silla de montar, su Winchester y sus espuelas en el Palacio de Justicia, hoy convertido el Museo de la Mafia. Estos avances se presentan como en el germen de la investigación criminal actual. También, del idilio de esta ciudad con las tendencias más tecnológicas. En 1995, el Consumer Electronic Show (CES) cambió su sede de Chicago a Las Vegas. Primero como una muestra de productos en diferentes hoteles, después en su centro de convenciones. Hoy es la cita anual que abre la temporada. La primera semana de enero es el momento en el que los grandes vuelos se agotan y las habitaciones multiplican su precio por cuatro. En 2015 se alcanzó una sorprendente cifra: más de 170.000 asistentes para seguir de cerca las últimas tendencias en tabletas, televisores, ordenadores, impresoras 3D y cualquier tipo de aparato que pueda usar tecnología. De hecho, la estrella fueron los coches conectados de Audi, Ford o Mercedes.

Al calor de esta feria, diferentes emprendedores comenzaron a ver posibilidades para establecerse. Tony Shieh, cofundador y consejero delegado de Zappos, la mayor tienda de zapatos online del mundo, lo vio claro. Justo detrás del museo, junto a la terminal de autobuses, se encuentra el núcleo en el que comenzó el movimiento startup de Las Vegas. Un edificio circular con una pequeña plaza central sirvió de ayuntamiento hasta que construyeron uno nuevo. Ahora es la sede de la zapatería virtual.

Hoy es más barato vivir en la ‘suite’ de un hotel que alquilar un piso

Antes de que Shieh comenzase a vender todo tipo de calzado y llamase la atención de Jeff Bezos, el fundador de Amazon, algunos emprendedores comenzaron a poner su mirada en este emplazamiento con algunas peculiaridades. Las casas de apuestas online, con una legislación mucho más que favorable, ya habían creado una infraestructura que se complementaba con la ya de por sí sólida que usan los casinos de la ciudad. A esto se suma un ancho de banda similar al que disfrutan en la Bahía de San Francisco o las propias firmas financieras de Wall Street.

En el verano de 2009, el gigante Amazon cerró la compra de la tienda por nada menos que 850 millones de dólares. Shieh pensó que la prosperidad que había traído su empresa tenía que reflejarse en los aledaños de la misma. Tras hablar con diferentes empresas ya establecidas, consiguió crear un fondo de 350 millones de dólares para invertir en la zona. Un total de 300 empresas forman parte del mismo, ya sea para ayudar a los recién llegados o bien para hacer crecer a los establecidos.

El vivero ha comenzado a dar sus frutos, desde el Beat Coffee Shop al Gold Spike, dos lugares de encuentro, pasando por un espacio de trabajo compartido, Work In Progress, una incubadora de moda, Stitch Factory, un centro de investigación de salud, Turntable Health y un taller para jugar a crear nuevos gadgets que han bautizado como SYN Shop.

Como no podía ser de otro modo, también hay una aceleradora, The Mill. Sarah Hill (Mountain View, 1986) lleva ya dos años dirigiéndola. Antes trabajó en un centro parecido en Silicon Valley. Llegó para explorar la zona y no quiso volver. «Mis amigos me preguntaban si estaba bien, pero creo que comenzar con algo así pasa solo una vez en la vida», confiesa.

En The Mill ofrecen dos programas: ideas y start. El primero es para los que están todavía dando los primeros pasos. El segundo, un empujón en forma de consejos, asesoramiento y búsqueda de inversores. Cada año hacen dos tandas de elegidos que se forman durante 12 semanas. Hill cree que pone un poco de orden en el proyecto: «Había mucha actividad, aquí se vive una pequeña revolución, pero hacía falta un programa formal para pasar de algo en bruto a un producto concreto». Una vez que terminan la formación no están obligados a seguir allí, pero casi siempre mantienen la sede cerca de la incubadora.

Futbolín y clases de yoga. En eso, las oficinas de Las Vegas son como en Silicon Valley. En la calidad de vida, no.

La escalada de precios en San Francisco, con una media de 4.200 dólares por el alquiler de un apartamento de una habitación, ha hecho que se multipliquen las solicitudes para emprender desde el desierto de Nevada, con los aeropuertos de San José, Oakland y San Francisco a solo una hora y media de vuelo. Algunos emprendedores han ideado una fórmula todavía más novedosa: vivir en la suite por menos de 1.900 euros al mes. El hotel se asegura la ocupación y el huésped tiene gimnasio, limpieza y servicio de habitaciones. «Además del precio, está el acceso a los inversores», matiza la directiva, «aquí son más receptivos. No hay tanta saturación como en Silicon Valley. Estamos en núcleo de población de dos millones de habitantes en 16 kilómetros a la redonda y más de 40 millones de visitantes anuales. Pocas zonas son tan dinámicas». Banjo,  dedicada al análisis de contenido geolocalizado de redes sociales, ha hecho la mudanza a Las Vegas, aunque mantiene una pequeña oficina en Redwood City, a medio camino entre Palo Alto y Soma, el barrio por excelencia de las startups en San Francisco.

Raster está considerada una de las pioneras. Lleva 12 años. Su creador, Michael J. Smith, vivió la fiebre y el estallido de la burbuja puntocom a finales de los noventa. «Me quedé colgado y, como tenía familia en Las Vegas, venirme con ellos era una buena opción y barata», explica Smith. Hoy, su empresa hace software de marketingy creatividad. Cuenta con 20 empleados en Las Vegas y una docena en Chicago. «Nos estamos centrando en el Internet de las Cosas, en la comunicación entre objetos. Con una buena red de contactos no es necesario estar en el Valle», defiende.

Spence Johnston, uno de sus cofundadores, se dedica a contratar nuevos empleados. «Nuestro reclamo es la calidad de vida. Muchos de los ingenieros de Silicon Valley están hartos de lo que tardan en llegar al trabajo y lo caro que es. Aquí hay gran creatividad, entretenimiento y algunos de los mejores restaurantes del mundo», proclama.

Johnston reconoce que sin Zappos nada de lo que sucede en esta zona sería posible, pero confía en que se termine por afianzar el ecosistema al margen del gigante del calzado: «Comienza a haber flujos interesantes, comunidades de vecinos donde antes no había casi nada y hasta una zona de artistas que pintan y diseñan a dos o tres manzanas de aquí».

El milagro de Zappos, donde el cliente es el rey

Letha Myles, el jefe de Cultura de Zappos.

Después de una hora recorriendo las instalaciones de Zappos, justo antes de la puerta de salida, se encuentra un trono. Casi todos los visitantes posan y comparten la foto en redes sociales. Poco tiene que ver con la fiebre deJuego de Tronos, la composición ya estaba ahí, con cierto toque medieval. «Es el símbolo de nuestro compromiso con los clientes», explica Letha Myles, responsable de Cultura.

En la recepción principal, en un tablón de madera, se muestra una colección de corbatas cortadas. «No están prohibidas», matiza, «pero tampoco  demasiado bien vistas». De hecho, apenas hay jefes. La web se jacta de ser la más plana, se organizan según un esquema al que denominan holacracy, que consiste en seguir algunos principios, como la ausencia de horario o la opción de trabajar desde casa: «No lo hicimos de una vez, sino que probamos con 100 personas y los resultados fueron inmejorables», presume Myles satisfecho.

Desde la perspectiva española, es difícil imaginar tal cantidad de egos sin dar diferentes niveles. «Eso no se contempla», se defiende, «aquí todos tenemos que ser humildes y cumplir con las tareas». Hoy Zappos cuenta con más de 1.500 empleados. El coleccionismo se ha convertido en motor de empresas de éxito. Si eBay nació para que un chico pudiera conseguir nuevos dispensadores de caramelos Pez para su novia, la empresa de calzado se lo debe a la obsesión de Nick Swinmurn por las zapatillas de Airwalk.

Junto a Tony Hsieh, actual consejero delegado, comenzó a vender por Internet. Primero como ShoeSite y después, inspirado por la palabra en español «zapatos», que le sonó a Zappos.

Dentro del antiguo ayuntamiento trabajan más de 600 empleados en unas condiciones muy especiales. Cuando contratan a alguien, pasa cuatro semanas de formación. Antes de la graduación puede decir si no se siente preparado o cree que no es para él. Pagan por irse 25.000 dólares. «Contratar a alguien que no es el candidato adecuado sale todavía más  caro», justifica Myles.

Por este lugar en el que no hay despachos ni jefes, los empleados campan con calma y bebidas en la mano. Las identificaciones con la foto son una forma de reconocimiento. El que lleva cinco años la luce de color rojo. Naranja a los 10. Y muy pocos llegan al amarillo para presumir de tres lustros allí. Dentro, muy al estilo Google, copiado después por las  tecnológicas, cuentan con gimnasio y clases de yoga gratis.

elpais

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