“Gran arte de todo el mundo” y “Gratuito y abierto a todos” son las traducciones de los dos mensajes que literalmente integran la fachada del Tate Modern de Londres, inscriptos en sus ventanales de vidrio, invitando a pasar a quienes caminan por la ribera sur del río Támesis, en el área de Southwark. Basta con contemplar tamaña construcción (originariamente sede de la central de energía de Bankside y que desde el año 2000 alberga al Museo Nacional Británico de Arte Moderno, más conocido como Tate Modern en honor a Henry Tate y sus generosas donaciones) para comprender que el primer lema, por ambicioso que parezca, resulta más que viable.
Y, finalmente, comprobable si se entra al museo y se recorren sus numerosas salas, que incluyen obras de algunos de los artistas de América Latina más reconocidos así como de los otros continentes, producidas a lo largo del siglo XX y en la actualidad, abarcando movimientos como post-impresionismo, vanguardias, expresionismo abstracto, arte pop, cinético, óptico, conceptual, performance e instalaciones. En cuanto al segundo mensaje, es parcialmente cierto ya que, con excepción de las exposiciones permanentes que tienen un costo, al resto de los espacios del museo como las salas que alojan la colección permanente, la sala de las turbinas y la terraza con su mirador, se accede sin cargo alguno, tomando así distancia del preconcepto que suele asociar a los museos con sitios de y para las elites.
“Tate, que posee una única colección compartida entre todos los museos del grupo [conformado por Tate Britain, Tate Modern, Tate Liverpool y Tate St. Ives], dispone de aproximadamente 400 obras de artistas latinoamericanos. La mayoría se adquirió a través del Comité de Adquisiciones de América Latina, que fue el primer comité de adquisiciones dedicado a una región en específico que tuvo Tate, creado en 2002 y que contribuyó a expandir nuestras posesiones de arte internacional así como a proporcionar asesoramiento especializado”, cuenta Valentina Ravaglia, curadora de exhibiciones de arte internacional del Tate Modern, a Infobae Cultura en una entrevista realizada vía mail. Y añade que de las 500 obras de la colección que se exhiben actualmente, 64 fueron hechas por artistas latinoamericanos, es decir, casi un 13 por ciento.
En ese listado, muy rico en nacionalidades y estilos, se encuentran artistas de la talla de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, máximos exponentes del muralismo mexicano, los argentinos Leonor Fini, Mirtha Dermisache y Nicolás García Uriburu, el cubano Wifredo Lam, el chileno Roberto Matta, el uruguayo Carmelo Arden Quin, la polaca-brasileña Felícia Leirner, y Mira Schendel, Lygia Clark, Sérgio de Camargo y Hélio Oiticica de Brasil. En el plano de la escena contemporánea actual, se pueden presenciar obras de la fotógrafa suizo-brasileña Claudia Andujar, de los brasileños Anna Bella Geiger y Cildo Meireles, de Regina José Galindo de Guatemala y de Doris Salcedo de Colombia, del mexicano Damián Ortega, de los chilenos Paz Errázuriz y Eugenio Dittborn, de Allora & Calzadilla de Puerto Rico, y de los argentinos Liliana Porter, Judi Werthein y Horacio Zabala [obras de Marta Minujín, Carla Zaccagnini, Horacio Coppola, Lucio Fontana, León Ferrari, David Lamelas, Carlos Ginzburg y Guillermo Kuitca también forman parte del acervo del museo pero en este momento no se encuentran en exhibición].
Actualmente la colección del Tate Modern está organizada en varios módulos según criterios curatoriales diversos; así, los artistas de Latinoamérica y sus obras quedan agrupados en algunos casos por movimientos pero también por temáticas y/o geografías. Como ocurre con Una vista desde, una serie de exposiciones que destaca las innovaciones artísticas que se estaban produciendo en momentos puntuales en diversas ciudades como Buenos Aires y San Pablo, entre otras. La sala dedicada a la capital porteña reúne trabajos de artistas vinculados al CAyC (Centro de Arte y Comunicación), grupo interdisciplinario impulsado por Jorge Glusberg en 1969, en torno al arte de sistemas, un tipo de arte conceptual centrado en examinar cómo las ideas e imágenes circulaban en la sociedad y la cultura, particularmente a través de los medios de comunicación.
Arruga (1968) de Liliana Porter es una de las obras propuestas en la selección: compuesta por diez fotograbados, esta secuencia en la que se observa la progresión de la arruga de una hoja, pone de manifiesto problemáticas ligadas a los conceptos de tiempo y representación, recurrentes en los trabajos posteriores de la artista radicada en Nueva York. También se exhibe en esta galería una serie de seis dibujos, sin título, de Mirtha Dermisache. Producidos en 1970, lo que a simple vista parecieran ser un grupo de cartas hechas a mano, por la disposición de los signos en el papel así como por el uso de tinta negra, son en realidad grafismos mediante los cuales la artista visual exploraba la escritura asémica (sin un significado específico). Fallecida en 2012, su trabajo creativo (el cual recibió elogios de personalidades como Roland Barthes), ahonda en las nociones de legibilidad, entendimiento, circulación y recepción.
Una vista desde San Pablo: abstracción y sociedad pone el foco en las obras de abstracción geométrica que a partir de la década del cincuenta desarrollaron jóvenes artistas brasileños como Lygia Clark, Hélio Oiticica y Lygia Pape; en un segundo plano, se incluyen algunas obras de pioneros del arte abstracto como Vasili Kandinsky. “Adoptaron un enfoque del arte impregnado de idealismo político. Al rechazar el pasado y adoptar nuevas formas, la abstracción se asoció con ideas de cambio social”, señala Matthew Gale en el texto curatorial de la muestra, sobre la labor de los pintores y escultores brasileños. Asimismo, se exhibe una pintura del pintor y escultor uruguayo Carmelo Arden Quin, principal exponente de las innovaciones en el terreno del arte abstracto en suelo rioplatense, y uno de los fundadores del grupo Madí en 1946. En Carres (1951), realizada en laca sobre madera, se evidencia la transgresión de la configuración tradicional del cuadro a través del uso del marco poligonal, uno de los recursos que el artista nacido en Rivera incorporó a su quehacer artístico a mediados de los cuarenta.
Co-fundadora junto con Oiticica del Movimiento Neoconcreto, Clark nació en Belo Horizonte en 1920, fue alumna del cubista Fernand Léger y desarrolló su obra artística mayormente en Río de Janeiro y París. Su primera etapa creativa estuvo dedicada a la exploración de las formas geométricas. Las obras que siguieron, en cambio, que realizó desde mediados de los cincuenta y, especialmente durante los sesenta, reflejan nuevas inquietudes artísticas pero, sobre todo, una nueva forma de entender el hecho estético, como una experiencia viva, fundamentalmente sensorial, para la cual el rol activo del espectador resultaba determinante. Planos em superficie modulada (estudo) (61) (1957), es una obra que bien podría considerarse como de transición entre ambas fases. Hecha con grafito y témpera sobre papel, indaga en las relaciones posibles entre planos, líneas y formas abstractas, lo que acaba creando ilusión de espacios tridimensionales en una superficie plana. Muchos estudiosos de la obra de Clark ven éste y otros dibujos de la misma serie como precursores de su conocida Bichos, claro ejemplo de su segunda fase artística, y que consiste en un conjunto de esculturas geométricas de aluminio con bisagras, concebidas por la artista para ser manipuladas por los espectadores quienes, mediante sus manos, las dotarían de múltiples formas.
Otro módulo de la colección es Surrealismo internacional, que cuenta con una selección de obras que reflejan los orígenes de dicha vanguardia artística en el París de la década del veinte a través de sus principales exponentes, así como de obras que dan cuenta de las repercusiones y reapropiaciones posteriores del surrealismo del otro lado del Atlántico. De esta manera, a lo largo de la sala se ubican trabajos de Salvador Dalí, Pablo Picasso y René Magritte pero también de quienes desde Latinoamérica leyeron bajo su propia lupa a esta corriente que venía del viejo continente y se inspiraba en las ideas de Sigmund Freud. Es el caso de La Vertu noire (1943) de Roberto Matta, Petit Sphinx hermite (1948) de Leonor Fini, Ibaye (1950) de Wifredo Lam y Do you know my aunt Liza? (1941) y Transference (1963), ambos de la inglesa nacionalizada mexicana Leonora Carrington.
“Adoraba a los gatos y usó la imagen de la esfinge (un híbrido mitológico de un león y una mujer), en gran medida, como un autorretrato. Consideraba a esta figura como un intermediario simbólico entre los reinos humano y animal, y entre las áreas conscientes e inexploradas de la mente y el espíritu. En esta pintura la esfinge aparece como una criatura domesticada, infantil, sentada frente a su casa destartalada. Sin embargo, el cráneo del pájaro a sus pies y el órgano que cuelga de la puerta insinúan actos de violencia” dice la leyenda junto a la pintura, Petit Sphinx hermite (1948). Si bien Fini nació en Buenos Aires, su quehacer artístico lo desarrolló en Italia y Francia. Amiga de Dalí, Max Ernst (con quien mantuvo un affaire) y Jean Cocteau y dueña de un espíritu inquieto y versátil, además se desempeñó como diseñadora de vestuarios y decorados escénicos, ilustradora y novelista.
Esta obra de Roberto Matta (compuesta por tres lienzos unidos y pintados al óleo) que cuelga en una de las tantísimas paredes del Tate Modern, refleja los principios surrealistas de automatismo y libre asociación de ideas al presentar elementos contradictorios. Por un lado, los lienzos de los costados muestran formas abstractas mientras que en la parte central del tríptico las formas se tornan más biomórficas, remitiendo algunas a la forma de los órganos sexuales femeninos. Como sugieren críticos de su obra, esta pintura del artista nacido en Santiago de Chile podría pensarse como una combinatoria de escenas de guerra, violencia y muerte, pero también de erotismo.
“Los museos de arte moderno y contemporáneo buscan visibilizar el arte de otras partes del mundo pero las narrativas dominantes siguen siendo las que establece el canon. Tate hace mejores esfuerzos en relación con abordar simultaneidades más que genealogías. MoMA [Museum of Modern Art], en cambio, sigue insistiendo en la idea de arte moderno que se expande hacia otras geografías, el relato del arte moderno está ahí”, observa Andrea Giunta, historiadora del arte, investigadora y docente de la Universidad de Buenos Aires.
Así como este módulo de surrealismo alude en gran medida a la cuestión del canon artístico que señala la especialista, podría pensarse como un intento de abordar paralelismos más que rastrear herencias, el módulo de Materiales y objetos. Con el eje puesto en la exploración de sustancias, formas y texturas, en esta sala conviven sin jerarquías piezas de lo más disímiles en tiempo y espacio como la más famosa creación de Marcel Duchamp, el ready-made Fountain (1917) -en realidad, una de las réplicas autorizadas por el artista décadas después, al perderse el rastro del mingitorio original-, con algunas esculturas tempranas de Doris Salcedo, realizadas en la década del ochenta y caracterizadas por el uso de muebles y objetos de la vida cotidiana, para evocar la violencia en su país, Medellín especialmente, por aquel entonces epicentro del negocio de la droga.
Arte contemporáneo: cosa del presente
En los tiempos agitados que vive el Reino Unido a causa del Brexit, la muestra que gira en torno a Brinco (2005) de Judi Werthein, incluida en Performer y participante, resulta especialmente significativa. Concebida por la artista argentina radicada en Miami para reflexionar sobre la temática de la inmigración pero sobre todo como un gesto de apoyo a los migrantes, la misma consistía en el diseño y la creación de un par de zapatillas, que luego eran distribuidas sin cargo entre aquellos con intención de cruzar la frontera en Tijuana hacia Estados Unidos, y a su vez, vendidas a 200 dólares en la ciudad de San Diego, donando lo recaudado a un centro de refugiados. La instalación que propone el Tate a partir del proyecto de Werthein incluye además proyecciones y registros de las repercusiones que tuvo en los medios así como las reacciones que suscitó en el público en forma de mails y mensajes.
Como advierte Giunta, “los museos de arte contemporáneo atienden a las problemáticas urgentes del presente e, indudablemente, la inmigración, el holocausto del Mediterráneo, es un problema para Europa y para Estados Unidos, por ello hay numerosas exposiciones que mapean el tema. Hay tomas de posición por parte de las instituciones”. Ravaglia, responsable de curar la exposición alrededor de Brinco, refuerza esta idea al expresar que “Tate está comprometido con la representación de prácticas artísticas que reflexionan sobre cuestiones sociales pasadas y presentes. La migración es un tema apremiante, uno que ha estado dando forma directa al discurso político en el Reino Unido y Europa, así como en los Estados Unidos en los últimos años”. Y añade que desde el museo esperan que “Brinco pueda agregar matices a un debate que a menudo se lleva a cabo en el nivel de generalizaciones groseras y que está obsesionado con el tratamiento de ciertos síntomas mientras ignora la compleja red de causas socioeconómicas subyacentes”.