«Para poder escribir novelas, la mujer debe tener dinero y un cuarto propio», sentenciaba Virginia Woolf en su ensayo más célebre, basado en dos conferencias dadas en octubre de 1928, en la Arts Society de Newham y la Odtaa de Girton.
La escritora más importante del siglo XX, creadora –junto a James Joyce– del fluir de la conciencia, fue tomada, tras este posicionamiento, como estandarte del feminismo. Defendió como ninguna a las hermanas Brontë y a Jane Austen, ampliando su universo de lectores, pero instauró también la escritura andrógina como elección literaria. La gran Virginia se abrió camino en un mercado dominado por varones, convirtiéndose en fuente de inspiración para huestes de muchachas intrépidas con ansias de escribir por fuera del encasillamiento del deber ser femenino.
Y llegó el cambio de centuria pero ciertos íconos y emblemas mantienen su sitio imperturbable. La editorial Mardulce acaba de publicar Una mente propia. Selección de Cartas sociables y Discursos femeninos, de Margaret Cavendish (1623-1673), en diálogo evidente con la apropiación de la femineidad que hiciera Woolf hace años.
Margaret Lucas Cavendish, duquesa de Newcastle y filósofa, científica y dramaturga, fue la primera autora en reivindicar la posición de las mujeres en la Inglaterra del siglo XVII. Con cuarto de su propiedad o sin él –a los 22 años se casó con Sir William Cavendish, bastante mayor que ella–, cuestionó las costumbres patriarcales de la vida doméstica, deviniendo en feminista avant la lettre.
Parece que Mad Madge –Loca Madge, así se la conocía en algunos círculos– sentenció que Sir William era el único hombre del que se había enamorado y no gracias a su título, poder o riqueza, sino por sus méritos, gratitud, deberes, fidelidad y justicia. La dama creía que estos atributos mantenían juntas a las personas, aún en la miseria.
«He puesto mucho empeño en reunirlas hoy aquí y desearía poder persuadirlas de frecuentarnos, unirnos y asociarnos, de modo que podamos intercambiar consejos prudentes con el fin de ser tan libres, felices y célebres como los hombres, en tanto que hoy vivimos y morimos como si hubiéramos sido engendradas por bestias y no por humanos; pues los hombres son felices y nosotras somos desdichadas; ellos poseen toda la calma, el reposo, el placer, la riqueza, el poder y la fama, mientras que las mujeres viven agitadas por el trabajo y agobiadas por el dolor, se vuelven melancólicas a falta de placeres e inútiles a falta de poder, y mueren en el olvido al carecer de notoriedad». Con este panegírico, Cavendish da inicio al capítulo de sus flamantes discursos publicados.
Fue la primera mujer en ser recibida por la Royal Society de Londres, luego de sufrir una infinidad de desplantes y destratos. De más está decir que su colección de telescopios era muy superior a la de la afamada institución. Pero este no fue el único revés que sufrió. Cuando publicó su primera novela –sin el pseudónimo de rigor– recibió una catarata de críticas de la sociedad inglesa de su tiempo, que daba por hecho que una mujer de su clase se dedicara a las labores y poco más.
Participó en discusiones –siempre con hombres– sobre la existencia del vacío, la percepción, el movimiento, la materia y el conocimiento. Y cada vez que hacía referencia a sus manuscritos lo hacía como «cuerpos de papel».
De una actualidad apabullante, Una mente propia anuncia, por momentos como un manifiesto, aquello que con el tiempo se convertiría en lucha. Cuando menos se pensaba que las demandas feministas precisaban regresar al escenario de lo público, 2015 se convertiría –con el colectivo Ni una menos– en la bandera contra la violencia machista.
Durante años pareció innecesario colgarse el cartel de feminista. La última reivindicación por iguales derechos, en la segunda mitad del siglo XX, había calmado las aguas. De cualquier manera, algunas pocas voces susurradas optaban por el «soy femenina, no feminista». Hasta que la repetición y constancia en las denuncias contra la violencia ejercida hacia las mujeres en manos de varones destapó el megáfono del reclamo. No sólo en el país. Incluso actrices de la industria del cine internacional se animaron a contar algunas experiencias nefastas con directores. La visibilidad mediática colaboró.
«Pareciera que ellos gobiernan el mundo, pero, en realidad, nosotras gobernamos el mundo ya que nosotras gobernamos a los hombres, pues, ¿qué hombre no está de una u otra forma gobernado por una mujer?», le escribe la filósofa del siglo XVII a una amiga en una de las cartas publicadas. La problemática del matrimonio, las diferencias entre géneros, los beneficios de la amistad entre mujeres y varios asuntos más componen el libro editado por Mardulce. Muy lejos del cliché de «mujer escribe sobre el amor», Cavendish intenta explicar el alma femenina y su centenar de caras. El discurso amoroso la desvela pero sin hacer uso de obviedades. Profunda, repleta de ironía y por momentos un gran sentido del humor, la precursora de Virginia Woolf no traiciona.