Mi primer libro sobre la Gesta Restauradora

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Hace ya ca­si cuaren­ta años, cuando conape ­nas diecisiete años, de­cidí escribir un ensa­yo para participar en un concurso literario orga­nizado en 1983 por la Lo­tería Nacional en ocasión de conmemorarse el 120 aniversario de nuestra le­gendaria Gesta Restau­radora de la independen­cia nacional.

Entonces, con la osadía aportada por el ímpetu de mis primeros descubri­mientos históricos, dejé plasmado en aquellas pá­ginas imberbes, el orgullo inconmensurable de “ser dominicano”, ese mismo que hizo que los comba­tientes por la Restaura­ción de la República se lanzaran a la lucha por re­cuperar los principios de independencia y sobera­nía que iluminaron el na­cimiento de la República Dominicana en 1844.

A la luz de los años transcurridos, distingo mi ingente esfuerzo ju­venil por destacar no só­lo que la Guerra Restau­radora fue una gesta de liberación nacional que contó con un gran apo­yo popular, sino también por sacar a la luz, y dar­le el reconocimiento me­recido a una larga lis­ta de restauradores, que eran -y lamentablemente aún lo son- prácticamen­te desconocidos para el pueblo dominicano, es­pecialmente las genera­ciones más jóvenes, a pe­sar de que a muchos de ellos se les acreditan ha­zañas dignas de eternos reconocimientos.

La traición anexionista de Pedro Santana que pre­tendió vender los destinos de la naciente República  Dominicana a España, fue confirmada finalmente con el anuncio que hiciera en la mañana del 18 de mar­zo de 1861, en un discurso en el que centró la defensa de la anexión en lo que lla­mó igualdad de religión, de idioma, creencias y costum­bres entre los dominicanos y los españoles, esgrimien­do el pretexto del temor de que la nación cayera en­vuelta en una amarga con­frontación civil, como había sucedido con otras repúbli­cas de la región.

Frente a los intentos de presentar la anexión co­mo un pedido unánime del pueblo dominicano,  es necesario resaltar la po­sición vertical de algunas personalidades relevantes del escenario político na­cional, como el patriota independentista, ejecutor del célebre trabucazo de la noche del 27 de febrero de 1844, el general Ramón Matías Mella, quien, por su oposición a la anexión a España, fue deportado el 26 de marzo de 1861.

Pero, la resistencia a la anexión comenzó ese mis­mo 18 de marzo de 1861, y se sucedieron los inten­tos restauradores, que fi­nalmente fructificaron el 16 de agosto de 1863, cuando de nuevo en los cerros de Capotillo fue izada la bandera tricolor, manto sagrado de la patria dominicana, y el pueblo la siguió, desde los cam­pos y pueblos, primero en toda la región noroeste, para extenderse a todo el país en las batallas de la lucha restauradora, que  significó el combate de la libertad contra el yugo ex­tranjero y la explotación colonialista.

Hoy, como hace trein­ta y siete años, cuando me sumergí en tantos li­bros de historia, buscan­do detalles, explicaciones y fundamentos, me mara­villa el sentido del devenir de la República Dominica­na. A los diecisiete años, con aquel ensayo, resulta­do de largas horas de estu­dio e investigación cuando cursaba el bachillerato, pu­de demostrar que el pasa­do de la Patria era y es de suma importancia para los más jóvenes de sus hijos, y hoy casi cuatro décadas después reitero la impor­tancia de mantener inalte­rados aquellos principios y valores. Con aquellas pági­nas obtuve el Primer lugar del concurso Histórico-Li­terario “120 Aniversario de la Guerra Restauradora”, organizado por la Lotería Nacional. Por cuánto signi­ficó para mí, considero que sería una excelente idea re­tomar la convocatoria de concursos de historia diri­gidos a la juventud domini­cana.

Conocer cuánta san­gre y sacrificio ha costado lograr, mantener y recupe­rar nuestra independencia debe ser un propósito cons­tante de todos los que lle­vamos con orgullo el gen­tilicio “dominicano”. Debe enseñarse en las escuelas, y que el 16 de agosto de ca­da año, no quede simple­mente como un día feriado más. Al igual que el 27 de Febrero, y el 6 de Noviem­bre, que son fechas tan se­ñaladas, que cada uno de nosotros debe llevarlas grabadas en el alma, por­que ellas marcan los mo­mentos más trascendentes de nuestra historia.

Saber de dónde veni­mos para tener claro ha­cia dónde vamos, es te­ner sentido de la historia. Y eso debe ser primordial para todo ciudadano que tenga como divisa funda­mental la preservación de nuestro país libre, inde­pendiente y con identidad propia de cara al concierto internacional de naciones.

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