Nueva York es todo un símbolo mundial de libertades y de tolerancia, valores que se vieron seriamente amenazados el 11 de septiembre de 2001 cuando se produjo el ataque. Yo estaba disfrutando de una beca Fulbright en la Universidad de Nueva York y tomando cursos de fotografía en el International Center of Photography, por lo que no dudé en acercarme en bicicleta hasta el World Trade Center para tomar algunas fotos del acontecimiento.
Quizás las más interesantes son estas que muestro ahora, y que recogen la atmósfera de humo y soledad del distrito financiero unas horas después del atentado. Son fotografías analógicas en blanco y negro que formaron parte de una exposición que viajó por varias ciudades de España.
Mientras impartía un curso online de Fotografía y Arquitecturadesde Nueva York, con el lema “Si sabes mirar, no importa la cámara”, decidí hacer una comparativa entre algunas de aquellas fotografías del 11-S, y las que ahora pueden tomarse en estos mismos lugares con un teléfono móvil, como hacen miles de turistas cada día.
Aunque no se trata de fotografías de arquitectura, sino que son sobre todo imágenes del atentado a las Torres Gemelas y sus prolegómenos, el contexto de la zona de rascacielos que rodea al World Trade Center es fundamentalmente vertical; y esas fotos mías buscaban más la atmósfera general que el detalle informativo, por lo que no pueden considerarse propiamente un trabajo de fotoperiodístico.
Sin embargo tienen mucho de reportaje, y cuando haces reportaje no te gusta demasiado intervenir en la toma fotográfica después del disparo. Está en juego la misma esencia objetiva del testigo que afirma con sus fotografías “esto es lo que vi y así os lo muestro”.
En esta tradición no importa sacrificar la calidad formal en beneficio de la cantidad –y precisión– informativa, pero hay siempre un enorme recelo hacia la manipulación posterior al disparo fotográfico.
Pero incluso los más escrupulosos reporteros tienden a corregir esos problemas de las verticales u otras deformaciones naturales que puedan resultar molestas para el encuadre final. Si no lo hacen en el laboratorio, oscureciendo o aclarando los rincones molestos, lo hacen jugando con la composición de la misma realidad que están fotografiando. Este proceso de encuadre previo al disparo no es algo intuitivo, pero después de mucha práctica con la cámara acaba convirtiéndose en algo inconsciente, casi natural.
Al tomar de nuevo fotos con la cámara del teléfono móvil, como un turista más, he caído en la cuenta que estaba sin buscarlo fotografiando las mismas calles de entonces; eran los mismos juegos de perspectiva, caóticamente ordenada, los que atraían mi mirada y me invitan a fotografiar, y he experimentado una curiosa sensación de déjà vu, o de asesino que vuelve inconscientemente al mismo lugar del “crimen”.
No se perciben demasiados cambios, salvo en el entorno del Woolworth Building, que fue durante algunas décadas del siglo XX el más alto rascacielos de Nueva York, y que recuperó efímeramente su gloria tras el atentado a las Torres Gemelas, quedando de nuevo como el hito dominante en el skyline de esa zona de Manhattan. Ahora se ve de nuevo empequeñecido por una ola de construcción incontrolada a su alrededor.
También ha cambiado, para mucho mejor en este caso, el ambiente humano que anima estas calles tan mundialmente famosas.
La fotografías comparativa de Vanderbilt Avenue que hacía de portada de mi antigua exposición es bastante ilustrativas al respecto; de aquella situación militarizada hemos vuelto a la normalidad turística.
Quizás la mayor novedad está en que ahora esas fotos, no sólo ya no son analógicas, sino que además incluyen selfies. El gran negocio callejero es el selfie stick, o palo para sujetar el móvil en la distancia. Pero no hace falta hacer selfies, todos nos retratamos implícitamente en nuestras imágenes, también cuando se trata de fotografiar en plan turista la maravillosa arquitectura de Nueva York.