Plutón, el planeta pródigo

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La verdad es que tendría gracia que, después de todo, hubiera vida en Plutón. El objeto celeste que los de mi edad estudiamos en el colegio como el noveno planeta del Sistema Solar ha sufrido gran penalidad y humillación en los últimos tiempos, hasta el extremo de que, en 2006, fue privado del pasaporte solariego, o al menos degradado a la infamante categoría de planeta enano, un hermano menor y bastardo al que ya no reconocíamos como uno de los nuestros. Y resulta ahora que, o mucho se equivocan los científicos planetarios, o Plutón tiene tanta agua como el que más en nuestro sistema, incluida nuestra vieja, querida y maltratada Tierra.

Sí, tendría gracia que, al final, cuando la curiosidad o la necesidad nos lleven a colonizar otro planeta, el elegido no sea el que hasta ahora hemos considerado el más evidente por más cercano y similar, que es Marte, sino el extravagante, lejanísimo y degradado Plutón. Por la sencilla razón de que allá lejos no es ya que pudiera haber agua en el pasado remoto, sino que la haya a raudales en el mismísimo presente. Ni siquiera es imposible, vistos los nuevos datos, que exista algún tipo primitivo de vida en el planeta enano, puesto que, debido a la radiactividad de su núcleo y al efecto anticongelante de su amoniaco, el agua de Plutón puede ser tan líquida como la que sale de nuestro grifo, y como la que tal vez vio nacer a la bacteria más primitiva de nuestro planeta, allí abajo en las profundidades oceánicas por donde emergen del infierno los vapores volcánicos necesarios para hacerla evolucionar. Tendría gracia.

Con todo, lo cierto es que la degradación de Plutón estuvo muy bien fundamentada hace diez años. No es solo que la luz tarde más de cinco horas en viajar hasta allá desde la Tierra, lo que convertiría un intercambio de whatsappsen un verdadero tormento, ni que desde allí el Sol parezca solo una estrella más en el infinito cielo nocturno. Es que el descubrimiento de Plutón se debió más a una chapuza que a un verdadero avance astronómico. Como diría Gila, a Plutón lo descubrieron mal.

A finales del siglo XIX, unos astrónomos informaron de unas extrañas perturbaciones en la órbita de Neptuno, el planeta más exterior del Sistema Solar, y eso llevó a otros físicos a predecir la existencia de otro planeta más exterior aún, cuya atracción gravitatoria sobre Neptuno explicaría las anomalías. El astrónomo amateur Percival Lowell, famoso por haber descubierto poco antes los canales de Marte (que no existen), financió y promovió su búsqueda con tal celo y billetera que el pobre planeta no pudo evitar aparecer en 1930. Solo después se supo que las anomalías de la órbita de Neptuno que habían llevado a su predicción no eran más que un error de observación. En los dosmiles, el astrónomo norteamericano Michael Brown descubrió otros dos plutones, uno de ellos mayor que el original, y predijo la existencia de otros 40 o 50. De ahí que los organismos internacionales degradaran a Plutón en 2006.

Aunque, bien mirado, esto nos puede ofrecer no uno, sino 50 nuevos mundos que habitar en el futuro. Hay esperanza en los márgenes del sistema.

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