Bezos, el millonario austero

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Desde esta semana, Jeffrey Preston Jorgensen (Albuquerque, 1964) es el cuarto millonario más rico del mundo. Ya nadie le conoce por ese nombre. Es, sencillamente, Bezos. el dueño del imperio Amazon. A Jeff su madre le tuvo cuando ella era solo una adolescente. Más adelante se casó con Miguel Bezos, un ingeniero cubano (con orígenes vallisoletanos) que había llegado a Estados Unidos y que adoptó a Jeff cuando este tenía cuatro años.

De pequeño Jeff pasaba los veranos en Lazy G, el rancho de su abuelo materno, Lawrence Preston Gise, un investigador que consagró su vida a los cohetes espaciales. Y de aquellos veranos bucólicos le quedó una reconocida habilidad para la mecánica y una pasión desmedida por el mundo aeroespacial. Ese es su único capricho: el avance de la investigación aeronáutica, y, asegura, que tiene un fin filantrópico. No es el único magnate empeñado en esto: comparte esta pasión espacial con Elon Musk, el fundador de Tesla, y el pique entre ellos se refleja en Twitter, donde cruzan mensajes.

Bezos también es uno de los grandes terratenientes de Texas, el Estado petrolero por excelencia. Este año su fortuna, gracias a la revaloración en un 118% de las acciones de su compañía, alcanza 55.844 millones de euros. Según el índice de millonarios de la Bolsa elaborado por Bloomberg, solo tiene por delante, por este orden, las fortunas de Bill Gates, Amancio Ortega y Warren Buffett.

La historia de Bezos no encaja del todo con la fábula de los garajes de Silicon Valley. Él no se instaló en Palo Alto, y mucho menos dejó la Universidad. Antes de montar su startup, se graduó en Princeton cum laude, en Ciencias Informáticas e Ingeniería Electrónica, y desarrolló una brillante carrera, primero como programador informático y después como analista financiero.

Después dejó su trabajo en Wall Street, donde sus investigaciones para un fondo de inversión le habían permitido conocer cómo se gestionaba el stock en el mundo editorial y qué puntos de fricción tenían las librerías para manejar su almacén. E inició su aventura en Seattle, donde ya estaba Microsoft, con una librería online. Buscó un piso por menos de 700 dólares y durante dos años Bezos y su mujer, Mackenzie, trabajaron duro, empaquetando y llevando a la oficina de correos los envíos.

Su único capricho es el avance de la investigación aeronáutica, y, asegura, que tiene un fin filantrópico

No es casualidad que su cuartel general se mantenga en Seattle, en el Estado de Washington, a dos horas de avión de San Francisco. La ciudad tiene precios mucho más asequibles, tanto la mano de obra como el mercado inmobiliario, lo que le ha permitido hacerse con un extenso complejo que podría pasar por un centro de investigación. Fuera de los edificios, apenas hay un modesto cartel.

En el universo Amazon hay una palabra que brilla por encima de las demás: frugalidad. Salvo excepciones, no se viaja en clase business. El comedor no es gratis. No hay masajes ni zonas de esparcimiento. La decoración es sencilla, austera. Amante del orden, la firma de Bezos refleja perfectamente esta visión, todos los empleados están clasificados en niveles que van del 1 al 12. Este último solo lo ostenta él. El primero incluye a los operadores que mueven la mercancía en los almacenes.

Incluso dentro de la tienda hay una zona para productos de marca blanca y precio ajustadísimo. Amazon Basics, marca poco promocionada, ofrece cables, pilas, fundas o cargadores que se entregan sin caja y apenas instrucciones. La efectividad manda. En su modelo de negocio, cada céntimo cuenta. La clave está en el volumen, para que de ese modo el estrecho margen de beneficio sume.

A Bezos se le ha acusado de explotador. The New York Times publicó un reportaje especialmente duro sobre esto. Las denuncias sobre la presión que sufren los empleados no tienen tanto que ver con los más de 15 kilómetros que caminan de media en sus centros de logística como con la cantidad de horas y presión que asumen. El genio del comercio electrónico se defiende diciendo que aún queda mucho por hacer. Otro de sus lemas que puede leerse en las paredes y ascensores también refleja esta visión: “Still day one” (todavía el día uno). Veinte años después de fundar la empresa, Bezos considera que están aún empezando.

En 2013 compró The Washington Post a la familia Graham, pero las críticas en otros medios sobre el trato a los trabajadores de Amazon no han cesado. Su defensa es sencilla: si él pasó años envolviendo libros en el sótano de casa, espera que sus empleados pongan la misma pasión. Les pide, también, que pasen un tiempo por los almacenes y centros de atención al cliente. A los que tienen capacidad para hacer contrataciones, normalmente a partir del nivel 5, se les explica que deben hacerlo sin miedo.

Previsor como pocos, incluso antes de lanzar Amazon Bezos registró una patente que le dio una ventaja competitiva durante una década: “One click buy”, compra con un solo clic. Aunque hoy esto sea algo natural, hace 20 años marcó una diferencia con respecto a la competencia. Cuantas menos preguntas, menos dudas a la hora de comprar. Un clic y al carrito.

Pensar a lo grande le ha permitido crear negocios, divisiones enteras a partir de fórmulas de autoabastecimiento. Es el caso de Amazon Web Services (AWS), el espacio de almacenamiento en la nube de Amazon. En lugar de alquilarlo, Bezos invirtió para crear su propio sistema. Ofrecer el espacio sobrante a terceros parecía una buena idea para recuperar dinero y que el sistema se pagara solo. Hoy entre los clientes de este servicio hay medios de comunicación, empresas de logística de bancos, tiendas… La última novedad de Bezos es un servicio de correo electrónico para empresas que compite con el Gmail de Google, un negocio de margen corto pensado para escalar.

El magnate, que tiene cuatro hijos, lleva una vida casi monacal. Él se defiende proclamando que «es más difícil ser amable que inteligente». No hay coches de lujo en su garaje, ni escándalos en su historial. Y sin embargo, Bezos, poco dado a las bromas, deja que su estridente risa sea objeto de chanza en su imperio. Cualquiera puede entrar en la intranet y descargarse un archivo de audio con su peculiar carcajada.

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