Ciertos elementos químicos, como el oxígeno y el hierro, nos resultan familiares. Los nombres que los designan son de uso cotidiano. Pero lo normal es que de la mayoría no hayamos tenido noticia, salvo en las aulas. El selenio (Se), por ejemplo, es un gran desconocido. Quizás hemos visto su nombre en la formulación de alguna loción o champú, o hemos sabido de su uso en electrónica para hacer rectificadores de corriente en el pasado. Y poco más.
Fue descubierto en 1817 por el barón sueco Jakob Berzelius, considerado uno de los padres de la química moderna, y su colega y socio Joseph Gottlieg Gahn. Producían ácido sulfúrico en la fábrica de la que eran propietarios, y utilizaban para ello pirita procedente de la mina de Falun. La mina es muy conocida porque se comenzó a explotar alrededor del año 1000 y desde entonces proporcionó el 75 % del cobre consumido en Europa hasta 1998, año en que se clausuró al dejar de ser rentable. Tres años después la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad.
El proceso de producción del sulfúrico dejaba lo que se denomina un precipitado (restos sólidos) de color rojo que, al principio, Berzelius pensó que era un compuesto de arsénico. Pero su olor recordaba más bien a otro elemento, el telurio, que había sido descubierto en 1782 y con el que tiene cierta semejanza. Por esa razón, y porque al elemento descubierto 35 años antes se le nombró haciendo referencia al nombre latino de Tellus (Tierra), al nuevo elemento Berzelius lo denominó Selenium, por referencia a Selene, nombre griego de la diosa que personificaba a la Luna.
Infertilidad asociada a la carencia de selenio
Según cuenta Daniel Torregrosa en su recomendable libro «Del mito al laboratorio», Selene se enamoró del joven Endimión, un mortal de ilustre estirpe, pero mortal al fin y al cabo. Pidió por ello a Zeus que hiciese inmortal a su amado y Zeus, que tenía esas cosas, le concedió el deseo pero con la condición de que Endimión durmiese para siempre. Su estado de eterno durmiente no fue obstáculo, empero, para que Selene lo visitase cada noche y yaciese con él. Fruto del trajín llegó a concebir, al parecer, nada menos que cincuenta hijas. Sorprende que, siquiera por tal proeza, no fuese entronizada diosa de la fertilidad, honor que sin duda merecía.
Quiere la casualidad, además, que haya una forma de infertilidad masculina, caracterizada por una movilidad espermática reducida, que se debe a la carencia de selenio.
El selenio es esencial para la vida. Aunque en concentraciones altas es muy dañino y puede ser letal, en concentraciones adecuadas (bajas) es necesario para el normal desarrollo de las funciones vitales. Por eso se suele incluir en complejos multivitamínicos y suplementos dietéticos.
Ese estrecho rango de concentraciones en que se requiere para un desarrollo óptimo de las funciones vitales tiene y ha tenido consecuencias curiosas e importantes. Por exceso de incorporación con la comida o el agua, el selenio ha sido causa de envenenamientos en animales y seres humanos. Hay lagos, ríos y bahías en los que se encuentra en concentraciones tóxicas a causa de la contaminación de origen industrial.
Su baja concentración en el medio es también perjudicial. Tres grandes extinciones de especies en la historia de la vida –las ocurridas al final de los periodos Ordovícico, Devónico y Triásico- han sido vinculadas con fuertes reducciones de la concentración de selenio en los océanos. Por el contrario, también se cree que favoreció la explosión del Cámbrico de hace quinientos millones de años, cuando surgió la mayoría de los grupos animales.
Juan Ignacio Pérez Iglesias: Catedrático de Fisiología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Publicado en The Conversation.The Conversation
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el Cuaderno de Cultura Científica, una publicación de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.