Gabriel García Márquez llegó a Italia «por pura casualidad» siguiendo la pista del papa Pío XII, aquejado de una «crisis de hipo», pero no ha habido «país ni cultura» que haya influido tanto en la obra del Nobel como la italiana, sostiene el escritor e historiador colombiano Juan Esteban Constaín.
Italia es «el país con más huella» en la trayectoria de Gabo, asegura Constaín en una entrevista con EFE. «Vivió en México y en Francia, pero quedó muy marcado por la lengua, la vida cotidiana y todo lo que vio en Italia, y eso está muy presente en su obra», añade en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma, donde ofreció una conferencia.
Pero lo cierto es que el paso de Gabriel García Márquez (Colombia, 1927-México, 2014) por Roma es fruto del azar. En 1954, el periódico en el que trabajaba, «El Espectador», lo mandó como enviado especial a las Conferencias de Ginebra, unas reuniones entre Francia y el Vietminh en las que se tenía que negociar el futuro de la Indochina francesa.
Poco después le llegó la noticia de que el papa Pío XII «iba a morir de un ataque de hipo», así que en 1955 viajó a Roma «para poder contar esa historia».
García Márquez esperaba encontrarse a un papa a las puertas de la muerte pero, en su lugar, se topó con el coche papal en dirección a Castelgandolfo, una localidad a 28 kilómetros de Roma donde veranean los pontífices.
De ese viaje de Pío XII desde el Vaticano hasta Castelgandolfo Gabo escribe varias crónicas, agrupadas en la serie ‘Su Santidad va de vacaciones’, que se convirtieron «en un éxito por su estilo insuperable» -señala Constaín- y por incluir referentes colombianos para que los lectores entendieran todo lo que les contaba.
«Tenía dudas de cómo contar lo que era Castelgandolfo, así que optó por introducir referentes que sonaran familiares para los colombianos, comparando, por ejemplo, la residencia de los papas con la localidad de El Espinal», detalla el escritor.
Constaín relata que Gabo recorrió Roma de la mano del tenor Rafael Ribero Silva, que le mostró «los barrios y la vida romana, que le marcaron poderosamente» y relataría después en el cuento ‘La Santa’.
«En Italia, García Márquez comía mucho, tomaba mucho y le fascinaban las prostitutas romanas, no porque las frecuentara, sino desde el punto de vista sociológico. Todo eso quedó recogido en sus crónicas de la época», subraya.
Pero seguramente lo que más admiraba del país era el cine y el neorrealismo italiano, un movimiento que imperaba en esos tiempos y que siempre fue un inspirador del realismo mágico del Nobel colombiano, como él mismo reconoció en varias ocasiones.
De hecho, en Roma se encontraban los estudios de Cinecittà, donde se rodaron y proyectaron los filmes neorrealistas de la posguerra y a los que Gabo describió como «la fábrica de sueños más bella que conocieron los hombres».
«Él quería dedicarse al cine y estaba fascinado con el neorrealismo. Lo que quería era elevar a la literatura las historias que se contaban en él», comenta Constaín, que alaba la capacidad del Nobel de encontrar «la magia de lo cotidiano que hace posible que todo ocurra”.
Su estancia en Italia, sin embargo, no se limitó solo a Roma y Gabo visitó también Venecia para cubrir el Festival de Cine, un evento en el que ocurrió una de las anécdotas que con más afecto cuenta Constaín porque demuestra «la genialidad» del más universal de los escritores colombianos.
Unos cineastas japoneses confundieron con un actor a García Márquez, que tras varios intentos de explicarles que estaban equivocados, pensó que le estaban ofreciendo participar en una película y se lo llegó a plantear «seriamente».
«Pensó: ‘Les digo que sí y cuando se den cuenta de que no soy el actor que se creen, ya estarán tan metidos que ya no habrá nada que hacer’. Lo que pasa es que al final se dieron cuenta y no pudo ser el gran actor que siempre fue», lamenta con ironía.
Pero más allá de la huella que tuvo Italia en su obra, de su breve estancia en Roma quedaron en él otros elementos más banales, como la expresión «Piove, governo ladro», que usaba siempre que llovía y con la que se parodia la costumbre de culpar al poder de todo lo que pasa, incluso de los fenómenos meteorológicos.
«Como todos los hispanohablantes, también él creía que con el español ya hablaba italiano», ironiza Constaín.